presidente de china

(AP Photo/Mark Schiefelbein)

Las movidas militares, diplomáticas y tuiteras producto de las tensiones en el noreste de Asia han engendrado procesos inesperados y no necesariamente bienvenidos en el seno de la comunidad internacional. El primero y más preocupante de todos, el camino decidido de Pyongyang al desarrollo, no solo de su armamento nuclear, sino de un sistema de entrega (delivery system), dudosamente capaz de llegar a los Estados Unidos. Independientemente del alcance de tales misiles, existen otros escenarios posibles. Todo lo que tiene que hacer Corea del Norte es detonar un artefacto nuclear en algún objetivo estratégico tanto en la península coreana como en sus cercanías: Seúl, Tokio o cualquiera de las bases militares o navales de los EE.UU. en el Pacífico para alterar catastróficamente el escenario geopolítico de la región.

La consecuencia más evidente de esto la hemos presenciado en dos movidas que no son bien vistas por algunos en círculos académicos, militares y diplomáticos. La primera, el camino a la posibilidad de un rearme de Japón como respuesta a las agresiones norcoreanas y la aparente pasividad de los chinos en “controlar” los gestos y acciones de su “satélite”. La segunda, y no necesariamente cuestionable, la anuencia de Corea del Sur, que en aras de la paz a cualquier costo, se ha convertido en portavoz del régimen de Kim Jong-un ante Washington y particularmente ante el presidente Donald Trump, quien hasta recién no paraba de dirigirse al líder norcoreano en términos despectivos, creando consigo una guerra de nervios sin precedentes en ambos lados del Pacífico.

Recibe más información sobre esta y otras noticias. Pulsa aquí si eres usuario de Android o de iPhone.