Pipí mil pupú dos lucas 1El presente no es homenaje alguno al célebre título de David Lynch. Eso sí, es un punto en el mapa del imaginario cinematográfico local. Uno que se deja ver en Pipí mil, pupú dos lucas (2014), ópera prima a cuatro manos firmada por los hermanos Héctor y Fernando Bencomo.

Ese punto en el mapa cinematográfico que propone el film es un lugar desolado. Un lugar en la carretera que sirve de punto de convergencia para tres historias que en realidad son una sola. Al comienzo ha faltado ver algún buitre para matizar, afinar. Al final, visto lo visto, no ha sido necesario.

Menos escatológica de lo que su título haría pensar, el retrato del país que el film elabora no es poca cosa, eso sí, la “cosa” es tan o más desoladora que el lugar de encuentro de sus personajes: en Pipí mil, pupú dos lucas el país es un baño de carretera, sangrante y pestilente.

Ningún personaje salva el pellejo… moral. Todos tienen una deuda, un reclamo, también un deseo. Acá en forma de maleta repleta de millones. Lo que se deba hacer para conseguirlo es otra cosa, aunque no poca cosa. El destino anhelado, al menos aquí esbozado, un aeropuerto como vía de escape. La fuga a ninguna parte.

Así, el film avanza dejando espacios para una metáfora social del desplome. Transversalmente, la corrupción abraza con comodidad a cada personaje mientras aquéllos más inocentes se abandonan. El crimen forma parte del entorno, el castigo es más una sanción del destino y de género. Y lo que espanta, precisamente, es esa asunción de normalidad retratada. Así, la violencia física y sus marcas de estilo pasan a segundo plano. Por fortuna, aún late el impacto de que todo ocurra con semejante naturalidad.

En un país con altos índices de violencia, la que transcurre en la pantalla del film se convierte en un chiste amargo y formalmente ingenuo. Y a estas alturas eso es bastante corrosivo.

Para bien o para mal, los autores no parecen ser conscientes de ello. El discurso ha tomado su propio camino, mientras la valorización estilística crece como soporte del relato. Pipí mil, pupú dos lucas apuesta más por la forma que por el fondo. Y en ello, la valoración es buena, un tanto más, gracias a la fragmentación de la historia.

Los ecos de Guy Ritchie, Joe Carnahan, Shane Black, Robert Rodríguez y Nimród Antal sobrevuelan los ‘fotogramas’ del film, quizás otros más. De lejos se dialoga con el gore más tradicional. Ese que no da respiro y aguarda a cada personaje en su vuelta de giro definitiva. Y claro está, con la comedia negra, aunque los diálogos terminen subrayando la ingenuidad ya señalada, y la reiteración de adjetivos contribuya a la construcción de una monotonía verbal que coloca aún más en evidencia a los intérpretes.

El tamaño presupuestario del film ha contribuido a bordar esa forma. A prescindir de las tentaciones (persecuciones, explosiones y más) y a fin de cuentas, terminar aportando un sello propio. Y eso, ya es mucho decir.

*Cortesía de http://cinemathon.wordpress.com/2014/07/13/carretera-perdida-pipi-mil-pupu-dos-lucas/#more-3991

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