Casas AD

Apartamento TROPICAL

En su apartamento de Jardins en Sao Paulo, el arquitecto Maurício Arruda homenajea la decoración brasileña de finales de los 50 con una paleta intensa al ritmo del arte y el diseño.

El comedor de Maurício Arruda.

Ricardo Labougle

El arquitecto brasileño Maurício Arruda y su marido José Porto tienen el millón de amigos del que presume Roberto Carlos en su canción. Es lo que les llevó a mudarse en 2011 a este apartamento en Jardins (el barrio pijo de São Paulo): tener espacio para todos. “Lo nuestro es recibir invitados. Vienen de Francia, Buenos Aires y Berlín, sin contar con la familia, que llega de otros estados de Brasil. Vivimos con gente alrededor”. Se lo compraron a una encantadora dama, dicen, que jamás había hecho un retoque en el inmueble. “Es de los 80 y estaba bien conservado, pero necesitaba una puesta al día, una capa de contemporaneidad”.

Los 100 m2 se distribuyen en una sala de estar y biblioteca, comedor, cocina y lavadero; y luego, las dos habitaciones con baño y un coqueto balcón. Arruda admira el interiorismo brasileño de los 50 y los 60. Entonces las casas eran muy coloridas. “Somos un país urbano y explosivo, algo que se refleja en mis proyectos”. Su propia casa es todo un ejemplo de desfachatez en el uso de colores. “Para pintar con tonos llamativos hay que elegir los menos saturados, con una gran cantidad de gris en su composición. Son muy luminosos durante el día y suaves por la noche”. Otro de los sellos Arruda es la reutilización de materiales, fundamental en el plan. “Cuando se trata de renovar algo puedes hacer maravillas con el reciclaje. En este piso he conservado el parquet de peroba rosa tropical. El suelo de la cocina es el que estaba en los dormitorios, donde ahora tenemos moqueta”. Y los cajones de madera de la estantería de la biblioteca eran los del vestidor.

El piso de Arruda. Plano: Liliana Millán.

Liliana Millán

“Para mí, la casa es un laboratorio, siempre estoy experimentando nuevos montajes, todo cambia fácilmente de lugar. Escojo objetos que cuentan una historia. Tengo piezas de diseño clásicas, nacionales e internacionales, y otras populares de diferentes países”. Sería muy lógico etiquetar a Maurício como un design victim sin redención. Él no opina lo mismo. “Soy un diseñador y no me siento víctima. Mucho de lo que tenemos lo compramos como objetos de estudio y admiración. A veces llegan de viejos proyectos, grandes rebajas o son regalos de mis amigos. Todos los días entra algo, así que hay cosas que tienen que salir”. Él, feliz. “Mi vivienda es ideal para sociabilizar, leer, comer, dormir, trabajar, bañarte y soñar. Es para ser usada. Todo se toca, se mueve y así late, está viva”, cuenta con una sonrisa. “Debe contar nuestra historia, quiénes somos, de dónde venimos, dónde vivimos y dónde hemos estado. Estamos llenos de contrastes y nuestra casa debe reflejarlo”, explica. Incluso el arte del lugar respeta la pauta. La mayoría de las obras son de José, “que se toma el coleccionismo muy en serio –puntualiza Maurício–. El arte y el diseño logran una combinación excelente”, concluye. ¿Qué es lo que nunca entrará en casa de esta pareja feliz? “La ostentación y las piezas falsas”.