Gracias a http://zonalibredigital.wordpress.com, semanario cultural dirigido por Alexandra Cariani, compartimos este texto. En febrero del 2006, el Magazine de La Vanguardia publicó la que iba a ser la última entrevista que concederÃa el Premio Nobel. Centenares de medios de comunicación de todo el mundo se refirieron a ella, por su anuncio de que habÃa dejado de escribir.
En ese inmenso hervidero humano y social que es la plaza mexicana del Zócalo —epicentro de los poderes del paÃs y escaparate de las más diversas protestas—, entre acampadas y reivindicaciones de campesinos sin tierra, ciudadanos sin casa o mujeres vÃctimas de la violencia de sus maridos, varios grupos de indÃgenas desinfectan de malos espÃritus a los viandantes, a cambio de unas monedas. Estamos tentados de solicitar sus servicios, pues faltan tan sólo unas horas para que acudamos a entrevistar a Gabriel GarcÃa Márquez, un privilegio que pocos periodistas han disfrutado desde que le concedieron el premio Nobel de Literatura en 1982, y nos asalta el temor de que a última hora todo se desmorone por cualquier imprevisto.
El chofer conoce bien dónde se encuentra el Pedregal de San Angel, un barrio residencial construido sobre piedras volcánicas en el que se alojan estrellas de cine, ex presidentes y banqueros.
Tras franquear la puerta de entrada y un recogido patio exterior, llegamos a la sala de estar, casi sin resuello, cargando los pesados regalos de Navidad que nos han dado para él algunos amigos suyos de Barcelona. Gabo y su mujer, Mercedes Barcha, viven aquà desde 1975, cuando se fueron de España, aunque desde entonces han realizado sucesivas ampliaciones y reformas. Hay vigas de madera, y mil rendijas, ventanas, visillos y aperturas por las que entra el sol y se enseñorea de los interiores, iluminando, por ejemplo, las fotos de los cinco nietos del escritor, con edades que oscilan entre los 18 y los 7 años, o un enorme muñeco amarillo que parece una especie de conejo.
Mientras esperamos, curioseamos en la mesa donde reposan libros de fotografÃas de los premios Nobel, y otros de imágenes tomadas por Richard Avedon (poco después, Gabo nos comentará: “Ese Avedon… vino aquÃ, me hizo una foto y a los 15 dÃas se murió, nunca la he vistoâ€). Atravesamos un jardÃn repleto de flores —con unas esplendorosas orquÃdeas— para finalmente llegar al lugar donde Gabriel GarcÃa Márquez se hizo construir un estudio aislado para trabajar. Le sorprendemos ante el ordenador, pero no en el momento mágico de la escritura, sino leyendo por Internet la prensa internacional. Amablemente, nos invita a tomar asiento y nos deja claro que hará una excepción sometiéndose con resignación a esta entrevista, porque no ha sido capaz de resistirse a la confabulación de su entorno familiar y afectivo; en ese momento, nos agarra del brazo y nos pregunta, en un susurro: “Y ahora, dÃganme, ¿cuánto le han pagado a mi mujer?â€
El encuentro inicial, pues, tiene lugar en su estudio, y sólo será interrumpido por unas estentóreas frases en inglés que pronuncia, de vez en cuando, su ordenador, como si hubiera sido intervenido por la CIA. Gabo posee una máquina de última generación, con todos los avances multimedia, pues hace muchÃsimos años que abandonó su legendaria máquina de escribir eléctrica. “El primer ordenador que salió al mercado lo debà de usar yo —presume—. Cuando escribÃa a máquina, tenÃa un promedio de un libro cada siete años, y con el ordenador pasó a ser uno cada tres años, porque la computadora hace mucho trabajo por uno. Tengo varios equipos exactamente iguales, uno aquÃ, uno en Bogotá y otro en Barcelona, y llevo siempre un disquete en el bolsilloâ€.
Mientras habla, va bebiendo un refresco de cola, una adicción sólo superada por su necesidad de permanente contacto con las noticias e informaciones que le llegan por teléfono, Internet, fax y correo —a menudo, de fuentes de primera mano— sobre la actualidad del mundo y, en especial, de su paÃs, Colombia.
Reticente a hablar de su vida privada (“para eso ya está mi biógrafo oficial, el norteamericano Gerald MartÃn, quien, por cierto, ya deberÃa haber publicado el libro, yo creo que está esperando a que me pase algo…â€), cuenta que “este año 2005 me lo he tomado sabático. No me he sentado ante la computadora. No he escrito una lÃnea. Y, además, no tengo proyecto ni perspectivas de tenerlo. No habÃa dejado nunca de escribir, este ha sido el primer año de mi vida en que no lo he hecho. Yo trabajaba cada dÃa, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, decÃa que era para mantener el brazo caliente…, pero en realidad era que no sabÃa qué hacer por la mañanaâ€.
¿Y ahora ha encontrado algo mejor que hacer?
He encontrado una cosa fantástica: ¡quedarme en la cama leyendo! Leo todos aquellos libros que nunca tuve tiempo para leer… Recuerdo que antes sufrÃa un gran desconcierto cuando, por lo que fuera, no escribÃa. TenÃa que inventar alguna actividad para poder vivir hasta las tres de la tarde, para distraer la angustia. Pero ahora me resulta placentero.
¿Y el segundo volumen de memorias?
Creo que no voy a escribirlo. Tengo algunas notas escritas, pero no quiero que sea una mera mecánica profesional. Me doy cuenta de que, si publico un segundo tomo, voy a tener que decir en él cosas que no quiero decir, a causa de algunas relaciones personales que no son muy buenas. El primer tomo, Vivir para contarla, es exactamente lo que yo querÃa. En el segundo, me encontré una cantidad de gente que tenÃa que aparecer, y que, caramba, no quiero que estén en mis memorias. No serÃa honrado dejarles fuera, porque fueron importantes en mi vida, pero no me caen simpáticos.
Aunque Gabo no da nombres, no podemos evitar preguntarle por Mario Vargas Llosa, el escritor peruano cuya amistad quedó cortada de raÃz tras el puñetazo en público que éste le propinó, aquà en México, en el año 1976, a causa de un incidente personal cuyo esclarecimiento ellos han delegado en “los biógrafos del futuroâ€. ¿No ve posible que, algún dÃa, se produzca una reconciliación? En ese momento, su esposa, Mercedes Barcha, que ha entrado en el estudio hace unos minutos, responde con contundencia: “Para mà ya no es posible. Han pasado treinta añosâ€.
“¿Tanto?â€, pregunta Gabo, sorprendido. “Hemos vivido tan felices estos treinta años sin él que no lo necesitamos para nadaâ€, asegura Mercedes, antes de matizar que “Gabo es más diplomático, asà que esta frase pueden ponerla exclusivamente en mi bocaâ€.
Volviendo a su inédito perÃodo de inactividad, el Nobel aclara que “se me ha acabado el año sabático, pero ya encuentro excusas para prorrogarlo durante todo el 2006. Ahora que he descubierto que puedo leer sin escribir, a ver hasta dónde llega. Yo creo que me lo gané. Con todo lo que he escrito, ¿no? Aunque si mañana se me ocurriera una novela, ¡qué maravilla serÃa! En verdad, con la práctica que tengo, podrÃa hacer una sin más problemas: me siento ante la computadora y la saco…, pero la gente se da cuenta si no has puesto las tripas. Ahà detrás de mà están encendidos todos los aparatos informáticos, listos para entrar en acción el dÃa que se me ocurra. Me encantarÃa encontrar un tema, pero no tengo necesidad de sentarme a inventarlo. La gente debe saber que, si publico algo más, será porque valga la penaâ€.
“De hecho —comenta—, ya tampoco me despierto por la noche asustado, tras haber soñado con los muertos de los que me hablaba mi abuela en Aracataca, cuando era niño, y creo que eso tiene que ver con lo mismo, con que se me acabó el temaâ€.
Su último “temaâ€, hasta el momento, ha sido Memoria de mis putas tristes, novela corta publicada en el 2004 que millones de lectores en todo el mundo esperan que no sea el último estallido de su fuerza creativa. “Tampoco estaba en el programa —revela ahora. En realidad, proviene de un programa anterior, habÃa pensado en una serie de relatos en ambientes prostibularios, de ese tipo. Hace tiempo escribà cuatro o cinco historias, pero la única que me gustó fue la última, me di cuenta de que el tema no daba para tanto, de que lo que realmente andaba buscando era aquello, asà que decidà prescindir de las primeras y publicar la última de manera independienteâ€.
Otro proyecto en el que andaba trabajando, y que quedó interrumpido, era la historia de un hombre que debÃa morir al escribir la última frase. “Pero pensé: a ver si te va a suceder a ti…â€.
Gabo no parece vivir su parón creativo con ninguna congoja, sino con despreocupación tÃpicamente caribeña. “Dejar de escribir no ha cambiado mi vida, ¡eso es lo mejor! Las horas que utilizaba para hacerlo no han quedado secuestradas por otras actividades enojosasâ€.
El escritor nos muestra el gran muñeco amarillo que vimos al entrar: “Es una artesanÃa mexicana, regalo de Felipe González, que viene mucho por aquÃâ€. La conversación deriva entonces hacia su fascinación por el poder y los diferentes mandatarios y ex mandatarios que le visitan. “Como escritor, me interesa el poder, porque resume toda la grandeza y miseria del ser humanoâ€.
Entre sus amistades, destaca a Clinton. “¿No le conocen ustedes? ¡Es un tipo estupendo! Yo no me lo he pasado tan bien como junto a él. El sida es el gran tema que le preocupa ahora, es un hombre sinceramente alarmado y angustiado por el poco interés que las autoridades prestan a la extensión alarmante de la enfermedad por nuevas zonas, en especial por el Caribe. No le hacen caso, pero nadie sabe más que él sobre ese temaâ€.
El Nobel nos señala la ubicación de la sala de cine privada que tiene en su casa. “Es muy difÃcil que yo pueda ir a las sesiones normales, me paso horas y horas firmando autógrafos en la puerta. Asà que me envÃan aquà pelÃculas o, si no, me invitan a proyecciones restringidasâ€.
Su pasión por el séptimo arte no es nueva: de joven, incluso soñó con dirigir pelÃculas, lo que ha acabado realizando su hijo Rodrigo, habitual de prestigiosos festivales como Cannes, Locarno o San Sebastián. Rodrigo, además de haber dirigido episodios de Los Soprano y A dos metros bajo tierra, es el cineasta responsable de largometrajes como Cosas que dirÃa con solo mirarla, Diez pequeñas historias de amor o Nueve vidas. “Menos mal que son excelentes —comenta su padre. ¡Lo horrible que hubiera sido para mà que no me parecieran buenas!â€. Rodrigo vive en Hollywood, y su hermano Gonzalo, en ParÃs. Ambos están pasando estos dÃas con sus padres, y entran y salen de la casa con la misma libertad con que lo hicieron de niños. Al dÃa siguiente, Gonzalo, diseñador gráfico y pintor, nos explicará que “Gabo no era un padre de juegos, pero sà de muchos diálogos, de compartir con nosotros cosas de adulto. Las cosas que hacÃamos con él de pequeños era hablar y escuchar músicaâ€.
GarcÃa Márquez ha ido desarrollando sus mecanismos para preservar su vida privada, cada vez más eficaces, y parece haber conjurado el peligro de que su éxito le robara tiempo para los afectos de hijos, nietos y amigos. Antes, sin embargo, “la fama estuvo a punto de desbaratarme la vida, porque perturba el sentido de la realidad, tanto como el poder. Te condena a la soledad, genera un problema de incomunicación que te aÃslaâ€.
De repente, suena el teléfono, y el escritor pronostica: “Seguro que es Carmen Balcells…†Mercedes descuelga y, en efecto, al otro lado del aparato, habla la agente literaria más famosa de la tierra. El escritor se rÃe con ganas: “¿Ven? No tiene sosiego. No se le escapa nada, sabÃa que estábamos hablando con ustedes… Nos tiene más controlados que nuncaâ€.
La relación profesional de Carmen Balcells con GarcÃa Márquez se remonta a 1961, cuando nadie creÃa todavÃa en aquel joven escritor, que no se convertirÃa en una celebridad mundial hasta Cien años de soledad (1967), obra en la que desgrana los avatares de varias generaciones de los BuendÃa y que, con sus personajes con colita de cerdo o sacerdotes que levitan, se considera la referencia del realismo mágico.
En vez de realizar un paseo fÃsico por el DF, Gabo sugiere que nos traslademos mentalmente a otra ciudad, a la Barcelona de los años sesenta y setenta, donde él vivió y escribió El otoño del patriarca: “Llegamos en 1967, cargando una piel de caimán de dos metros que me regaló un amigo. Yo estaba dispuesto a venderla, porque necesitábamos el dinero, pero me lo pensé mejor y al final no lo hicimos. Ha viajado con nosotros por medio mundo, en funciones de amuleto. Todo fue muy rápido, en los años que vivà en Barcelona pasé de no tener para comer —antes, en ParÃs, habÃa llegado a pedir en el metro— a poder comprarme casasâ€.
“Tengo la impresión de que aquella ciudad no nos sorprendió mucho —explica. Era como si ya la hubiéramos visto antes. La razón por la cual no fui a ningún otro lugar es Ramón Vinyes, el â€sabio catalán†que hice aparecer como personaje en Cien años de soledad. En la Barranquilla de mi juventud, él me habÃa â€vendido†hasta tal punto la Barcelona idealizada de sus recuerdos de exiliado, que no dudé en ningún momentoâ€. Mercedes Barcha y Gabo, al trasladarse a España, dejaron atrás un México cosmopolita, culto y liberal, y unos cÃrculos cinematográficos, artÃsticos y literarios repletos de personalidades y actividades que dejaban atrás a la pacata España del tardofranquismo. Barcha recuerda divertida que “era todo un poco snob, los barceloneses descubrÃan entonces el mundo de la discoteca, ¡cuando aquà en México habÃa miles! ¡Se ponÃan incluso sombreros para ir a la disco!â€
“Trataban de superar a ParÃsâ€, recuerda GarcÃa Márquez.
“He visto la serie Cuéntame y es exacta: Gabo y yo llegamos a aquel mundoâ€, remarca, divertida, Mercedes.
“HabÃa como una especie de destape[ clandestino, focalizado en la discoteca Bocaccio. Nos parecÃa una cosa anticuadaâ€, refuerza Gabo.
Barcha apunta: “Ellos, los barceloneses, pensaban que éramos nosotros los atrasados, por latinoamericanos, pero era completamente al revés. Yo iba por la calle con mis pantalones y mis jeans y se me acercaba la gente a mirarme como una cosa rara. Un dÃa, le dije a la mujer de Luis Goytisolo: â€Oye, MarÃa Antonia, me miran mucho, ¿por qué será?â€. â€No te preocupes, a mà tambiénâ€, me respondióâ€.
Los rigores de la dictadura franquista no apretaban tanto en Barcelona como en Madrid, centro del poder polÃtico, y los GarcÃa disfrutaban de la proximidad con Francia. Gabo recuerda que “Ãbamos a Francia a ver pelÃculas, como El último tango en ParÃs, que descubrimos en Perpiñán. A veces nos Ãbamos tres dÃas a ParÃs, a ponernos al dÃa de todo. Barcelona era la puerta a Europa: desde allà nos desplazábamos a Londres (donde aprendimos inglés), Milán… AsistÃamos a conciertos, estrenos teatrales, calmé toda mi ansiedad culturalâ€.
Gabo y Mercedes vivieron la efervescencia de la gauche divine, las madrugadas infinitas de Bocaccio, el florecimiento de las nuevas editoriales, las conspiraciones ante la inminente muerte de Franco… Se juntaban con otros escritores atraÃdos a Barcelona por la “Mamá Grande†Balcells, como José Donoso o Mario Vargas Llosa, y recibÃan las visitas de Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Pablo Neruda…
“Ahora da casi vergüenza decirlo, pero nos la pasamos muy bienâ€, comenta Gabo. “En aquella Barcelona de los primeros setenta se vivÃa excelentemente, da pena admitirlo. Es ahora, al pensarlo un poco, cuando nos damos cuenta de lo triste que era todoâ€.
Paradójicamente, los GarcÃa se fueron antes de que llegara la democracia: “Estábamos en Bogotá cuando murió Franco y, al conocer la noticia, nos volvimos a México. Pensamos que en España la cosa se iba a agitar mucho, que vendrÃa una gran inestabilidad, tampoco sabÃamos cómo iba a reaccionar el nuevo gobierno español ante la inminente El otoño del patriarca, que retrataba el ocaso de un dictador. Pensé que no se iban a creer que yo me habÃa inspirado en modelos latinoamericanos, como el venezolano Juan Vicente Gómez o el haitiano â€Papá Docâ€, que mandó exterminar todos los perros negros de su paÃs porque creÃa que un enemigo suyo se habÃa convertido en uno de ellos, o el salvadoreño Maximiliano Hernández MartÃnez, que hizo forrar con papel rojo todo el alumbrado público del paÃs para combatir una epidemia de sarampión. No sé cómo se va a entender esto, pero a mà Franco me resultaba un dictador demasiado moderno y civilizado para el que yo tenÃa en la cabeza o en el alma. De hecho, la mejor crÃtica a este libro me la hizo el panameño Omar Torrijos, cuarenta y ocho horas antes de morir, que me dijo: â€Es tu mejor libro, todos somos asà como tú dicesâ€â€.
Gabo tiene casa en Barcelona, y “sigo yendo a esa ciudad, con frecuencia casi anual, aunque mi visita del 2005 causó demasiado alboroto, porque esta vez llevaba cinco años sin ir. Cuando llegamos, siempre es como si no hubiéramos dejado de vivir allÃ. Nos levantamos como si fuera lo más normal del mundo, y vamos a comer con los amigos de siempre. Paseamos y nos vemos envejecer. Vamos a pie a todas partes. Le paran a uno, le gritan de un lado a otro de la calle, pero con esa distancia con que los catalanes se conducen, modulando sus muestras de afecto. Por ejemplo, fuimos también unos dÃas a Madrid, donde tenemos muchos amigos, pero no nos quedamos porque hay más novelerÃa, mientras que en Barcelona nos volvemos un caso diario. En Madrid corre la voz entre periodistas, cantantes, gente del cine… es la pachanga permanenteâ€.
Gabo sigue huyendo de la luz de los focos públicos. Cree que la discreción es siempre más efectiva, incluso en polÃtica. Ha mantenido su amistad con Fidel Castro, pero se ha separado “en silencio†de las posturas dogmáticas, y a la vez su intervención personal ha sido decisiva para que el régimen cubano libere a algunos presos polÃticos o suavice algunas posturas. Sus intervenciones en varios paÃses incluyen desde la liberación de banqueros secuestrados en El Salvador a conseguir que dictadores permitan abandonar su paÃs a familiares de disidentes, entre otros muchos episodios dignos de una pelÃcula de James Bond o de una novela de su amigo Graham Greene, como cuando, en 1995, los secuestradores de Juan Carlos Gaviria exigieron que Gabo asumiera la presidencia de Colombia (la respuesta del escritor fue: “Nadie puede esperar que asuma la irresponsabilidad de ser el peor presidente de la República (…) Liberen a Gaviria, quÃtense las máscaras y salgan a promover sus ideas de renovación al amparo del orden constitucionalâ€). “Yo he sido siempre más conspirador que â€firmador†—apunta. He logrado siempre muchas más cosas mirando de arreglarlas por debajo que firmando manifiestos de protestaâ€
Dentro de esa “diplomacia secretaâ€, ahora, por ejemplo, realiza funciones de mediador por la paz en Colombia, acercando las posiciones del Gobierno del presidente Uribe con las de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). “Tal vez mejor no tratemos mucho eso, porque está todavÃa hablándose. No es bueno hacer declaraciones cuando se trabaja en ello. Desde que me concibieron, estoy oyendo hablar del proceso de paz de Colombia. Ahora, después de un largo tira y afloja, se pusieron de acuerdo para conversar. He participado en unas primeras conversaciones en La Habana, y fue muy bien. Tengo buenas relaciones con ambos lados. Estas gestiones, para un escritor como yo, acostumbrado a ganar, son siempre una cura de humildad, pues intervienen una conjunción de factores muy diversosâ€.
“La violencia ha existido siempre, tiene muchos años en Colombia —recuerda. El tema de fondo es una situación económica escindida entre los muy ricos y los muy pobres. Y el negocio de la coca es mucho dinero, ¡barriles de dinero! El dÃa en que se acabe la droga, todo va a mejorar muchÃsimo, porque eso fue lo que lo exacerbó todo. Los grandes productores del mundo están allá. De manera que ya no pelean por la polÃtica, como antes, sino por el control de la droga. Y Estados Unidos también está totalmente metido en esoâ€.
Mientras posa para unas fotos en el jardÃn junto a su esposa, Gabo le comenta, bromeando: “Ya ves por qué nunca doy entrevistas, Mercedes. Llegan con esa mansedumbre, y no se van nunca. Ahora me dicen que te abrace, ¿y qué vendrá después? Son capaces de pedirme que diga que te quieroâ€. Una afirmación superflua, teniendo en cuenta que se conocieron cuando ella era una niña de 13 años y que siguen ahÃ, compartiendo sus vidas.
Antes de que abandonemos su casa, GarcÃa Márquez se interesa por los premios Nobel que irán apareciendo en esta serie de entrevistas: “Ah, veo que escogen sólo a los buenosâ€. Seguro de sà mismo, próximo, agarra de vez en cuando a su interlocutor sin que sea posible percibir en él rasgo alguno de su legendaria timidez, aquella que en Barcelona le hacÃa enmudecer y le activaba mil temblores cuando tenÃa que hablar en público. “Yo creo que debo de tener fobia social, como la Nobel austrÃaca, Elfriede Jelinek, porque puedo mantener una conversación de tú a tú, pero me cuesta horrores dirigirme a un auditorio. ¿Mi timidez? Tengo la gran ventaja de que ahora la gente entra en esta casa ya intimidada… y asà me va mejor