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Viernes, 4 de abril de 2014

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LENGUA

La tilde en los demostrativos y en solo

Por Pedro Álvarez de Miranda

A raíz de la publicación en 2010 de la última edición de la Ortografía de la lengua española de la Academia se ha extendido la idea de que entre las (muy pocas) palabras que ahora ya no llevan tilde y antes sí la llevaban se encuentran el adverbio solo y los demostrativos este, ese, aquel, y sus femeninos y plurales, cuando funcionan como pronombres.

Es increíble la capacidad de la gente para manejar la brocha gorda, para no enterarse bien de las cosas en cuanto estas presentan alguna complejidad, para prescindir de los matices. Pues es completamente inexacto que esas palabras tuvieran obligatoriamente que llevar tilde antes de 2010.

La única manera de que empecemos a entendernos es que transcribamos aquí y leamos atentamente la normativa académica desde 1959 hasta hoy.

En las «Nuevas normas de prosodia y ortografía de la Real Academia Española. Declaradas de aplicación preceptiva desde 1.º de enero de 1959» se leía lo siguiente:

Los pronombres éste, ése, aquél, con sus femeninos y plurales, llevarán normalmente tilde, pero será lícito prescindir de ella cuando no exista riesgo de anfibología.

La palabra solo, en función adverbial, podrá llevar acento ortográfico si con ello se ha de evitar una anfibología.

En la Ortografía de la lengua española de 1999 cambió bastante la formulación de estos preceptos:

Los demostrativos este, ese, aquel, con sus femeninos y plurales, pueden llevar tilde cuando funcionen como pronombres. […] Solamente cuando se utilicen como pronombres y exista riesgo de ambigüedad se acentuarán obligatoriamente para evitarla.

La palabra solo puede funcionar como adjetivo o como adverbio. […] Cuando quien escribe perciba riesgo de ambigüedad, llevará acento ortográfico en su uso adverbial.

La Ortografía de 2010, en fin, además de hacer una serie de consideraciones al respecto, a las que luego atenderemos, establece esto: «A partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación».

Pues bien, veamos cuál fue la situación que se creó a raíz de las normas de 1959. En parte por inercia —pues antes de esa fecha la tilde en los pronombres demostrativos, y también («por costumbre», decía la Academia) en el adverbio solo, sí era obligatoria—, en parte por evitar complicaciones, la mayoría de las personas —y en esa mayoría hay que incluir a la generalidad de las imprentas y a numerosos manuales y profesores— ignoraron por completo el margen de discrecionalidad que las normas ofrecían. Ciertamente, estas se habían formulado de distinta manera en el caso de los demostrativos y en el de solo. En el primero decían que los pronombres «llevarán normalmente tilde», para añadir luego que «será lícito prescindir de ella cuando no exista riesgo de anfibología»; nótense dos cosas: una que normalmente no quiere decir ‘siempre’, ni ‘obligatoriamente’, y la otra, y fundamental, que, siendo muy raro el riesgo de anfibología, se abría muy ancho campo a la licitud de no tildar los pronombres. En el segundo caso, el de solo, se instaba notablemente menos a la presencia habitual de tilde en el uso adverbial, pues se decía que en tal uso «podrá llevar acento ortográfico si con ello se ha de evitar una anfibología». Sea como sea, la lectura que la mayoría de los usuarios hicieron de un precepto y otro fue idéntica, y desde luego ajena a matices y casuismos: siempre que los demostrativos sean pronombres y que solo sea adverbio («cuando se pueda sustituir por solamente», era la regla mágica) pongámosles tilde. A mí —parecían decirse— no me venga usted con anfibologías a complicarme la vida. Hay que reconocer que en esto último no estaban completamente desprovistos de razón.

Otros, desde luego una minoría, nos ateníamos a una lectura reposada de las normas. Y así, dado que los casos de anfibología, tanto en los demostrativos como en solo, eran poquísimos (¿y algo más raros tal vez los de aquellos que los de este?), no les poníamos tilde casi nunca. Únicamente, como preveía la Academia, en los casos en que fuera necesaria, es decir, cuando era preciso romper una ambigüedad: Resolvió sólo dos problemas, para que no se interpretara que los resolvió sin ayuda. Llamaron a éste cretino, para indicar que un individuo al que se señala fue insultado, y no que se reclamaba la presencia de un cretino cercano a mí.

No era fácil, ni mucho menos, mantener esta postura. Las imprentas se preguntaban con qué clase de indocumentado, que no ponía acentos a los pronombres demostrativos y a solo, estaban tratando. Así que se los añadían ellos. Al corregir pruebas uno los quitaba, adjuntando alguna cortés explicación. Era frecuente que no sirviera de nada y que en la imprenta los volvieran a poner.

De ahí que la nueva formulación de 1999 nos pareciera de perlas, pues coincidía exactamente con nuestra interpretación de la anterior y con nuestra praxis. En la Ortografía de dicho año se eliminó lo de que los pronombres demostrativos «llevarán normalmente tilde»; ahora podrían llevarla, y sería obligatoria en casos de anfibología. Y lo mismo, aunque con enunciación no idéntica, en el caso de solo.

En 2010, desde luego, se ha estrechado aún más el cerco a esos acentos. La Academia se ha quedado ahora a un paso de prohibir toda tilde en las palabras de que hablamos, y hasta se diría que tenía ganas de darlo. Pero no llega a hacerlo. Reléase lo que dice: «se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación». Es decir, desaparece la obligatoriedad de la tilde en los casos de anfibología, pero sigue siendo posible hacer uso de ella. Aunque, en mi opinión, las cosas podían haberse dejado como estaban en 1999, lo esencial es que en resumidas cuentas y a efectos prácticos cabe considerar que todo sigue igual. Algunos podemos seguir haciendo exactamente lo mismo que ya veníamos haciendo desde hace más de medio siglo, y siempre, nótese bien, con la ‘ley’ ortográfica en la mano.

Había muchas consideraciones que hacían desaconsejable la acentuación generalizada de las formas de que tratamos. Una de ellas es que suponía una extensión abusiva del uso de la llamada tilde diacrítica. Cuando esta se utiliza en ciertos monosílabos es para distinguir a uno tónico, que la lleva, de otro átono, que no la lleva, y lo mismo puede decirse de la que se pone a algunos pronombres, adjetivos y adverbios interrogativos. Pero los demostrativos (sean adjetivos o pronombres) y solo (sea adjetivo o adverbio) son siempre tónicos. En esto insiste mucho, con toda razón, la Ortografía de 2010.

Otro inconveniente eran las equivocaciones a que daba lugar. La más importante y conocida era la de quienes, ya puestos, endosaban la tilde también a los pronombres neutros esto, eso y aquello, que son solo pronombres y nunca adjetivos. Otra era la de los que ponían tilde a este en frases como el chico este, en la que el demostrativo es adjetivo, sin duda porque percibían, con fundamento, que tal demostrativo pospuesto al sustantivo era prosódicamente distinto del determinante (este chico), aunque ambos fueran tónicos (están aquí en juego las tonicidades primarias y secundarias del grupo acentual). El caso más complejo era el del demostrativo que era antecedente, sin coma, de un relativo. Algunas obras de consulta, como el Diccionario de dudas y dificultades de Manuel Seco, han venido informando de que a ese demostrativo —por más que se le considere pronombre— nadie debe ponerle nunca acento: Yo soy aquel que ayer no más decía. Estas que fueron pompa y alegría... Y es que ya antes de las normas de 1959 la Academia parecía preferirlo así. Rosenblat señaló que ello se debía a que el carácter gramatical de tales demostrativos estaba en discusión. Pero, claro es, los que después de 1959 seguían tildando a troche y moche los pronombres demostrativos también lo hacían en esos casos.

Otro inconveniente más —que nunca he visto señalado— era cierta desigualdad caprichosa en el empleo de las tildes entre unos casos y otros. No era difícil observar que mucha gente ponía acento con asiduidad a éste, ésta, éstos, éstas, con algo menor frecuencia a aquél (y su femenino y sus plurales) y todavía menor a ése (y su femenino y sus plurales). Pero ¿por qué? Sospecho que esas personas que no perdonaban nunca la tilde en los pronombres demostrativos ‘de cercanía’ y sí a veces en los otros dos tipos lo hacían para distinguir a aquellos aún más claramente de las formas verbales esté, está, estás. Pero si esta abusiva voluntad de hiperdiferenciación no es hacer cada uno de su capa un sayo, que venga Dios y lo vea.

De vez en cuando hasta se encontraba por ahí algún caso de tilde errática puesta al buen tuntún y por disparate en solos, sola y solamente… Hay tildes contagiosas.

Para justificar la postura de que ni siquiera en los casos de anfibología sea necesaria la tilde —aunque recordemos que, si en esos casos «se podrá prescindir» de ella, es obvio que también se podrá no hacerlo, es decir, podrá seguir poniéndose— la última Ortografía aduce que las posibles ambigüedades quedan casi siempre resueltas por el propio contexto. «Los casos reales —añade— en los que se produce una ambigüedad que el contexto comunicativo no es capaz de despejar son raros y rebuscados, y siempre pueden resolverse por otros medios». Esto último es verdad. Pero además de en la persona que escribe su propio texto y puede hacer lo posible por evitar por esos otros medios la colisión anfibológica, hay que pensar también en quien tenga que citar o editar, y por tanto acentuar adecuadamente, un texto ajeno que le es dado. Sea como sea, lo cierto es que, rebuscados o no, hay casos de anfibología, y no está mal poder resolverlos. Véase este texto de Francisco Ayala (Recuerdos y olvidos), en el que aparece, con plena justificación, un demostrativo con tilde:

De nuestra relación de aquellos años retengo dos anécdotas de signo muy diferente, pero unidas por un detalle común: en ambas, inadvertidamente y con la mejor intención de parte mía, le hice pasar un buen susto a mi respetado amigo. Son éstas trivialidades nada memorables, pero a veces se percibe en ellas la vibración de la vida vivida, y por eso me atrevo a relatarlas aquí ahora.

Ayala tenía todo el derecho del mundo a escribir eso de esa manera y no de otra. Y una vez elegida la que prefirió, era vital que quedara claro que éstas se refiere a anécdotas y no acompaña a trivialidades. Se dirá que esto ocurre muy de vez en cuando. Es verdad, y de ahí que fueran contadísimas, como quedó dicho, las ocasiones en que algunos usábamos las controvertidas tildes de que aquí hemos tratado. Los que después de 2010 tengan que acostumbrarse a no ponerlas a mansalva, como desde hace décadas venían haciendo «por rutina o por ignorancia» (Seco), no podrán decir que su incomodidad derive de que antes, mucho menos desde 1999, fueran obligatorias en los pronombres demostrativos y el adverbio solo, porque no es cierto. Si les cuesta ahora entrar al redil es porque llevaban largo tiempo por libre y a su aire.

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