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Pajarero, oficio que muere a causa de la modernidad

Con más de 30 años en esta actividad, Don Ramón no se resigna a abandonarla

En los condominios ya no hay espacio para tener jaulas ni quien cuide a las aves

 
Periódico La Jornada
Martes 15 de abril de 2014, p. 31

Don Roberto, de 63 años, camina alrededor de 10 horas diarias con una pila de jaulas sobre la espalda. Al momento de esta conversación, dice llevar tres días sin vender nada y años en que no encuentra en las calles a otro como él.

Cuenta que antes, cuando en la ciudad de México predominaban las vecindades con grandes patios o las casona antiguas, las personas que habían llegado de sus pueblos acostumbraban tener pajaritos en jaulas afuera de su puerta o cerca de la ventana.

Ahora, dice, en los condominios con cientos de departamentos no hay espacio, ni quien los cuide.

Además, ya todo es muy caro y nadie tiene tiempo para algo así. Sin embargo, lamenta, lleva más de 30 años dedicado a este oficio, sin oportunidad de hacer algo más a su edad y cubriendo sus pequeños gastos con algunos clientes asiduos que aún lo buscan.

Con sonrisas y silencios, don Roberto trata de evitar dar detalles sobre su actividad. Confiesa que teme que se le pregunte dónde consigue los pájaros que vende. Se apresura a explicar que desde hace varios años ya no lleva en jaulas ninguna especie en peligro de extinción y que bien sabe que muchos ven mal que los pájaros estén encerrados. Cuando empecé en esto no era así, y ahora qué otra cosa voy hacer.

Para evitar que el pajarero se vaya, la atención se centra en lo mucho que pesan tantas jaulas, en la dificultad de recorrer las calles y en la buena condición física.

“A veces los policías nos quieren detener por vender en la calle o por traer pájaros, pero siempre, al final, piden una ‘ayuda’ para dejarme caminar”, explica.

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Con 63 años y más de la mitad de pajarero, don Roberto camina alrededor de 10 horas diarias con una docena de jaulas sobre la espaldaFoto Mirna Servín

Originario de San Bartolo Morelos, en el estado de México, Roberto Cornelio Victoriano –quien cuenta que antes así se usaban los nombres– pertenece a la Unión de Transportadores, Capturadores, Criadores de Especies de Aves Canoras y de Ornato, donde hay –a buen cálculo– apenas poco más de 200 personas dedicadas a este oficio, mientras que a principios de los años 80 era común ver a los pajareros en cualquier calle de la ciudad.

Él empezó cuando trabajaba en una fábrica de aceite ubicada en Vallejo, donde, dice, llegaban muchos pajaritos a las bodegas donde guardaban semillas de girasol, trigo y garbanzo. En la fábrica lo empezaron a mandar a Veracruz y él no quería separarse de su familia.

Usted me va a juzgar mal, pero ahí empecé con esto. Primero me llevé dos a mi casa, y luego conocí a una persona que los vendía y le ofrecí los pájaros. Pensé que si el señor me los pagaba en tanto, mejor yo podía venderlos, señala.

Al principio no sabía ni recorrer la ciudad. Salía al estado de México, por Villa de las Flores, Jardines de Morelos, Ojo de Agua, Prados, Fuentes, Naucalpan y poco a poco al Distrito Federal. Desde entonces me resigné a estar en este oficio.

En ese tiempo, recuerda, podía vender tres o cuatro pájaros al día, y “aunque eran muy baratos, sí salía.

Ahora ya no hay comerciantes de pájaros, porque ya no hay clientes, pero que se le va hacer. En esto estoy.