planchas

Las hermanas Brontë no nacieron en una familia con grandes posibles económicamente. Es decir, eran las hijas de un modesto sacerdote rural y por tanto mujeres que iban a estar llamadas a gestionar su propia vida. No iban a tener casas llenas de criados y doncellas dispuestos a cumplir con todas sus necesidades. Iban a tener que ser eficientes en lo que a presupuestos se refiere e iban a tener que ser capaces de valerse por ellas mismas. Por eso, a medida que crecían, las hermanas Brontë fueron enseñadas por su tía a realizar diversas tareas domésticas y, una vez que lo hicieron, acabaron ayudando con las tareas de casa.

De las tres hermanas, Emily fue la que más ayudó en la casa paterna, ya que ella fue, en realidad, quien estuvo más tiempo en ella. Charlotte y Anne Brontë trabajaron fuera del hogar paterno como institutrices, pero Emily Brontë permaneció allí de una forma mucho más permanente que sus hermanas. Emily pasaba mucho tiempo en la cocina, haciendo diferentes tareas que, además, integró en su rutina de trabajo como autora.

Como explican en el panel informativo dedicado a la cocina en la casa museo de las hermanas Brontë en Haworth, Emily se acabó convirtiendo en el ama de llaves de su padre una vez que su tía Branwell (la hermana de su madre que se mudó con la familia una vez que murió la madre) falleció. Mientras hacía pan y mientras planchaba, Emily Brontë pensaba en la trama de sus historias y en sus personajes. Las tareas del hogar le daban una cierta libertad mental para concentrarse en lo que estaba escribiendo.

Los recuerdos de aquellos que trabajaban en la vicaría mientras Emily Brontë estaba escribiendo Cumbres Borrascosas hablan, como recuerda Deborah Lutz en el muy interesante The Brontë Cabinet, que mientras planchaba, Emily pensaba en su trama, lo que hacía que de vez en cuando parase de planchar para apuntar líneas en un papel. Siempre tenía un lápiz con ella y así no perdía lo que había pensado.

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