SALUD

Miedo a la desprotección

La jaula de la agorafobia

La jaula de la agorafobia OLMO CALVO

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No hubo vacaciones para ellos este verano. No existe ese descanso que, durante todo el año, ansía cualquier ser humano, eso que ahora se suele calificar como desconexión; irse, salir, marcharse, viajar, olvidarse de todo y también de uno mismo. No hay paz para los agorafóbicos, sólo la jaula de su propio hogar, su cuerpo en las cuatro paredes que dan seguridad, su cerebro en constante sensación de alerta.

A Esther Pérez Vilches, la mujer de 24 años que observa el mundo desde la ventana de su salón en la imagen de arriba, le gustaría "poder ir sola a ver a su madre, coger un tren" y plantarse en Tarragona -"esas cosas que te dan libertad"-, pero hace cinco años que no es capaz de salir sola de su casa, aunque estar dentro en soledad también le provoque crisis de ansiedad. Sobrevive gracias a su pareja, que le acompaña a cualquier lugar: al médico -es madre de un bebé y está embarazada de cinco meses-, al supermercado, al parque de abajo...

"Siempre tuve ansiedad pero, hace cinco años, comencé a despertarme por la noche con taquicardias, sentía que no tenía aire, que me ahogaba, lo veía todo con puntitos y, a veces, llegaba a caerme", cuenta a EL MUNDO desde su casa en la localidad madrileña de Arganda del Rey. Hace casi un año que vive en Madrid, pero no sabe ubicar la Plaza del Callao. "No conozco la ciudad", reconoce.

'Algo te agarra y te echa para atrás, como una araña que te envuelve'

Salió de su Tarragona natal porque su pareja, César, consiguió un trabajo en la capital. De allí se llevó su diagnóstico, "trastorno de ansiedad generalizada y agorafobia", según su psiquiatra, pero no consideró lo mismo la Administración catalana. "Fui a que me dieran la discapacidad, y me dieron un 35%, ni siquiera pusieron que tengo agorafobia, sólo ansiedad, les dije que necesitaba ayuda porque no puedo estar sola, porque necesito a alguien que me ayude a hacer cualquier cosa". El informe destaca que no tiene tal grado de dependencia.

La suya es, según el psiquiatra Néstor Szerman, jefe de los servicios de Salud Mental-Retiro del Hospital Gregorio Marañón y presidente de la Sociedad Española de Patología Dual (trastorno mental más adicción), una enfermedad "directamente invalidante" que, en el mundo, sufren entre "el 2 y el 4% de los habitantes". "No pueden salir, no pueden trabajar, es muy limitante el grado de invalidez que provoca y, si es grave, no hay ninguna duda", zanja.

"Algo te agarra y te echa para atrás", describe Esther, "como una araña que te envuelve y no te permite avanzar". La envoltura de horror que cargan las personas con agorafobia la describe Neus Córdoba, psicóloga clínica especializada en ansiedad y depresión, con un pleonasmo que poco aclara pero lo aclara todo: "La agorafobia es el miedo al miedo". Córdoba colabora con la Asociación Catalana para el Tratamiento de la Ansiedad y de la Depresión (ACTAD), en cuya página web se dan pautas no sólo para reconocer la enfermedad -para quien la sufre- sino también para diagnosticarla -para quien la trata-.

"Ir a consulta desde la primera crisis y combinar la medicación con la psicoterapia" son herramientas fundamentales para hacer frente a la agorafobia, según esta psicóloga. "Es una enfermedad que, hoy en día, cuesta que se reconozca porque lo que se espera es que se supere pero, muchas veces, es imposible trabajar, porque el enfermo o no puede desplazarse o no puede permanecer [en el lugar de trabajo]".

Miedo a alejarse de casa

Alberto Burruezo está en tratamiento desde hace tres años.

Lo común es creer que la agorafobia supone tener miedo a los espacios abiertos, dado que etimológicamente eso significa (ágora es espacio en griego), pero no es tan sencillo. Desde ACTAD explican que este "miedo irracional y la sensación de desprotección" que implica se traduce, en la vida diaria, en "evitación" de todo aquello que pueda producir ese temor. Y es aquí donde surge la particularidad.

Invisible de por sí, la agorafobia no es igual para todos los que la sufren, aunque sí suele repetirse lo que aterra. A un agorafóbico le puede causar absoluto terror tener que viajar en metro, en autobús o en tren, qué decir de pisar un aeropuerto o montarse en un avión. También les resultan complicados los lugares públicos repletos de otros seres humanos, los centros comerciales, las discotecas, la cola del supermercado, los conciertos y hasta una calle si es demasiado angosta o está muy atestada. En realidad, el gran problema consiste en alejarse demasiado de casa, o de lo que se considera un lugar seguro.

'A veces el enfermo no puede trabajar porque no puede desplazarse'

"Cuando hay mucha gente a mi alrededor la cabeza se me va, pierdo la realidad, no sé cómo describírtelo", detalla Esther, "me siento súper sola, me dicen 'sal, sal', pero no puedo, por más que en casa me agobie no soy capaz de bajar a la calle, no puedo, es imposible".

Y si tuviera que hacerlo, si se viera obligada a pisar el suelo del mundo, su rostro se parecería al del protagonista de 'El grito', el cuadro más conocido del pintor noruego Edvard Munch, que fue agorafóbico, como lo fue la poeta Emily Dickinson;ambos fueron especialistas en retratar la angustia, que es la base del trastorno agorafóbico.

Según la Asociación Catalana para el Tratamiento de la Ansiedad y la Depresión, "la agorafobia tiene tratamientos con un alto porcentaje de éxito", y la psiquiatría opina lo mismo. Dice Nestor Szerman que, "aunque los tratamientos son todavía primitivos, al cabo de varias semanas la medicación consigue aumentar la serotonina", una sustancia que influye en los estados de ánimo. "Pero no mejora los aspectos cognitivos de la enfermedad. La farmacología puede reducir la ansiedad pero no cambia las ideas, por eso es imprescindible la terapia, en especial la cognitivo conductual".

Vidal Cantero, lleva décadas con la enfermedad.

Es el tipo de psicoterapia que ha realizado Alberto Burruezo durante los últimos tres años; tiene 23 y su agorafobia comenzó cuando aún no tenía 20. "Fue de repente, había sido un día normal, salimos de noche con los amigos y me fui agobiando a medida que avanzaba el tiempo, hasta que en el metro, antes de llegar a mi parada, llegué a intentar abrir las puertas, y hasta a tirarme del pelo del agobio que tenía...".

La agorafobia "aparece en personas jóvenes, antes de los 20 o de los 30, y afecta más a mujeres que a hombres", amplía Szerman; "suelen ser personas hipervigilantes a cualquier señal de peligro e hipersensibles a los eventos adversos".

"Aquel verano, mis padres bajaban a la piscina por turnos para que yo no me quedara solo. Cuando llegó septiembre, mi padre tenía que llevarme a la universidad y mi madre se quedaba esperando fuera mientras yo estaba en clase...", recuerda este estudiante de Psicología que hoy sale a correr a menudo y no necesita que su madre le espere fuera del aula.

"Sigo yendo al psiquiatra y al psicólogo, ya casi nunca tomo Lexatin pero sigo tomando Escitalopram, un antidepresivo. Hago una terapia cognitivo conductual que consiste en la exposición a aquello que me da miedo. Te van diciendo: 'hoy intenta pasear dos calles', 'hoy pasea una hora', 'hoy una parada de metro con tu padre', 'hoy intenta coger tres paradas solo'...».

Los 23 de Alberto son los mismos que lleva luchando contra la agorafobia Vidal Cantero, sobre estas letras en la calle Preciados de Madrid. Legionario y paracaidista de profesión, cuando tenía 28 años, mientras iba en metro, escuchó los gritos de unos niños y sufrió un ataque de pánico. Lucha desde entonces. Tanto que se ha convertido en un activista de la diferencia. "Que la administración no me clasifique. La agorafobia incapacita tanto como el trastorno bipolar, pero el bipolar está dentro del sistema". Fíjense en su rostro. Él lo reconoció: "Esta calle me agobia".

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