Es posible que a los más viejos y además aficionados al futbol les resuene. Helenio Herrera fue un famoso entrenador en los años sesentas y setentas del siglo pasado. Lo recuerdo en el Internazionale de Milan, aunque también entrenó al Barcelona, Sevilla, Atlético de Madrid y otros. Fue célebre porque impuso un estilo que luego se expandió por Italia y después al mundo. Le dio magníficos resultados, pero empobreció al futbol. Era ocurrente y dicen que dijo: “Si no te meten gol, no puedes perder”. Una verdad del tamaño de una basílica. Y entonces colocó a sus equipos a la defensiva, replegados, echados atrás, creando el catenaccio, un candado que intentaba —y lograba— que los rivales no llegaran con frecuencia a la portería. Mantener el cero era la primera y más importante misión.

En el país existen muchas cosas que hay que cambiar: ahí están, sin orden ni concierto, las flagrantes desigualdades, el famélico crecimiento económico, la inseguridad y la violencia expansivas, la corrupción “para dar y regalar”, la falta de horizonte para millones de jóvenes, los déficits en el Estado de derecho y súmele usted. Pero hay otras que es menester valorar, defender y si se quiere reformar, pero que sería algo más que una insensatez intentar erradicar junto con las patologías enunciadas. Son construcciones recientes que hacen mejor la vida política (la vida toda) y que solo los talantes autoritarios tienden a despreciar. Enumero algunas porque creo que para defenderlas a lo mejor es necesario “jugar” al catenaccio. Si no las destruimos, si las protegemos, si construimos un cerrojo para preservarlas, los goles contra la democracia serán escasos, quizá nulos.

1. Respeto a la Constitución y las leyes. Tenemos un marco normativo fruto de sucesivas reformas a lo largo del tiempo. Hay mucho que cambiar, pero mientras estén vigentes es necesario exigir que las autoridades (y los ciudadanos) se ciñan a ellas. Ninguna presunta buena intención, ningún antojo, ninguna política debe realizarse por encima de la ley. Es la garantía necesaria para evitar autoridades desbordadas. Lo otro es el reino de la arbitrariedad.

2. División de poderes. México es una República no un sultanato. Cada poder constitucional tiene asignadas facultades y limitaciones. Deben cumplir con las primeras y reconocer y frenarse ante las segundas.

3. Valoración del pluralismo. Nuestro país no cabe bajo el manto de una sola organización, ideología o programa. En su diversidad de visiones, sensibilidades, idearios y propuestas, radica su riqueza. No hay manera de encuadrarlo bajo un solo mando salvo con el expediente de la coacción.

4. Libertad de expresión. Si bien en ese renglón falta mucho por hacer, lo avanzado en los últimos 30 años resulta espectacular. Se trata de una de las piedras fundadoras de toda convivencia democrática y de la posibilidad de que en el espacio público se recreen los más diversos diagnósticos y propuestas. En ese terreno, cuidado con las censuras.

5. Instituciones fuertes, no hombres fuertes. Las primeras, con todo y sus contrahechuras, sirven para que la convivencia social sea medianamente armónica; lo segundo abre paso al reino del atropello.

6. Sistema de mediaciones. La complejidad de la sociedad mexicana no permite, ni remotamente, una relación directa entre gobierno y ciudadanos. Las organizaciones de todo tipo, las instituciones estatales, los medios y las redes, los partidos, tienen que continuar cumpliendo con sus funciones de representación. Nadie puede arrogarse la vocería exclusiva del pueblo.

7. Sociedad civil. De forma paulatina pero incremental se fundaron agrupaciones civiles con agendas y planteamientos propios. Son expresión de la vitalidad y la diversidad que palpita en el país. Fortalecerlas siempre será un antídoto contra todo tipo de resortes autoritarios.

Una política defensiva en esos terrenos parece adecuada. Porque mal citando a H. H., alias El Mago, “si no les meten gol a los pilares de la democracia no podemos perder”.


Profesor de la UNAM

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