Si alguien pregunta en Cangas, Ribadesella o Arriondas por Luis Gonzaga Álvarez Páez, a buen seguro que hará pensar, y muy mucho, a sus interlocutores. Ahora bien, toda cambia, como de la noche al día, si la persona a la que se trata de encontrar responde al nombre de Luis "el Confiteru", una persona que dedicó más de medio siglo de vida a crear un estilo propio en el gremio de la repostería, entre milhojas y almendrados, en la comarca del Oriente.

Natural de Ribadesella, Luis apenas tuvo tiempo de estudiar, salvo su preceptivo paso en su niñez por la Escuela de La Atalaya, ya que se introdujo en el sector laboral con solo 14 años, de aprendiz en la Confitería Las Vegas, de aprendiz. Su primer sueldo era de 400 pesetas a la semana, así como cuatro barras de pan diarias. De aquella no había descansos, lo que acabó desembocando en que cambiase de actividad, aunque seguía residiendo en la misma villa marinera.

Probó en la construcción, como pinche, coincidiendo con las obras de ejecución de las viviendas del barrio de El Cobayu, a la vera de la ría del Sella. Tras un tiempo entre albañiles y peones, le surgió la oportunidad de retornar de nuevo a la Confitería Las Vegas, donde aguantó otra temporada. Tomó la sabia decisión de buscarse otros horizontes profesionales cuando constató que no tenía posibilidades de seguir aprendiendo más, evitando quedarse estancado en plena juventud. Contaba 16 años cuando, ni corto ni perezoso, tomó las maletas y puso rumbo a Madrid. Quería seguir formándose y tuvo la fortuna de toparse con un profesional como la copa de un pino: Diego Mateos, maestro de la repostería, quien había desempeñado su actividad en La Mallorquina, en plena Puerta del Sol. Luis empezó con él en una confitería enclavada en la calle Alberto Aguilera, esquina a Princesa, donde permaneció dos años, hasta obtener la categoría de oficial. "Fue uno de mis grandes mentores", recuerda.

Regresó a Asturias con 18 años, curtido y con un notable bagaje laboral. Encontró trabajo en la capital ovetense, en La Mallorquina. Poco después cambió a la Confitería Auseva, antaño en la Avenida de Galicia. Más adelante pasó a la Confitería Los Leones, aunque las tardes las simultaneaba con otro trabajo en la gijonesa Confitería Helguera. Eran tiempos de mucho ajetreo laboral, enormes ganas de aprender y energías por doquier para poder desarrollar jornadas cotidianas francamente duras. Pero tras el esfuerzo y el tesón llegaban las recompensas.

A los 20 años, casado en primer nupcias, se decantó por montar su propio negocio en Cangas de Onís, más concretamente en la calle del Mercado, justo al lado de la iglesia parroquial de Santa María. Arrendó un bajo por 5.000 pesetas y fundó la Confitería Covadonga, inaugurada en 1971. A base de esfuerzo y buen hacer, todo iría viento en popa. Hubo una época en la que tuvo quince empleados, coincidiendo con el "boom" turístico del final de etapa de la Vuelta Ciclista a España y la visita del Papa a Covadonga.

La excelente marcha del negocio desembocó en la apertura de otra confitería, bajo la misma denominación comercial, en la villa de Arriondas (Parres), a principios de la década de los 80.

En verano era habitual que Luis ofreciera tajo a estudiantes de la zona para que se ganasen algún dinerillo. Además, con él se forjaron algunos profesionales que, con el paso del tiempo, se independizaron y crearon su respectivo negocio -por ejemplo, Tinín el de La Golosa-. Eso sí, las relaciones laborales entre empleados y patrón siempre fueron cordiales, basta recordar que, actualmente, tres de ellos (Chili González, Angelín Tomás y Angelita García), acumulan cerca de cuatro décadas de antigüedad en "la Covadonga". Su estela la sigue su hijo, también llamado Luis.

Aficionado al ciclismo, Luis colaboró con la organización de la Subida a Enol. En alguna oportunidad se encargó de conducir el R-12 Ranchera que poseía llevando en la parte trasera del vehículo a un cámara de TVE que iba recogiendo imágenes de la carrera para su posterior emisión. Otras veces, en la época de Lucho Herrera y otros "cafeteros" en la Vuelta Ciclista a España, se acercaba con sus exquisitos milhojas al punto de información de Radio Caracol de Colombia -en la actual plaza Camila Beceña- para avituallar a los enviados especiales, quienes aprovechaban para promocionar los dulces de "la Covadonga" a la vez que relataban los hitos de los escaladores por los Lagos.

Cuantas comisiones de fiestas acudieron en busca de colaboración, allí se topaban con Luis. Donó tartas gigantescas para las fiestas del Bollín, de Arriondas; también para las de San Miguel, del Cobayu; y, desde los 90, mantiene su compromiso con las de San Cosme, en Nieda, Narciandi y Cabielles, con una milhojas para cuatrocientos comensales. Aún más: cuando sobran pasteles en la confitería, antes de arrojarlos a la basura, los regala para los mayores del Hogar-Residencia Beceña-González. Así lo viene haciendo, solidariamente, desde hace muchísimo tiempo.

Luis disfruta de su merecida jubilación en la localidad natal, en Ribadesella. Seguidor de la Fórmula 1 y del "Nano" Alonso, así como simpatizante del Sporting, una de las grandes anécdotas que protagonizó aconteció a finales de los 90. Actuaban en Cangas los Bordini, funanbulistas, y uno de los números del espectáculo era pilotar una moto por un cable a más de 20 metros de altura, sobre el "Parquín", saliendo de la torre de la iglesia. "El confiteru" fue el voluntario que se ofreció a subirse a aquella moto ante el asombro de sus convecinos. Ni miedo, ni vértigo, ni leches. "Lo que me da miedo es llegar a fin de mes y no poder pagar las nóminas", acuñó aquella tarde.