27 enero 2016

Vuelvo a mi despacho. Empieza el tiempo de otros. Gracias a todos.

Mañana, 28 de enero de 2016, Victoria Ortega tomará posesión como presidenta del Consejo General de la Abogacía Española. Dejo, por tanto, en unas horas, de representar a esta magnífica profesión, después de 15 años de intenso trabajo.

Cuando era estudiante de Derecho y  ganaba algún dinero vendiendo mis pinturas para ayudarme en los estudios, no podía imaginar siquiera que llegaría hasta aquí. Ni en el mejor de mis sueños. En estos 15 años he podido hacer lo que más me gusta: pelear. Pelear –como solo los aragoneses sabemos hacerlo- por el Derecho de Defensa, por los abogados, por su mejor formación, por el Turno de Oficio, por los derechos de los más desfavorecidos, por los Derechos Humanos en definitiva. Cada día, todos los días.

La abogacía es un elemento básico para el funcionamiento de la sociedad, para la gestión de las tensiones y conflictos que en ella se producen y, por supuesto, es imprescindible para el funcionamiento del Estado de Derecho. Nos debemos a los ciudadanos, especialmente cuando se arriesgan sus derechos fundamentales. Por eso, uno de los logros de los que me siento más orgulloso en estos años es que haya una Ley de Acceso a la Abogacía que sin duda nos sitúa en la órbita de los países europeos de nuestro entorno y, sobre todo, garantiza mejor formación para defender mejor los derechos ciudadanos.

Llegará un día en el que la formación será igual para todos los juristas: jueces, fiscales, abogados… y así se llegará a la igualdad de partes en el proceso.

En esta pelea por la dignidad de la profesión, quizá haya sido incómodo para los poderes públicos. No me arrepiento. En el Consejo General de la Abogacía no tenemos poder, pero muchas veces tenemos razón. Y cuando se tiene razón es legítimo, es obligado reivindicarla ante quien pretende arrebatárnosla sin escucharnos siquiera. He intentado ser ponderado siempre, dialogar, escuchar, buscar el consenso, pero no me ha callado nunca, porque la voz de la Abogacía nunca debe enmudecer ante ningún poder que pretenda menospreciarla.

Nací en 1948, un mes antes de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y creo que eso me ha marcado. A menudo repito que “en cada despacho de abogados hay una oficina de Derechos Humanos” y el artículo 1º de la Declaración Universal* ha cerrado cada año mis intervenciones en la entrega de los Premios Derechos Humanos de la Abogacía y en otros muchos foros.

El acceso a la justicia es uno de estos derechos universales. Por eso nos opusimos, desde antes de que se aprobara, a la Ley de Tasas, y no cejamos hasta que conseguimos que se derogara para las personas físicas. Nos pusimos la toga para defender en la calle el sistema de justicia gratuita que permite la defensa de los derechos de las personas con menos recursos y para defender la dignidad de los profesionales del Turno de Oficio, tan extraordinarios como mal retribuidos.

Han sido 15 años intensos, impagables. Una época magnífica repleta de afectos y de actividad en los que he dado todo por representar y mejorar una profesión extraordinaria y a los 83 Colegios de Abogados y a los Consejos Autonómicos. Si en algo me equivoqué, si a alguien molesté, pido disculpas. Yo lo he dado todo. Ahora es el tiempo de otros. Victoria Ortega, con su acreditada capacidad de trabajo, entrega y determinación liderará, infinitamente mejor que yo, un nuevo proyecto para la Abogacía.

Vuelvo a mi despacho, de donde salí, para ser lo que siempre he sido: nada menos que un abogado.

Gracias a todos.

* Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

 

 

 

 

 

 

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