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El informático que descifra la correspondencia de Felipe III

José Luis Rodríguez, doctor en Filología e ingeniero informático

Álvaro Hernández

Las intrigas palaciegas propias de las novelas de capa y espada no son exclusivas de la literatura. De hecho, aunque el cifrado parezca algo de lo más moderno, ligado a la seguridad informática, lo cierto es que la historia de la criptografía hunde sus raíces en la Antigua Grecia.

El cifrado fue evolucionando desde entonces, pero jamás cayó en desuso. Entre otras cosas, se crearon complejos sistemas para sustituir los caracteres de las cartas por otros con los que ocultar mensajes confidenciales. Sin ir más lejos, los Reyes Católicos y sus sucesores, incluyendo al emperador Carlos V, recurrieron al cifrado de su correspondencia como método de protección de sus secretos.

A día de hoy, en la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid, el doctor en Filología e ingeniero informático José Luis Rodríguez trabaja en el criptoanálisis de una suculenta muestra de correspondencia del siglo XVII con el objetivo de descifrar, entre otras, las cartas de Felipe III, el Austria apodado como “el Piadoso”, inmortalizado en una estatua ecuestre en la Plaza Mayor de la capital.

“Nuestro corpus lo constituye la correspondencia cifrada procedente de la biblioteca del conde de Gondomar”, explica el filólogo a HojaDeRouter.com. El citado aristócrata es Diego Sarmiento de Acuña, un cortesano cuya amistad con el Duque de Lerma, valido del monarca, le permitió acceder a la misión de representar al por entonces imperio en la corte inglesa durante casi una década, desde 1613 hasta 1622.

Además de 6.500 libros, la biblioteca del conde de Gondomar incluye las cartas del noble, entre las que se encuentran las que tuvo que intercambiar con el propio Felipe III como embajador de España en Inglaterra. No obstante, por la relevancia de muchas de las misivas que enviaba el monarca (que requerían una confidencialidad especial, habida cuenta de la enemistad entre ambas naciones), esa correspondencia está cifrada. Ahora, el reto es descubrir qué había escrito en ellas.

“En primer lugar, tratamos de familiarizarnos con el sistema criptográfico que se está utilizando en esta época. Para ello, nada mejor que descifrar cartas de las que conservamos la clave utilizada para su cifrado”, detalla Rodríguez. Un buen número de las que forman parte de la colección de la Real Biblioteca están acompañadas de su solución, obra del denominado “secretario de lenguas”, el encargado de traducir los textos cifrados para mostrar el mensaje original. “Esto nos ha facilitado la reconstrucción de alguna clave, también denominada nomenclátor”, resume.

Como no sucede lo mismo con todas las que componen la colección del conde de Gondomar, descifrarlas no resulta sencillo. “Se utilizaba una cifra de tipo homofónico, en la que cada signo del texto plano tiene más de una posibilidad de traducción al texto cifrado”, explica Rodríguez.

De esta forma, el secretario de lenguas encargado de cifrar el texto tenía cuatro opciones distintas para cambiar cada vocal, eligiendo de una forma totalmente aleatoria. Pero esa no era, ni mucho menos, la única trampa a la que debía enfrentarse aquel que deseara descifrar una misiva interceptada: “Existen también combinaciones de dos o tres caracteres, con o sin diacríticos, que corresponden a un solo carácter”, cuenta Rodríguez.

Para colmo, algunas palabras esperables en este tipo de correspondencia se cifraban de una forma previamente estipulada (“el término ‘embaxador’ podía estar representado por un número como ‘145’”, ejemplifica el filólogo) y, además, se solían introducir otros símbolos sin significado alguno con el objetivo de ponerle las cosas más difíciles si cabe al enemigo.

Secretos de Estado

Estas y otras precauciones que tomaban el monarca y el propio conde respondían, sencillamente, a la importancia de las instrucciones que se estaban impartiendo a través de las cartas. Muestra de ello es una de las misivas de la colección que ya han sido descifradas. En esta, Felipe III daba órdenes claras al embajador sobre cuáles debían ser las líneas rojas de la negociación que debería haber concluido con el enlace entre la hija menor de Felipe III, la infanta María Ana de Austria, y Carlos de Inglaterra, Príncipe de Gales.

La boda serviría para unir a las dos potencias más importantes de la época y asegurar, con ello, la paz. Sin embargo, el enlace debía sortear el mismo obstáculo que venía distanciando a ambos países: la religión. “Amparándose en las deliberaciones de los teólogos, en las dificultades, aunque no imposibilidades, que encuentran en este casamiento, se insiste en la necesidad de que los hijos de ese futuro matrimonio sean bautizados y educados en la religión católica, y en que incluso los criados de la casa de la infanta profesen esa religión”, se dice en la correspondencia analizada por Rodríguez. Principalmente por aquella razón, finalmente, las negociaciones no llegaron a buen puerto.

El trabajo de José Luis Rodríguez difiere en algo de aquel que tenían que desempeñar los secretarios de lenguas para descifrar las cartas recibidas. Sin el nomenclátor en su poder, Rodríguez recurre a ‘software’ estadístico que permite extraer patrones y, finalmente, hallar la clave de las cartas recibidas por Gondomar.

“Hay una labor previa, ineludible y laboriosa, que es la edición textual, es decir, la transcripción de la carta cifrada”, explica el filólogo. Tras copiar en el ordenador las cartas redactadas con la compleja (y a veces incomprensible) caligrafía del siglo XVII, el trabajo prosigue con la ayuda la informática. “Usamos programas estadísticos que nos permiten aislar los caracteres y las combinaciones más frecuentes”, describe Rodríguez. Conociendo la frecuencia, explica el ingeniero, es posible comparar determinadas letras con las cifradas a través de alguna clave conocida. “Y así, poco a poco, llegamos a reconstruir el nomenclátor no conservado”.

“El sistema de sustitución homofónica tiene una gran fortaleza, pero no es infalible”, señala Rodríguez. Muestra de ello son las cartas recibidas por Gondomar en torno a 1618 anunciando un cambio de clave, con los problemas que ello suponía: transportar el nuevo nomenclátor de forma segura, establecer a partir de qué momento se llevaría a cabo la sustitución, etc. “La clave tiene una vida bastante limitada”, sentencia. Y a él le corresponde la difícil labor de romperla.

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Las imágenes son propiedad de Patrimonio Nacional

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