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Hace unas veinte horas que llegué al final de La broma infinita. Durante ese intenso domingo en el que devoré las últimas 200 páginas intenté parar varias veces. Mi cerebro decía “para, lo acabas mañana”, y me levantaba y hacía cosas como comer o fregar los platos o salir a que me diera el aire, pero enseguida me encontraba otra vez en el sofá, con dolor de cuello pero cierta compulsión que me atrapaba. Como si La broma infinita, el clásico contemporáneo de David Foster Wallace, -esto se ha dicho mucho -fuese la película que le da nombre, el Entretenimiento que hace que la gente no quiera más que verlo una y otra vez, olvidando sus necesidades básicas con desenlace fatal.

Desde que cerré el libro, el domingo a medianoche (¿debo mencionar que yo me acuesto normalmente a las 11 por eso de poder madrugar y ser feliz a la vez?), he leído foros, releído las primeras y las últimas partes y algunos pasajes del medio y escuchado un par de podcasts sobre él. Como alguien que ha llegado al otro lado de ese temible túnel de casi 1.100 páginas (más 100 de notas al final), me siento casi obligada a dar esos consejos y comentarios que a mí me hubiese gustado que alguien me diese. O no. Nada es seguro en este mundo.

1. Ten miedo (pero no tanto). Yo llegué a La broma aterrada, tras escuchar historias de gente lectora que nunca había pasado de las 200 páginas, tras aparecer en tantas listas de libros que se abandonan, de libros difíciles de leer. Quizá por eso lo primero que me sorprendió fue que, en realidad, La broma infinita no es difícil de leer. Es largo, exhaustivo, con muchos personajes y líneas argumentales que no siempre sabes adónde van (quizá a una nota de varias páginas), pero cada uno de sus pequeños capítulos, incluso los más descriptivos, es pura narrativa.

2. Dale tiempo. Empecé el libro en mayo, de viaje en Boston (me pareció perfecto), y lo reempecé a finales de mes, cuando volví, porque no es la lectura de viaje más recomendada. Lo acabé ahora, tres meses después. Para no desesperar es necesario tener claro que te llevará tiempo, que no es un libro que debas despachar en dos semanas de lectura intensa. Al principio, sobre todo, la lectura era lenta y mi cerebro pedía parar cuando llevaba una hora leyendo. Para descansar y procesar. Leí otros libros a la vez, pero cada vez se fue haciendo más difícil abandonar el universo de los Incandenza. Las últimas 200 páginas las leí en un fin de semana, porque, sí, cada vez vas más rápido y cada vez lo necesitas más.

3. Usa dos marcapáginas. Pequeño consejo práctico: uno para la parte de la novela y otro para las notas. Hace que todo sea mucho más fácil.

4. Es divertido. David Foster Wallace dijo en una ocasión que uno de sus problemas como escritor era su necesidad de llenarlo todo de gags cómicos, de escenas que quizá no aportaran demasiado a la historia pero que siempre acababa escribiendo como si quisiera decirle todo el rato al lector: “¡mírame! ¡mira qué buen escritor soy!”. La broma infinita no es ninguna excepción y está plagada de pequeñas escenas y detalles (normalmente de humor negro y tragicómico, siempre con cierto poso de ternura) que harán que a veces sueltes una carcajada, otras te sonrías, y otras pienses con cariño “ay, David, qué tonto eres”.

5. Y terriblemente triste. Una cosa no quita la otra. La broma infinita es a veces cómica, sí, pero es sobre todo triste: habla de gente con adicciones, de depresión, de incomunicación y de cómo intentar ser humano en un mundo que a veces nos obliga a abandonar toda Esperanza (esa mayúscula es a propósito, ya entenderás cuando seas mayor leas el libro).

6. Olvida el concepto de “extra”. ¿Por qué es todo tan exhaustivo? Uno de los personajes ofrece una pista al final, hablando de la injusticia de que en las obras de ficción haya figurantes o extras, personajes a los que no se les permite más que aparecer de fondo moviendo la boca sin que nadie pueda oír lo que dicen. La broma infinita tiene sus principales y secundarios, pero no parece tener extras: de todos sabremos algo, leeremos su historia, indagaremos en su pasado o su presente. A veces con continuidad, otras como mero reconocimiento de que son algo más que una sombra borrosa de fondo.

7. No tienes que saber de tenis. Una de las quejas que más he leído por ahí de gente que no logró pasar de la página 300 es que el libro está demasiado lleno de pasajes largos y aburridos sobre tenis. No es así. Que en un libro de 1200 páginas (con notas) en el que la mitad de los personajes viven en una academia de tenis haya de vez en cuando partidos es inevitable, pero esos pasajes no llegan al 1%. Y, de todas formas, no importa tanto cómo golpean la pelota sino lo que piensan o sienten mientras lo hacen. Si no te gusta el tenis, imagina que están simplemente compitiendo en cualquier otro juego o aspecto de la vida.

8. Confía en Foster Wallace (y en ti mismo). Las primeras páginas son un reto que harán que te preguntes si la cosa va a ser tan caótica todo el libro (un poco sí, pero de forma accesible) y que dudes de tu capacidad como lector. ¿Cómo recordar todos esos personajes, todos esos hechos sin conexión aparente, toda esa información que llega en cada línea? ¿No es esto para gente mucho más inteligente? Respira hondo y confía en el autor: el libro tiene la fama que tiene y el principio no hace más que confirmar nuestros temores, pero David Foster Wallace dijo en varias ocasiones que quería que la gente lo leyese (por eso las notas están al final y no son simples digresiones en el texto). Y es legible. Poco a poco el tiempo se vuelve casi lineal y los personajes emergen como principales. Los vas conociendo y les vas cogiendo cariño, te alegras cuando aparecen Mario o Pemulis, te preguntas cuál es la historia de Madame Psicosis (la sabrás) y acabas sintiendo a Don Gately casi como un amigo. Quieres también darle un abrazo a Ortho “La Oscuridad” Stice cuando cree que se ha vuelto telecinético, pero esa es otra historia.

9. El principio es el final. ¿Por qué no entiendes nada en esas primeras 50 páginas? Sencillo: te falta saber el resto. Enseguida la acción se centrará en un solo año y medio olvidarás ese comienzo. Te acordarás de vez en cuando y te preguntarás qué es lo que pasa. Te lo preguntarás de nuevo al llegar al final y releerás el principio (es inevitable) para empezar a atar cabos. Y querrás repetirlo todo otra vez.

10. El final es solo el principio. Llegar al final es comenzar la obsesión, buscar señales, respuestas y, finalmente, caer en el infinito mundo de Internet, donde encontrarás teorías, tesis sobre el libro, y foros llenos de gente que, como tú, siente que no entiende y que a la vez lo entiende todo.

Foto Jenni Konrad