Eduardo Mangas metió al Gobierno en un gran enredo político. Lo dejó en una posición incómoda, expuesto a la sospecha, tanto frente a la estrategia seguida hasta hoy, como por los antecedentes de la transición política que revelan sus filtradas confesiones. El poderoso secretario general de la Administración, y a la vez secretario particular del presidente Moreno, ha dado nuevos y poderosos argumentos a quienes desconfiaban del Gobierno para que rompan filas y se lancen a la gran batalla para definir la agenda posrevolución ciudadana. Los primeros en saltar a la escena han sido los empresarios y los indígenas.

Mangas revela intimidades de la transición que hunden más a la Revolución Ciudadana y muestran los conflictos internos previos al cambio presidencial. El gobierno anterior y Alianza PAIS –según revela– sabían que las denuncias de corrupción formuladas por Fernando Villavicencio y la Comisión Anticorrupción –a los que califica de actores tenebrosos– eran verdaderas, pero dejaron que llegaran al siguiente gobierno como una bomba de tiempo. La respuesta del nuevo régimen fue el sacrificio de Glas, llevarlo al cadalso; liberarse de quien había sido impuesto por Correa, se había convertido en una pesadísima carga política, y hacia quien no existía ninguna lealtad.

¿Triunfaron en las elecciones? Mangas sugiere que no ganaron ni la primera ni la segunda vuelta, que sus encuestas los daban como perdedores pero el equipo de Correa les aseguraba un triunfo por 15 puntos. El infierno interno que revela Mangas reforzará la postura de quienes denunciaron la existencia de un fraude en el proceso electoral último. ¿Cómo ganaron? Tampoco confiaban en la transparencia de las cifras económicas dada la situación crítica del país. Y por último, Mangas revela los abusos de Correa con el consentimiento de Moreno: tres funcionarias de la embajada en Bruselas son asistentes personales del expresidente y un equipo de seguridad lo cuida de sus paranoias. Sabroso material de los intríngulis de Alianza PAIS que ayudan a entender la caótica transición que vivimos.

Las declaraciones de Mangas, sin embargo, aceleran los tiempos políticos y adelantan el escenario de lucha por el poscorreísmo. Si hasta la consulta el ambiente debía ser armonioso para sepultar políticamente a Correa, Mangas lo echó a perder casi todo. Ha levantado una ola de enorme desconfianza hacia el Gobierno y ha generado una pérdida de credibilidad sobre el propio presidente. Si Moreno quiere salvar el diálogo, devolver confianza al estilo de la mano tendida, tendrá que dar señales claras, contundentes, inmediatas de un giro profundo en la gestión gubernamental. No importa que la tesis de Mangas sobre el diálogo como una estrategia para sacar a la sociedad de la polarización sin ceder nada, sea simple y hasta absurda, el daño está hecho. ¿A quién se pretende engañar: El Gobierno a sus interlocutores. O Mangas a los suyos?

Terminada la luna de miel del anticorreísmo, le llegó la hora cero a Moreno. El presidente está hoy obligado a desvirtuar las sospechas de un diálogo fraudulento o a reafirmarlas con una clara militancia aliancista mediante la vuelta –como repiten con insistencia– a un Montecristi purificado. Su imagen de político bonachón y sincero ha recibido un remezón duro desde sus propias filas. ¿Podrá restaurarla? Lío de Mangas. (O)