Psiconeurología Lunes 24 de Agosto

Confesiones de un ex fumador

Raúl Alejandro Leani (Psiconeurólogo). Consultorios Barrio Martin.

Abandonar la adicción al tabaco constituye una decisión trascendental; es mudarse de un mundo conocido a otro modo de sentir y de vivir.

La mayoría de los cigarrillos que consumen los fumadores están destinados a amortiguar las tensiones y las ansiedades cotidianas. En realidad, se fuma para resistir, para aguantar. Muy pocas veces se fuma para darse el gusto. El tabaco es un opiáceo, esto explica que cuando se lo deja uno piense que ha perdido un goce. Resaltar el daño que produce el tabaco ya es demasiado conocido, incluso el dramaturgo ruso Chejov escribió una obra de teatro sobre los males del tabaco; esto hace que no se tenga en cuenta la ansiedad y angustia cotidiana que se oculta en el subconciente del fumador.     

Al cigarrillo se lo consume para reducir tensiones, ansiedades o miedos, funciona a modo de sostén. Paradójicamente, dejar de fumar produce ansiedad, incluso hay quienes sufren confusión, otros inseguridad, se dice que es por la abstinencia.  En realidad, se trata de una verdad a medias. La tensión, la ansiedad, el desasosiego, son estados que estaban antes que la persona fumara. El cigarrillo hace de sedante, los atenúa, los tapa, pero no desaparecen, los oculta; reaparecen cuando dejamos de fumar, entonces es cuando tendríamos que resolver esos incómodos síntomas. ¿Cómo? Comencemos a hacer otras cosas, actividades útiles que antes no hacíamos.   Un hombre me decía: “empecé a diseñar artesanías en madera; ¡me hace sentir muy bien!”. Claro, sus manos pasaron a estar utilizadas en otra cosa; y hay un agregado invalorable: realiza una práctica creativa que desarticula la repetitiva compulsión táctil y oral tabáquica. 

Ser fumador no es cualquier cosa, es haber configurado una rutina cotidiana,  una manera de relacionarse con uno mismo, con los otros y con lo que nos rodea. La adicción al tabaco es tan fuerte como a la cocaína. El fumador es propenso a no disfrutar del aire libre y la naturaleza. Ni hablar de practicar deportes. Come para fumar, toma mate para fumar, bebe café para fumar, se junta con amigos (por lo general fumadores) para fumar. El centro sobre el que orbita de su vida es el cigarrillo. No se da cuenta de eso. 

El ex fumador será una persona más sana, habrá un mejoramiento radical de la salud corporal, pero será también más fuerte, porque la adicción debilita, quita fuerzas, porque las concentra permanentemente en el hábito. 

Abandonar la adicción  al tabaco constituye una decisión capital, trascendental; es mudarse de un mundo conocido a otro modo de sentir y de vivir. Dejar de fumar genera una vivencia de lucha y victoria personal que se transforma en superación y autoestima. El ex fumador será una persona más sana, habrá un mejoramiento radical de la salud corporal, pero será también más fuerte, porque la adicción debilita, quita fuerzas, porque las concentra permanentemente en el hábito. ¿Qué hice yo?: comencé a correr. Jamás pensé que me vería trotando, sintiendo el suave pasto bajo mis pies, aspirando el aire sano que viene del río y las islas; me produjo una sensación de fortaleza y bienestar físico que nunca antes había sentido.  Dejar de fumar generó nuevas relaciones con mi entorno y conmigo mismo. Confieso que me creó un plus de estrés durante un corto tiempo, pero fue un estrés sano, el estrés de una vida nueva, no el distrés destructivo de mi vida de fumador. 

Dejar de fumar es atreverse a enfrentar cambios cotidianos. El cigarrillo es para el fumador como una patria, un sistema rígido de referencias, de  afectos con su adicción. Para romper con el tabaco, contra lo que habitualmente se piensa, se necesita algo más que una firme voluntad; significa decir adiós a una vivencia personal sostenida durante décadas para entrar en la exploración de un mundo nuevo donde se busca mejorar y probablemente llegar a ser otro. Lo digo yo, que fui un fumador de veinte cigarrillos diarios; que sufrí el dolor por la ausencia definitiva de la muerte por la adicción al tabaco de mi padre a los 51 y de mi hermano a los 58. Sí, vivir sin puchos es vivir en medio de una claridad y una fortaleza impensada.  


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