Lo que vale un buen café en Galicia

La Voz

YES

MARCOS MÍGUEZ

Tienen historia. La particular de cada uno de nosotros y la de tantos escritores y artistas que se han sentado a disfrutar de su encanto. Yes hace un repaso por los cafés con leyenda que todavía perviven para nuestro disfrute

26 sep 2015 . Actualizado a las 19:39 h.

Sentarse a tomar un café, pero un café de los de verdad cuesta mucho más de lo que creemos. Con el calorcito y el placer que dan los lugares auténticos, de los de toda la vida, de los que no pasa el tiempo por ellos, de los que si las paredes hablasen contarían la historia real de cada uno de nosotros. De nuestros abuelos sentados cogidos de la mano o de nuestro corrillo universitario, de los apuntes desbordados en el último minuto antes del examen, de las resacas tambaleantes del día después y de los cuchicheos de los de al lado. Hay cafés que tienen mucha historia. Y en A Coruña una historia de postal perfecta como el de La Dársena (que no El Dársena). Con ese ventanal recogido mirando al puerto. «Estamos tan acostumbrados a esta imagen que ni reparamos en lo bonita que es; de repente tenemos un impresionante crucero ahí y ni lo vemos», cuenta Jorge, ahora al frente del café, desde que sus padres lo cogieron en 1974. 

El primer piso

Los dueños anteriores vivían, como era común entonces, dentro del local, en un primer piso que ahora no está disponible para la clientela. «Hace unos años era el lugar escogido de las parejas -explica Jorge-, pero ahora solo lo adecentamos para algunas reuniones, como las que ocasionalmente organiza el escritor Manuel Rivas, un fijo del café». La Dársena cambió su decoración en los años noventa para recuperar su encanto, se quitaron las sillas de escay por las de madera y el suelo se retocó en ese reflejo de guardar el pasado. Antes que café, este bajo de O Parrote fue un taller de reparación de barcos y taberna portuaria. Hoy su terraza es de las más cotizadas a la hora del aperitivo del fin de semana. 

Es la otra solana, para los que eligen disfrutar del vermú y la cerveza con los rayos del mediodía a la espalda. 

Porque también los gustos han cambiado, Jorge lo achaca a la ley antitabaco, que ha hecho que el local se haya desahogado mucho dentro: «Cuando yo era pequeño, se servían muchos vasos de leche, y había otra clientela fija; hoy quedan algunos habituales, pero pocos. Claro que nuestra ubicación es inmejorable». Lo dice porque por la pasarela que desfila desde el Finisterre, hace poco vieron al batería de Maná y Risto Mejide también entró este verano. «Y por supuesto, innumerables artistas y escritores», añade. El café, por si se quieren pasar, merece su precio: 1,20. Seguimos nuestra ruta de históricos por Ferrol, que tiene unos cuantos. Pero entre ellos no podía faltar el emblemático Derby. Abierto desde el año 1933, sigue siendo un punto de encuentro para ferrolanos de todas las edades. Por algo está en plena calle Real, aunque abrió cuando todavía se llamaba calle de Sinforiano López. Y ya llovió. 

La gran reforma llegó en el 61, cuando dejó de ser restaurante y se convirtió en cafetería. Y ahora, hace menos de un año, cambió de dueños y pasó por las manos de la decoradora Belén Sueiro. Eso sí, una cosa sigue intacta: su barra. Esa eterna herradura sobre la que se posan sus cafés los de antes y los de ahora. Porque el Derby, como el buen vino, mejora con los años. Y, como los viejos rockeros, sigue estando de moda.

De catro a catro

Vigo es una ciudad joven, así que histórico aquí es todo lo que tiene más de 30 años. El café De Catro a Catro entra dentro de esa clasificación. Por esa y por otras razones, de más calado, incluso, que el mero paso de los años. Y es que allí, en un entorno cálido como el que proporciona la madera que forra su suelo y sus paredes, ocurren muchas cosas mientras parece que no pasa nada. El local, que toma su nombre del poemario de Manoel Antonio, se encuentra muy cerca de dos institutos con solera de la ciudad (Santa Irene y Santo Tomé), por lo que buena parte de su clientela carga con mochilas, carpetas y libros. El café lo fundaron hace 34 años Manolo Romero y Juan Manuel Rodríguez con la idea de que fuese un establecimiento para la tertulia y la charla reposada. Jubilados ya los socios, hace mucho que está en manos de uno de sus antiguos camareros. Breogán Cabezas ha seguido al dedillo la pauta de los primeros patrones, lo que significa que el ambiente cultural sigue siendo una de las marcas de la casa, siendo un bar frecuentado por artistas, escritores e intelectuales.

Pero el Catro, como se le conoce, cuenta también con una abundante oferta de juegos de mesa donde además organizan campeonatos de cartas de Magic, y es sede de numerosos espectáculos de magia, teatro, exposiciones y conciertos. Y también fomenta la didáctica, ya que desde el año pasado dedican un par de tardes a las tertulias en varios idiomas, lo que permite a la clientela sumarse si le apetece poner en práctica con nativos sus conocimientos de lengua extranjera. El café organiza además un concurso de relato breve y no olvida tener en su carta bebidas en boga, como las ginebras premium. Pero lo que sobresale en su favor es el ambiente familiar. Se está como en casa.

De casaca y galones

Hasta hace apenas un año el Carabela era famoso porque sus camareros llevaban casaca, con galones incluidos. Casi ninguno bajaba de la cincuentena y, aunque no eran excesivamente condescendientes, formaban parte del café más famoso de Pontevedra, tanto como su decoración como por sus mesas de madera y sus rincones de ventanal con bancos tapizados en terciopelo granate. Aunque acaba de cambiar de manos, las chaquetillas ya no están y el tapizado es en piel beige, el Carabela sigue siendo único por muchas razones: la principal es que tiene la terraza más céntrica -en la plaza de A Ferrería- de una ciudad que se caracteriza por su afición al escaparatismo; al de verdad, el de las personas. Sus sombrillas blancas que sustituyeron a las metálicas que antes deslumbraban a los comensales con cada rayo de sol, rodean la fuente de la praza da Estrela. En ella se juntan a la misma hora del mismo fin de semana muchas personalidades insignes de la tradición pontevedresa con los que sobrevivieron a la noche anterior. No es lugar para adolescentes, eso sí. De treinta para arriba todo el mundo es bien recibido y comparte armoniosamente resaca con niños correteando alrededor del pequeño estanque. 

Entre los cambios de la nueva gerencia destaca la recuperación del bar de Lugo, anexo al Carabela, como reservado y chill out, y una carta de comidas. Y eso que en Pontevedra la competencia de cafés históricos llegó a ser leonina: desde el todavía vigente Café Moderno, dominado por la madera y un agradable aire intelectual, hasta el ya remozado Savoy, justo al otro lado de A Ferrería.Y, en medio, Pontevedra.

Un baile del Casino, en Santiago, inspiró una escena  de La Casa de la Troya, de Pérez Lugín. En sus sillones se sentó Valle Inclán y casi un siglo más tarde, José Saramago. Castelao hizo un dibujo que tituló Cousas do Casino, y muchos médicos como el rianxeiro elaboraron sus tesis sobre sus mesas. 

Aquí nadie es forastero

A sus ventanales de la compostelana Rúa do Vilar se siguen asomando los paseantes, como en 1873 cuando se inauguró, pero a diferencia de entonces, ahora todo el mundo es bienvenido. La apertura al público de este histórico club se remonta al 2001, cuando el empresario Antonio Riveiro se hizo cargo «de este reto». Se niega a denominarlo negocio, que lo es, pero desde el principio quiso que la impronta cultural y la memoria de Compostela se impusiera a la mera actividad hostelera. Y que conste que aparecer en casi todas las guías turísticas y estar plantado en una de las rúas nobles de la ciudad no significa que todo sean ventajas: «Se trata de un local muy costoso de mantener y requiere diez empleados», recuerda el gerente, que explica que los trabajadores más veteranos, además de servir cafés, cócteles y aperitivos, se emplean a fondo para relatar con brevedad la historia del local. Lamenta Riveiro que el Casino siga siendo «un gran desconocido» para los compostelanos y una visita obligada para los de fuera, que no perdonan un café entre las paredes decoradas a finales del XIX por el ebanista local Maximino Magariños. Presidiendo, un piano que desde hace unos meses está en silencio a la espera de una revisión de la normativa de espectáculos. «Esto en cualquier ciudad de Europa sería incomprensible», dice el gerente. 

Texto: Sandra Faginas, Noelia Silvosa, Begoña R. Sotelino, Carmen García de Burgos y Juan Capeáns