El show del corazón sangrante

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El show del corazรณn sangrante



El show del corazรณn sangrante Juan Mendoza


Š2016, Juan Mendoza 1ra Edición con Vodevil Ediciones: Septiembre, 2016 Dibujo de portada: Gerardo Castillo Impreso y hecho artesanalmente en MÊxico Contacto con la editorial: vodevilediciones@hotmail.com www.facebook.com/vodevilediciones twitter: @vodevil_letras


Este concierto está dedicado a todas las mujeres que sólo pudieron ser realidad en la ficción. Y muy especialmente a la única que, aunque parezca ficción, no puede dejar de ser realidad.



Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Fade in . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Mysterious Ways . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Condemnation . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 Beso de ginebra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 We Only Come out at Night . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Free . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 Half The World Away . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 Ever Fallen in Love (With Some You Shouldn’t) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 Beautiful Ones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Dedicated . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 Happy House . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143



Prólogo Antídotos para el ardor

Quizá la primera tragedia que vive el adolescente posmoderno es la decepción amorosa. (Y subrayo posmoderno, ya que antes del siglo XX un muchacho de doce años era todo un adulto y estaba demasiado ocupado deslomándose con el arado o escupiendo los pulmones en las minas como para preocuparse de que una morra le volteara jeta). Esa cruda vivencia de sentir el pecho borbotear por una persona que ni siquiera se digna a vernos, o peor aún, que se la pasa jugando con nuestros sentimientos con encantadora crueldad, es nuestro umbral al mundo adulto. En ese momento dejamos la niñez por completo, pues nos damos cuenta que no somos ni tan listos como nos dijo nuestra madre, ni tan guapos como afirmó nuestra abuela, y nos convertimos en viles papalotes al imperio de los huracanes femeninos. ​Varias plumas notables han tratado el problema de la primera decepción amorosa. Está, por supuesto, el clásico Las desventuras del joven Werther, de Joseph Wolfgang Von Goethe (1749-1832), que bien puede considerarse uno de los primeros bestsellers de la historia. En ella, el también autor de Fausto narra, por medio del género epistolar, los fallidos intentos del apasionado Werther por enamorar a Lotte, una mujer comprometida. Tales esfuerzos, sobra decir, resultaron infructíferos y el azotado estudiante terminó metiéndose un disparo en el corazón. El éxito de la obra fue tal que ocasionó una epidemia de suicidios de jóvenes que trataban de emular a su héroe literario. Otro 11


referente importante es El arte de amar, de Ovidio (43 a.C.17 d.C), que no es sino un práctico manual para convencer a la amada de compartir fluidos en todas las posiciones y formas posibles. Por supuesto, la cruda sexualidad con la que el poeta latino aborda el tema ruborizaría a más de uno, pero hay que entender que los romanos de tiempos de Cristo, amantes de las orgías y el sexo convexo, eran mucho menos tetos que nosotros. En la segunda parte de su obra, titulada puntualmente Los remedios del amor, Ovidio hace un recuento de simpáticos y lógicos consejos para que el joven amante olvide a la ingrata que lo abandona por alguien de mayor envergadura o pecunio. Aconseja, por ejemplo, visitar a la fémina a tempranas horas de la mañana, cuando aún tiene las chinguiñas pegadas a los ojos, los mocos en la nariz y el cabello desmelenado, una visión, por supuesto, atroz en la mayoría de los casos. Por último, no se puede dejar de mencionar al Anafrodisíaco para el amor platónico, del autor italiano Ippolito Nievo (1831-1861). Este libro, escrito cuando su autor tenía diecinueve años, es una sátira mordaz de su primera decepción amorosa que se basa en las apasionadas cartas que Nievo le dedica a su desdeñosa amante, Matilde Ferrari. La conclusión del joven autor, luego de soportar las veleidades y desplantes de Matilde, es que el amor platónico y límpido es una colosal sinrazón que debe curarse con buenas dosis de arrimones epidérmicos y visitas al congal de confianza. Juan Mendoza (Naucalpan, 1978), se une a la previa lista de crónicas del desamor con el presente libro, El Show del corazón sangrante, en donde el personaje protagonista, quizá un desdoblamiento del propio autor, da cuenta de sus primeros y desventurados enamoramientos. Estudiante, escritor underground y músico, el Juan ficticio va paladeando las hieles del amor 12


gracias a los caprichos de Eunice, la cachondería de Karla, la falta de decisión de Mónica o las veleidades de Teresa, entre muchas otras. El libro está dividido en capítulos titulados según canciones especiales para el protagonista y que, por supuesto, tienen que ver con la fémina en cuestión. Tal estructura le confiere agilidad y coherencia, algo difícil de lograr en un texto de tinte autobiográfico. Por otro lado, el relato se integra desde la perspectiva del Juan adulto, feliz y –probablemente–, casado, que explora sus años mozos, característica que le confiere un tono de honestidad y confidencia que de inmediato involucra al lector. Sí, parece decir Juan- narrador, podría ser la historia de mi vida, de mis batazos, pero ¿a poco no se parece a la tuya? A pesar de que la novela se construye a partir de una serie de desventuras wertherianas –con algún oasis fajeril de cuando en cuando–, El show del corazón sangrante está contado con un gran sentido de la ironía y ¿por qué no decirlo? lujuria por la vida. Juan, el que vive en las páginas del libro, es un tipo feliz y gozoso que jamás adopta el papel de víctima ni de juez. Nunca se le verá proferir insulto alguno para la cínica que lo mancorna con sus amigos, para la interesada que sólo le da picones y calentones o para la inmadura que lo dejó impaciente y erecto en su automóvil. Más bien, en las palabras que le dedica a cada una de sus amadas hay un tono de agradecimiento, de cariño y melancolía. Hay algo en las palabras del presente libro que recuerda a aquel mítico hombre que recrimina a los borrachos en la canción Mujeres divinas. Por que, al final del día, nadie puede negar esa gran verdad: podríamos morir en las cantinas, más nunca dejaríamos de adorarlas. Omar Delgado, 2016 13



Fade in

Do you realize?, The Flaming Lips Yoshimi Battles the Pink Robots, 2002 Do You Realize - that you have the most beautiful face? Do You Realize - we’re floating in space? Do You Realize - that happiness makes you cry? Do You Realize - that everyone you know someday will die? And instead of saying all of your goodbyes - let them know You realize that life goes fast It’s hard to make the good things last You realize the sun doesn’t go down It’s just an illusion caused by the world spinning round

Tengo una infinidad de horas desperdiciadas caminando de noche por las calles de la Ciudad de México y los suburbios. Tengo una maldita acidez estomacal que no tardará mucho en convertirse en una severa gastritis. Tengo la impresión de que ya no podré recuperar las horas que no he dormido y, aún así, sigo considerando inútil el acto de dormir (inevitable, a veces). Tengo una imagen de natural born loser que antes repudiaba y ahora me enorgullece, una impresión de niño perdido, una colección de flores recogidas del basurero que se van marchitando; muchas, muchas piedras que pocos saben que son vida lenta y una 15


afición de elegir gustos excéntricos. Tengo miles de libros que no me han gustado y un puñado que han salvado mi vida. Centenares de palabras que he leído y la misma cantidad de frases que he memorizado: todas bellas pero inútiles. La convicción de que la gente está obligada a admirarme, o al menos, a envidiar mi particular modo de ver la vida y la consiguiente desilusión de que sólo soy pasajero de un sueño que rueda a diario en transporte suburbano. Tengo un título de contador público que conseguí por hobby, y muchos escritos (algunos publicados) que conseguí por mi profesión de iletrado cuentista de historias cochinas. Mi vida va improvisada y tengo cuatro citas pendientes con la muerte. El tiempo, que locura todo, sólo me ha dejado un abultado estómago que no parece dispuesto a desaparecer, una ya muy notoria calvicie en la coronilla de la cabeza y una fuerte adicción al tabaco. En un lapso relativamente corto perdí siete endodoncias que me recordaron que lo más pequeño también puede ser lo más doloroso y por consiguiente he perdido el mismo número de dientes. He tenido varios atentados de madriza entre mucho más de dos y un par de amenazas de muerte muy en serio. Me queda la certeza que la calle de noche no es violenta, los violentos son los ojetes. Aún así me gusta internarme en la oscuridad para descubrir si una vez más puedo tener la suerte de encontrarme solo con la noche y sortear a los ojetes. Pero, lamentablemente, cada día me adormezco más y más temprano. Mi cuerpo me está pasando en abonos la factura de la gran cuota que le debo. Y sí: lo tengo todo y tengo nada. No fue el alcohol, no fue el rock, no fue la literatura. No fue la necesidad de escribir (que se parece a la de respirar), no fueron las ganas de recibir la ovación del 16


público cuando mi banda de garage terminara un concierto que podría cambiar sus vidas, no fueron los personajes venidos a menos de novelas que escribí cuando a nadie le importaba (y seguirá sin importarle), no fue el sol de un nuevo día que me sorprendió con la última caguama de la noche a medio beber en la mano. No existe justificación, pero sí hay una explicación. Tal vez no es notable, pero sí evidente. Todo lo que tengo y perdí y aposté y vendí y regalé y me robaron, todo lo que aprendí, todo lo que dejé en el camino, olvidado o arrojado por la borda con parsimonia, todas las horas angustiadas y narrativas y borrachas y chaquetas. Todo, todo, todo, fue por ellas. Siempre fue por ellas. Cuando tenía diecisiete años me rompieron el corazón. Y esa aseveración es una mentira. Para ser más preciso debo eludir la voz pasiva y señalar que, cuando tenía diecisiete años, Melissa, me rompió el corazón. Y aún así, la sentencia seguirá siendo incorrecta: ella en realidad no lo hizo. Yo fui el que anduvo enamorándose como un estúpido, el que se metió por voluntad propia en terrenos pantanosos sin siquiera imaginar lo que me esperaba, el que anduvo ahí por los rincones innegables de la perdición encantadora, anunciando a los cuatro vientos que estaba enamorado en lugar de buscar la manera de evitarlo. Y a ella le gustaba la seguridad de que el juanito in love seguiría diciéndole cosas ponedoras, escribiéndole poemas tristísimos e infinitos y alimentándole para siempre el ego (claro, siempre será bien chido tener a alguien como idiota aunque no pretendas dejarle agarrarte ni una teta). Y ahí me ves: dándole mi corazón a Melissa, incondicional y 17


completo, sin pedirle nada a cambio más que la certeza de saber que yo también le gustaba. Pero una vez que dejó de servirle, obviamente, me lo tuvo que regresar. Me lo arrojó de vuelta y no tuve la habilidad suficiente para mantenerlo en equilibrio entre mis manos. Se estrelló estrepitosamente dándose severo madrazo... ... y se rompió. Desde entonces me ha dado por repartirlo en pedazos. Aunque de haber sido un corazón macizo, sólido como monumento y no deslavado como acuarela, hubiera aguantado ese madrazo y muchos más. Es notable entonces que ya lo tenía tanto cuanto desquebrajado. Y creo que todo comenzó con Eunice.

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