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82 montañas de más de 4.000 metros en 61 días

El suizo Ueli Steck escala con éxito todos los ‘cuatromiles’ de los Alpes, un proyecto que segó la vida del visionario Patrick Berhault

Ueli Steck, durante una de sus ascensiones en los Alpes.
Ueli Steck, durante una de sus ascensiones en los Alpes.Roberto Bösch

Aseguran los puristas que el alpinismo de vanguardia consiste en buscar nuevas ascensiones, no en luchar (como un fondista o un ciclista) contra el cronómetro. Pero existen alpinistas superdotados capaces de aunar exploración, dificultad y velocidad para firmar encadenamientos de ascensiones sencillamente impensables. Y esto no es algo nuevo. El alpinista suizo Ueli Steck ha escalado este verano, en apenas 61 días, las 82 montañas de más de 4.000 metros que existen en los Alpes. Steck es el alpinista del momento, la máquina perfecta, el hombre de los récords. Pero la idea de correr escalando no le pertenece: tan solo ha llevado ésta práctica a su perfección, bebiendo de los modernos sistemas de entrenamiento que el deporte emplea desde hace décadas y el alpinismo ha desdeñado desde siempre. De forma consciente o no, Ueli Steck es deudor de Patrick Berhault, la leyenda francesa, uno que estuvo en el origen de la velocidad aplicada a la escalada y el alpinismo. De hecho, Berhault es de los primerísimos que empujó el gesto de escalar y el afán de viajar en montaña hasta una dimensión desconocida. Cuando el francés, ya de vuelta de casi todo pero aún enamorado de las cimas decidió escalar en 82 días los 82 cuatromiles de los Alpes, el mundillo vertical celebró su idea con admiración. Berhault llevaba 64 ‘cuatromiles’ en otros tantos días cuando un resbalón tonto acabó con su vida en la arista que une el Tãschhorn con el Dom (Alpes de Suiza). Fue en 2004 y contaba 47 años.

Un alpinista puede realizarse de muchas maneras, como cuando logra escalar un objetivo complicado o, simplemente, acumulando ascensiones en un gesto de puro placer bulímico. Steck buscaba esto en los Alpes, estos días atrás. Deseaba fluidez, movimiento sin pausa. Berhault, en cambio, fue un poco más lejos y con sus planteamientos ansiaba una comunión absoluta con la naturaleza, una vida sencilla y contemplaba el alpinismo como un viaje físico e introspectivo en el que el compañero de cordada resultaba un elemento indispensable. Se declaraba como un humanista también obsesionado con el gesto estético de escalar. Aunque nunca se contempló como un deportista, Berhault, llegó a ser un verdadero atleta, inventándose un viaje que compartió con Patrick Edlinger durante tres años en el que introdujeron la carrera a pie, el trabajo de la elasticidad así como los ejercicios de tracciones o abdominales para dominar el recién estrenado arte de la escalada en libre. Fue una de las grandes revoluciones de la escalada moderna. Pero el francés también fue un artista, a su manera: admiraba tanto al bailarín ruso Rudolf Nureyev que decidió inventar un concepto bautizado como ‘danza-escalada’. Ayudado por un coréografo, llegó a ofrecer espectáculos y a filmar documentales como ‘Metamorfósis’. Sin desdeñar la excelencia física, Berhault y unos pocos como él entendieron la dimensión artística del gesto de progresar en la vertical, de crear una composición entre el cuerpo y la roca. De todo esto sólo sobrevive hoy en día el trabajo de Antoine Le Menestrel.

“Si escalo en altitud algo más duro que esto, me mataré”

Todas las capacidades técnicas asimiladas durante años, todo el entrenamiento acumulado, las horas de ascensiones complicadas en los Alpes, la exposición, el control de las emociones… pero sobre todo una capacidad psicológica inhumana, ayudaron a Ueli Steck a firmar una de las mayores gestas de la historia del Himalayismo. En octubre de 2013, el suizo alcanzó la cima del Annapurna (8.091 m) por su vertiente sur abriendo un nuevo itinerario sin ayuda de oxígeno artificial y en un viaje de ida y vuelta de … ¡28 horas!

Apenas unos días después, una extraordinaria cordada francesa formada por Stéphane Benoist y Yannick Graziani logró repetir el itinerario recién estrenado por Steck, invirtiendo cinco días de ascenso y dos y días y medio para descender. Benoist, que había asumido los largos más delicados y la apertura de la traza, reventó en la cima. Grazianni salvó su vida pero no pudo evitar que a su amigo le amputasen las primeras falanges de todos los dedos de pies y manos.

“Si escalo en altitud algo más duro que esto, me mataré”, convino Steck, consciente de haber rozado su límite y haber escapado por los pelos. El suizo reconoce que necesitaba otra forma de relacionarse con la montaña, menos salvaje, menos expuesta. De esa necesidad nació su deseó de dar la vuelta a los Alpes, yendo a la montaña por el placer de recorrer sus laderas.

Con todo, Steck se declara ahora dispuesto a regresar al Himalaya. Solo él sabe si podrá asumir un reto que iguale, al menos, su increíble experiencia en la Sur del Annapurna.

Ueli Steck, en cambio, se hizo famoso escalando a la carrera la cara norte del Eiger en menos de tres horas, o la cara norte de las Grandes Jorasses en menos de dos horas y media. Su primer récord de velocidad en la cara norte del Eiger, unos asombrosos 3 horas y 45 minutos, quedó establecido en 2007. Un año más tarde, rebajó esta cifra en casi una hora: 2 horas y 47 minutos, un tiempo de otra galaxia para una ruta técnica de 1.800 metros de desnivel y 2.500 de recorrido. Durante ese año, Steck perfeccionó su técnica de entrenamiento, perdió cinco kilogramos y redujo en tres kilogramos el peso de su material técnico… y no se aseguró en ningún paso.

En los 80, Berhault ya escalaba en solitario y a toda pastilla célebres caras norte del Macizo de Chamonix o grandes rutas de los Écrins. Siempre sin publicidad. Pero si algo sacudió el ‘establishment’ del alpinismo fue su inverosímil encadenamiento en 1980 de la cara sur del Fou y la Directa Americana al Dru, regresando a Chamonix en el día y realizando en ala delta los desplazamientos entre valle y montaña.

En su agotador periplo alpino, Ueli Steck se ha desplazado entre los diferentes macizos a pie o en bicicleta, acumulando 100.000 metros de desnivel y 1.000 kilómetros en bicicleta. También ha usado un parapente ultraligero para volar desde alguna cima: así se lesionó Michi Wohlleben, quien debería haber sido su compañero de viaje, pero se despidió apenas estrenado el proyecto. Después, Ueli escaló 30 ‘cuatromiles’ en solitario, y el resto acompañado por amigos y conocidos que decidieron aliviar su soledad. Uno de ellos, el joven guía holandés Martjin Seuren, falleció al resbalar y caer en la arista de Rochefort cuando viajaba en compañía de Steck, quien publicó un mensaje de condolencia para la familia y expresó su deseo de no añadir, por respeto, más explicaciones públicas del fatal accidente. Visto de cerca, la gesta de Ueli Steck no ensanchará su leyenda prodigiosa, pero sí la de Patrick Berhault.

Steck, en los Alpes.
Steck, en los Alpes.

www.cuerdacorta.com

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