Entre los libros de Gregorio Martínez destacan "Tierra de caléndula" ( 1975 ) y "Canto de sirena" ( 1977 ). (Foto: USI)
Entre los libros de Gregorio Martínez destacan "Tierra de caléndula" ( 1975 ) y "Canto de sirena" ( 1977 ). (Foto: USI)
Czar Gutiérrez

“Querido Czar: tiempo que no pierdo la chaveta por un cuerito, como la fulana que fue marcando la polvareda en el marco de la ventana del hotel donde nos habíamos esfumado. Cuando íbamos al aeropuerto para enrumbar cada quien a su Cornelio Heredia, dije: ¿cuántos tiros nos habremos metido? Veintiuno, respondió con toda seguridad. Cada vez había hecho una rayita en el marco de la ventana y antes de salir los contó”. Así empieza un correo electrónico escrito en Washington. 

Goyo Martínez acaba de morir. Y nadie lo puede creer. Acostumbrados a ver su chispeante figura en el centro de una nube de polvo –entre las volutas del bar Palermo, antro favorito del grupo Narración, o en su “ring de las cuatro perillas”, donde prefería librar sus mejores combates–, es un golpe seco donde más duele. Porque entre el amigo que escribía los e-mails más desopilantes y el autor de clásicos como “Tierra de caléndula” (1975), “Canto de sirena” (1977) o “Crónica de músicos y diablos” (1991), la distancia se adelgaza: sus libros son él mismo. 

Es verdad que Gregorio Martínez Navarro ha muerto y a Hildebrando Pérez Grande, su mejor amigo y representante editorial, la sangre se le congela. “Tanto los familiares como la Embajada del Perú en los Estados Unidos de Norteamérica nos han confirmado la triste noticia: ha muerto luego de dos meses de batallar contra la picadura mortal del maligno alacrán. A manera de consuelo para nosotros y para felicidad de él mismo, pudo concluir su novela postrera ‘Potro pinto’, donde la magia de su lenguaje volverá a seducir a sus lectores y a descubrir, gracias a la intensidad de sus historias, diversos paisajes sociales insospechados no solo de nuestra compleja realidad nacional, sino de nuestra condición humana”. 

—Mil años más— 

“Gregorio Martínez fue el creador de un género que, con sus interrogaciones y materialidad, remite a la cosmovisión de los pueblos africanos y aborígenes de América, y que con sus especulaciones y respuestas se ve sellado por el pensamiento occidental y sus abstracciones”, escribió oportunamente Roland Forgues. Todo lo cual la pluma de Goyo, el dicharachero, se traduciría en una saga de libros escritos con la radiante voz de un negro cimarrón, zamarro y lenguaraz. 

Prosa vivaz, orlada de modismos dicharacheros y de provocadora elegancia, especialmente sensible en los tres volúmenes de arriba y replicados con no poca belleza tanto en “La gloria del piturrín y otros embrujos de amor” (1985), “Biblia de guarango” (2001), “Cuatro cuentos eróticos de Acarí” (2003) y “Libro de los espejos, 7 ensayos a filo de catre” (2004), además de una obra periodística contenida en “Mero listado de palabras” (2015). Todo lo cual convirtió a Martínez en el heredero natural de una tradición que acrisola en nuestras costas con Matalaché y reverbera en la cuentística de Gálvez Ronceros. 

“Particularmente, y eso se sobrepone a mis íntimos pesares, imagino que Goyo ya se reencontró con Candico: ya los dos están caminando por el Guayabo, porque, qué duda cabe, en el cielo debe haber un guayabo, sino no es cielo, y están tramando alguna travesura o preparando algún brebaje mágico para que seducir a los ángeles o demonios”, me dice Hildebrando Pérez, despidiendo al hermano. A la luz sólida de su pluma, lo más probable es que Martínez sea como el guarango, ese macizo que prolifera en la hacienda Coyungo, Nasca, donde nació. Goyo andaba diciendo que ese árbol puede vivir más de mil años. Los que su obra durará, sin duda.

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