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La Persona Mayor en la Residencia: Debate conceptual. Modelos

Gaceta Nº 67

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Lourdes Bermejo García, en representación  de la Comisión Gerontológica sobre Cuidados de Larga Duración de la SEGG.

Reflexiones en torno al diseño futuro de los centros residenciales de personas mayores [1].

Comisión Gerontológica sobre Cuidados de Larga Duración de la SEGG. Compuesta por: Brígida Argote, Lourdes Bermejo, Alfredo Bohórquez, Pura Díaz Veiga, Salome Martin, Teresa Martínez, Pilar Rodríguez, Mayte Sancho, Raúl Vaca Bermejo y Feliciano Villar Posada 

Ya casi nadie cuestiona que la mayoría de los centros residenciales actuales, resultado de una visión entre hostelera y sanitaria de los años 80, presentan graves limitaciones para ofrecer propuestas personalizadas de relación y de participación a quienes allí viven, de modo que les permitan desarrollar un proyecto personal con calidad de vida. En este contexto, la crisis sanitaria y asistencial generada por la COVID-19 ha evidenciado, además, la imposibilidad del sistema actual para dar respuesta a esta situación. Así, si bien ya era necesario reformular los cuidados gerontológicos de larga duración (CLD) y, por tanto, los centros residenciales; en este momento, resulta imprescindible.

Diversos organismos internacionales y la comunidad experta vienen insistiendo en la necesidad de realizar cambios que garanticen tanto una atención de calidad que considere la experiencia y preferencias de las personas, como la propia sostenibilidad del sistema. Así, la integralidad de las acciones, la coordinación y cohesión entre los sistemas de atención social y sanitaria, además de la complementariedad de otros recursos y agentes de la comunidad y del entorno afectivo de las personas son elementos cruciales a tener en cuenta en el diseño del nuevo sistema.

Las personas que precisan CLD necesitan apoyos diversos y flexibles para poder continuar desarrollando un proyecto de vida propio. Esta es la auténtica misión de los servicios que prestan cuidados. Para ello los servicios deben atender las distintas necesidades de las personas (biomédicas, psicológicas, sociales, medioambientales, espirituales) que, para ser satisfechas, precisan recibir una atención integral e integrada que permita una vida dirigida, directa o indirectamente, por la persona.

Para desarrollar este tipo de atención deberían replantearse desde aspectos relacionados con el acceso de la persona a la residencia (como la simplificación y actualización ágil del baremo de dependencia y valoración discapacidad) hasta el diseño de un sistema integrado de organización/gestión (en el que las áreas sociales y sanitarias sean coincidentes y ventanilla única de acceso, con sistema único de información que permita utilizar, unificar, historia social y de salud única y compartida) así como la garantía de la participación de la persona en el diseño de su plan de atención. La emergencia sanitaria de la COVID-19, ha vuelto a resaltar la necesidad de que se planifique y se preste la atención sanitaria a las personas que viven en residencias desde la atención primaria del Sistema Nacional de Salud.

Todo ello partiendo de la diversidad de los territorios y buscándose alternativas que se adapten a los mismos: con ciudades y pueblos amigables con todas las personas, con un enfoque de atención más comunitario, con una visión más transversal y con sinergias de lo público-privado que optimicen y no dupliquen servicios, en entornos que garanticen la continuidad de los cuidados, independiente de donde viva la persona.

El proceso necesario de que se precisa para lograr la transformación del sistema, tanto en los CLD, en general, como en los centros residenciales para personas mayores en situación de fragilidad o dependencia, en particular, debe desarrollarse contando con un marco de conocimiento que integre ética y evidencia científica, del cual en coherencia se deriven tanto un modelo bien definido de atención como propuestas organizativas y de gestión que lo hagan viable. 

El primero de ellos hace referencia en primer lugar a los valores éticos que establecen la visión que definen, desde el reconocimiento de su valor, a las personas que reciben cuidados.  Así es imprescindible partir de la persona como sujeto con dignidad (valiosa y portadora de derechos y valores individuales); vulnerable, con necesidades globales, singular y con capacidades; con proyecto vital y agente causal de su propia vida (directa o indirectamente); ser social, interdependiente y miembro de su comunidad donde establece relaciones. Además, sin el conocimiento científico (de todos los campos disciplinarios) no podemos proporcionar servicios profesionales que garanticen, no solo el bienestar integral de las personas, sino la eficacia y eficiencia de los recursos.

El segundo hace referencia al modelo de atención que debemos desarrollar. Este ha de procurar, por un lado, la integralidad de las atenciones a fin de cubrir las necesidades globales de la persona (dispensadas por la residencia y/o en coordinación con otros recursos comunitarios) empleando para ello prácticas adecuadas y en entornos seguros. Por otra parte, la atención centrada en la persona, busca una “auténtica personalización” (partiendo del conocimiento y reconocimiento de la persona, el apoyo a su autonomía decisoria, con una comunicación respetuosa y empoderadora, respetando sus derechos y valores y lo que para cada persona es una vida con sentido). Ello requiere de un entorno facilitador (actividad cotidiana con sentido, espacio físico hogareño, cercanía de familia, amistades y comunidad) que deberemos construir y cuidar.

Finalmente, en tercer lugar, es preciso señalar que nada puede lograrse sin unos modelos de organización/gestión coherentes. Es decir, que se gestionen desde estilos directivos y de liderazgo más horizontales, buscando el alineamiento y trabajo en equipo de los diferentes actores, las relaciones de confianza y compartiendo una visión holística-global. Algunos criterios organizativos junto con una gestión por objetivos y con procesos de trabajo coherentes a lo expuesto serán imprescindibles (no rotación, figura del profesional de referencia, centros no masificados que potencien la participación, autonomía decisoria y modos de vida personalizados y hogareños). Para valorar los servicios se deberán proponer sistemas de evaluación que contemplen tanto la evaluación de la gestión y como la de la atención dispensada (en sus dos componentes: integralidad y atención centrada en las personas) incluyendo la experiencia subjetiva de cuidados e indicadores concretos de valoración de calidad de vida y de resultados en la salud.

Un aspecto importante, ampliamente investigado y que cuenta con una importante evidencia científica, se refiere al impacto del diseño ambiental y arquitectónico sobre la vida de las personas, especialmente de aquellas que tienen distintos tipos y grados de deterioro cognitivo. Así, se señala que la vivienda se considera como el hábitat idóneo para las personas cuando envejecen y necesitan los cuidados de larga duración. Ello, además, está en consonancia con un deseo manifestado por las personas mayores de vivir en entornos donde desarrollar sus proyectos, deseos y preferencias. Contemplar, desde una visión integral, sus necesidades han llevado, entre otras soluciones, al concepto de entornos residenciales que buscan que la persona pueda sentirse “como en casa”. Ante ambas evidencias, la científica y la de las preferencias de las personas usuarias, es necesario incluir el concepto vivienda en la reformulación de los actuales centros residenciales, promoviendo unidades de convivencia que respondan al principio “si no es en casa, al menos, como en casa”.

En relación a la atención y a los cuidados que se prestan en los centros residenciales, consideramos que se pueden identificar dos tipos: los apoyos cotidianos y los sociosanitarios.

Los primeros se orientan a facilitar la vida cotidiana, más orientados, por tanto, al cuidar que al curar, al acompañar que al tratar. Es preciso señalar en este punto, que no podemos olvidarnos de reconocer la enorme diversidad entre las personas y esto, por necesidad, condicionará la diferencia entre sus preferencias, necesidades y, por lo tanto, la manera de ser apoyados/cuidados. El cuidado es ayudar a vivir y la vida siempre implica riesgo. De este modo, cuidar a la persona mayor no es protegerla de todo peligro sino reconocer el derecho a asumir el riesgo que supone su elección de vida.

Por otra parte, se precisan cuidados sociosanitarios que requieren del desarrollo de estrategias de coordinación con atención especializada para evitar duplicar servicios y garantizar el derecho a la asistencia sanitaria. Ello implica, como se ha dicho más arriba, la valoración integral de la persona y que sea una información compartida y permeable desde los diversos niveles o recursos; la promoción de la figura de profesionales de referencia o gestores de casos, que puedan coordinarse y proveer de recursos a los centros; sistemas de seguimiento formado por servicios sociales, sanidad especializada y primaria para situaciones de crisis, casos especiales; sistemas ordenado de provisión de material y el desarrollo de Comités de ética de referencia y espacios de reflexión ética dependiendo de ellos.

Un elemento imprescindible del cambio de modelo de los centros residenciales, está relacionado con un mayor reconocimiento de las necesidades psicosociales y afectivas de las personas mayores y con el desarrollo de herramientas para su bienestar personal. Así, se deberá tratar de mejorar las oportunidades que se ofrecen para la satisfacción de las necesidades de identidad, control de vida, ocupación, relación social y vínculos de confianza, intimidad, en definitiva, la necesidad de poder vivir y expresarse en privacidad y ser cuidado con un trato respetuoso, cálido y cercano.

Se deben proveer actividades, metodologías y formas de organización orientadas a satisfacer esas necesidades.

Algunos elementos necesarios para lograrlo están relacionados con conocer su historia vital, sus valores, preferencias y deseos; la personalización del espacio privado pero también del compartido, relaciones estables y valiosas con el profesional (evitar sistemas de rotación en la atención cotidiana); el acompañamiento continuado y de confianza con un profesional de referencia; comunicación y relaciones más cercanas y horizontales entre personas mayores y trabajadores; relaciones sociales y de intimidad con sus allegados; oportunidades de participación en actividades significativas y roles valiosos para ellos/as.

Sin duda, todo ello no será posible sin contar con profesionales que se sientan y sean recursos para el contacto y la relación con las personas que necesitan CLD en residencias. Por ello, necesitaremos que, además de las competencias técnicas propias de su perfil, todas las personas tengan un entorno organizacional que facilite trabajar con una actitud positiva, respetuosa y empática que les facilite el desarrollo de las competencias relacionales y éticas necesarias para este cuidado integral.

No podemos olvidar en estos tiempos, la introducción paulatina de tecnologías digitales y diversos sistemas inteligentes en las organizaciones de cuidado. Pero recordemos que sea cual sea su cometido o la tarea que realicen, el objetivo ha de ser que esa automatización permita aumentar el tiempo de relación personal, de atención directa con las personas, que es lo verdaderamente importante y lo que añade más valor y calidad al cuidado.

Recordemos, para finalizar, que el cambio pretende transformar el modelo para cuidar con criterios de calidad, pero sin olvidar que acompañamos vidas únicas y que todas ellas, son valiosas.

[1] Resumen del Documento de Propuestas que está elaborando la Comisión Gerontológica sobre Cuidados de Larga Duración de la SEGG. Compuesta por: Brígida Argote, Lourdes Bermejo, Alfredo Bohórquez, Pura Díaz Veiga, Salome Martin, Teresa Martínez, Pilar Rodríguez, Mayte Sancho, Raúl Vaca Bermejo y Feliciano Villar Posada

 
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