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Mamíferos depredadores y su uso en el control de plagas

Domesticar meloncillos y ginetas, métodos clásicos para el control de plagas

20 Marzo, 2019

El hombre lleva miles de años luchando contra las diferentes plagas que sufre, y lo ha hecho con los medios de los que ha dispuesto en cada momento; ya fueran métodos físicos para combatir a insectos y roedores, o de control biológico, mediante el uso, por ejemplo, de gatos domésticos para librarse de ratas y ratones. Sin embargo, un sorprendente hallazgo arqueológico ha revelado una forma diferente con la que nuestros antepasados trataban de controlar a las plagas. Consistía en el empleo de un animal particular, poco conocido por el gran público, cuyo descubrimiento ha refutado también las teorías sobre el origen de las poblaciones silvestres de estos animales en la Península Ibérica.

Las excavaciones realizadas en un mausoleo romano, de hace unos 2.000 años, en la ciudad extremeña de Mérida, antigua Augusta Emerita, han sacado a la luz numerosos objetos empleados en un bacanal o festín funerario; además de los cadáveres de unos 40 perros de razas diferentes, en una especie de ofrenda mortuoria. Pero lo curioso del caso es que, junto a los restos de los canes, han aparecido también los huesos de otro animal domesticado muy diferente, una mangosta egipcia, denominada en España meloncillo (Herpestes ichneumon). Este carnívoro es admirado por su gran capacidad para capturar cobras y otras serpientes.

Hasta ahora la opinión más extendida era que las poblaciones salvajes de meloncillos en nuestro país tenían su origen en la llegada de los musulmanes, los cuales habrían traído consigo a estos animales; ya que utilizaban ejemplares domesticados para combatir a ratas, ratones y culebras. Sin embargo, el descubrimiento pone de manifiesto que los romanos ya empleaban a estas mangostas como controladores biológicos de plagas, adelantándose en varios siglos su presencia en la Península Ibérica. Con respecto a este animal, siempre ha habido cierta controversia sobre el origen de las poblaciones ibéricas, puesto que se trata de una especie propia de amplias regiones de África y Oriente Medio. Algunas teorías aseguran que fueron introducidos por los cartagineses o los fenicios. Otras afirman que su llegada es muy anterior, en tiempos paleontológicos y no históricos, debido a las diferencias genéticas de los meloncillos ibéricos con respecto a las mangostas africanas. Su entrada en la Península pudo ocurrir gracias a las fluctuaciones del nivel del Mediterráneo durante el Periodo Pleistoceno. Debido al clima particular, este animal habría quedado recluido en el suroeste peninsular, aunque parece ser que en el pasado ocupó áreas más amplias en nuestro país, llegando incluso al norte, para luego retroceder. En la actualidad, el cambio climático, entre otras causas, está contribuyendo a su expansión.

Sea cual sea la explicación, lo que el descubrimiento arqueológico pone de manifiesto es que diferentes culturas han empleado a los meloncillos como controladores de plagas. El hecho de que este ejemplar apareciera enterrado en una tumba, pone de relieve la importancia que estos animales tendrían para sus dueños. Numerosas citas clásicas y referencias históricas recogen esta particular relación entre las mangostas y los humanos, no sólo en Roma, sino también por ejemplo en el Antiguo Egipto. Además, en Portugal se han encontrado restos de otra mangosta datada en la misma época que la del enterramiento, pero en un contexto diferente, una cueva. De esta forma, parece claro que en aquella época existirían poblaciones silvestres de estos animales en la Península. Algunos ejemplares podían ser domesticados, criados y cuidados como mascotas, con el objeto de mantener las casas libres de determinadas plagas.

Un caso similar al de los meloncillos es el de las ginetas o jinetas (Genetta genetta), carnívoros propios de África y la Península Arábiga que en Europa sólo se encuentran en Portugal, España y parte de Francia. A este mamífero también se le ha atribuido su origen en la introducción por parte de los árabes. Algunas dataciones de restos de ejemplares han confirmado la presencia de ginetas en nuestro país hasta en 500 años antes de la llegada de los musulmanes. Al igual que las mangostas, ginetas domesticadas han sido utilizadas tradicionalmente para el control de plagas de ratas y ratones. Esta costumbre es incluso más antigua que el empleo de gatos. Las ginetas ayudaban también a controlar a los conejos, muy abundantes en aquella época, tanto que llegaron a dar nombre a esta región, conocida por los romanos como Hispania.