Escapada gastronómica a la cuenca minera asturiana

Lejos de aquella imagen industrial de otro tiempo, los valles mineros asturianos se proponen como un destino por descubrir, una comarca de paisajes espectaculares, senderos milenarios y una interesante oferta gastronómica.
Rebozuelo con yema de corral jugo de carne y trufa laminada.
Roble by Jairo Rodríguez

Comienza ya esa época en Asturias en la que la niebla de la mañana se confunde con el humo de las chimeneas. Es una mezcla de humedad, frescor y olor a madera quemándose lentamente inconfundible, un aroma que define a estos valles casi tanto como su historia minera o el verde de las laderas.

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Comienza la temporada de potes y cuchareo, de guisos sin prisas, de ollas a fuego bajo durante horas y horas, de setas, de caza, de castañas y nueces. Y pocos lugares hay mejores para sumergirse en ella que en los mejores restaurantes de esta Asturias central en la que conviven lo rural y lo minero.

A un paso de todo –Oviedo está a poco más de media hora y la autovía que va a la meseta atraviesa la comarca– y, sin embargo, con una personalidad tan marcada que hace pensar en un lugar mucho más apartado.

Mieres, Langreo, Pola de Lena, San Martín del Rey Aurelio, Laviana… pueblos con un pasado en tonos más grises que, sin embargo, poco a poco se reinventan esforzándose por dejar atrás la crisis minera y proponiéndose como destinos para un turismo diferente, que explora con orgullo su legado industrial, pero también su cocina, que tiene un pie en esa montaña asturiana que aquí empieza a insinuarse y otro en una oferta cultural que mira al futuro.

Mieres del Camino.

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LA LLEGADA

Lo habitual es llegar a la zona a través de la autopista AP-66, que une la meseta con Asturias. Aunque hay otra manera. Una manera quizás menos cómoda pero que ha estado funcionando al menos durante 2.000 años. Una manera que lleva a recorrer algunas de las cumbres menos conocidas de esta parte del Principado tras las huellas de las legiones romanas.

La Vía Carisa fue utilizada por los soldados romanos que, caminando entre picos, evitaban las posibles emboscadas en los valles. Aún hoy puede caminarse por ella a lo largo de más de 30 kilómetros desde Pendilla de Arbás, en el lado leonés del puerto de Pajares, hasta San Salvador, entre Mieres y Pola de Lena.

Son 10 horas de recorrido (aunque tienes la opción de hacer tramos más cortos), casi todo el tiempo por encima de 1.500 metros de altitud, entre tres campamentos militares romanos que se han descubierto en los últimos años y por tramos de la vía original, que se ha conservado en buena parte del trazado. Y el otoño, antes de que la nieve lo ponga complicado, es un momento ideal para recorrerla.

Santa Cristina de Lena.

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Aunque si no quieres alejarte tanto de la autopista, también hay opciones. Una de ellas es la iglesia prerrománica de Santa Cristina de Lena, una preciosidad encaramada en lo alto de un cerro al que puedes llegar caminando desde el apeadero del tren en La Cobertoria. Son apenas 400 metros, empinados aunque bajo una bóveda de castaños y robles, hasta esa delicia de iglesia que domina el valle.

Si solo vas a visitar un monumento en este viaje, que sea este. Siéntate en el prado, bajo el espino blanco. ¿Lo notas? Esto es lo que te ha traído hasta aquí. La calma, el silencio, el contacto con siglos de historia.

Sala en Casa Farpón.

Casa Farpón

LENA GASTRONÓMICA

No sé qué ocurre en el concejo de Lena, pero ahora mismo seguramente es el lugar de Asturias con más talento gastronómico por habitante. Aunque, en realidad, sí sé lo que está pasando: gente que se fue, que estudió en Oviedo, en Gijón, en Madrid, que acumuló experiencia en grandes cocinas de Asturias y del resto de España y que ha vuelto en los últimos años para montar restaurante en su tierra. Gente que está cambiando el entorno.

Es el caso de Javier Farpón, que tras pasar por muchos de los mejores restaurantes asturianos (Casa Marcial, Auga, Regueiro) abría en Mamorana, una aldea a un paso del pueblo, una casa convertida ya en un imprescindible de la cocina asturiana de siempre bien hecha y con guiños medidos a la cocina actual.

Petit fours.

Roble by Jairo Rodríguez

O el de Jairo Rodríguez, que con su Roble by Jairo Rodríguez ha conseguido ser una referencia en el centro de Pola de Lena. O Xune Andrade, que es capaz de emocionar con ese pequeño restaurante en San Feliz, a menos de un kilómetro del centro del pueblo.

Es bonito dejar el coche al pie de la aldea e ir subiendo, dejar la casona a un lado, con la iglesia de frente, y llegar al restaurante Monte, que te hace feliz con un plato de callos de los de toda la vida, de los que hacen que tus labios se peguen, pero también con una kombucha de escanda ecológica y ortigas o un salmón en jugo de guiso de costillas.

Y en estos días Xune abría local abajo, en el pueblo, MO, la versión más informal de su cocina. Y todo en Lena, que apenas llega a los 10.000 habitantes. Ya había avisado de que lo que aquí ocurre no es normal.

Tabla de quesos.

MO

DONDE LAS CUENCAS CONFLUYEN

Seguimos hacia abajo, hacia Mieres. Pero ahí está el desvío a Turón. Y en Turón está otro de esos lugares que hacen que tradición y modernidad gastronómica convivan y se lleven bien. Casa Chuchu. Apúntalo en la agenda.

Y de ahí a Langreo. Saltamos de la cuenca del río Caudal a la del Nalón para acercarnos hasta la Pinacoteca Municipal Eduardo Úrculo, donde se expone obra del artista y de otros pintores de la comarca, o el Museo de La Minería, en El Entrego, que no todo va a ser ir de mesa en mesa y ese pasado vinculado a las minas aquí lo es todo.

Toca decidir si nos apetece quedarnos a dormir en el hotel Palacio de Las Nieves, una de esas casonas con todo el encanto de hace un siglo que uno se encuentra con frecuencia en Asturias o quizás, tras la caminata por la Carisa apetezca un hotel con spa. Que para eso tenemos el Gran Hotel Las Caldas, con su espectacular zona balnearia, a un tiro de piedra.

Ensalada de bogavante y centollo.

Palacio de Las Nieves

EL ORIGEN DE UN MITO POP

Ahí, en algún lugar más o menos en el centro del triángulo que forman Oviedo, Langreo y Mieres hay un pequeño pueblo, Tudela Veguín, apenas un puñado de casas al lado de la enorme fábrica de cemento. Hay un cine, de aquellos de otro tiempo, y en el centro, en el cruce, una casa con una ferretería en el bajo.

Aquí nació Tino Casal. Aquí, en este lugar tan improbable para quien conociera al artista en sus años de esplendor. Aquí nació un mito de nuestra cultura pop, un artista excesivo que antes de ser el nuevo romántico hispano por excelencia fue José Celestino Casal, de la banda Los Archiduques. Y Los Archiduques fueron los primeros en grabar una gaita para un éxito pop, allá por 1967, en su Lamento de Gaitas. La Asturias moderna le debe mucho.

Pero es que, además, aquí al lado está el Bar Camacho. Y ahí hay que parar. Porque es uno de esos lugares inesperados, que uno podría confundir con un bar de carretera más si no llega avisado, porque las sorpresas empiezan cuando entras, pides mesa, y te pasan a través de la cocina al comedor de atrás. Y porque Teresa cocina realmente bien.

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El ambiente es familiar, el comedorcito es acogedor, los precios son ajustados y esos callos, ese cabrito guisado, esas patatas recién fritas o esas mollejas justifican de sobra una parada.

Pero es que todo junto, y aquí, entre cementeras y pozos mineros, es el resumen perfecto de estas cuencas en las que la sorpresa salta donde uno menos se lo espera, en las que hay algo que bulle bajo la superficie. Es el lugar perfecto para terminar el viaje.