Noticias hoy
    En vivo

      La escuela que salvaron los alumnos ahora suma proyectos para el barrio

      En el límite de Recoleta y Palermo, el colegio Guido Spano estuvo a punto desaparecer en 2013 cuando lo cerraron. Docentes y no docentes armaron una cooperativa. Renació y ahora está en pleno crecimiento: agregaron un centro cultural, también autogestionado.

      La escuela que salvaron los alumnos ahora suma proyectos para el barrioCLAIMA20150427_0017 En el patio: el edificio es mantenido todos. (Gustavo Castaing)
      Redacción Clarín

      Aquel 31 de diciembre de 2013, fue, para todos ellos, la noche de Fin de Año que menos esperaban. O todavía peor: fue una oscuridad que se precipitó sobre ellos como un derrumbe. De golpe, el colegio Guido Spano, histórico, tenía frente a su puerta, en la calle Billinghurst al 1300, un camión de mudanzas listo para sacar todo del edificio. Los dueños de aquel Guido Spano, ese colegio casi centenario fundado en 1922, intentaron hacer lo que pocos se hubiesen animado: usar una fecha, esa fecha, esa noche, la del 31 de diciembre, para borrar a toda una institución, su historia, a sus alumnos, a sus trabajadores.

      Pero algo ocurrió: esa misma noche un llamado de alerta salpicó todas las casas y toda la comunidad actuó más que rápido, como en una urgencia. Y así logró no solo frenar el vaciamiento, también, con todo coraje, pudo parar ese camión y empezar a pensar en qué hacer, cómo salvar, como recomenzar.

      La noticia del Guido Spano se expandió ese 2013 y principios de 2014 con la misma rapidez con la que pasaban las imágenes de los alumnos de primaria y secundaria, todos unidos, conmovidos, en plena calle, impidiendo que ese camión arrancara, por todos los canales. Así lograron plantarse firme para recuperar lo que los dueños querían llevarse: su historia. Hoy, dos ciclos lectivos después, pueden decir que esa historia sigue. Y que el presente es el Nuevo Guido Spano, uno de los pocos establecimientos privados de la Ciudad que se reconstruyeron como cooperativa.

      Rosa Varjabedian es la actual rectora del colegio, donde empezó a trabajar en 1993. "Hubo varias crisis previas... En 1993 entre los tres niveles superaban los 1.200 alumnos, pero a fines del 2013 en secundaria apenas habían alrededor de 120", contó. Fue duro. Durísimo. "Directamente había cerrado y no teníamos un dueño con quién hablar. Dudaba mucho del futuro de la cooperativa -admitió-. Yo siempre he sido docente y jamás me había autogestionado. El primer año fue muy difícil, para todos, un año en que todos debimos aprender nuestros nuevos roles y acostumbrarnos a ello".

      Sin embargo lo lograron. Crecieron. Y todavía crecen. La cooperativa, armada y defendida a diario por docentes y no docentes como aquel diciembre, superó exitoso el 2014 con más inscriptos y este 2015 hasta empezó a generar un nuevo centro cultural también abierto a la comunidad. Todo un logro que involucra a los barrios de Palermo y Recoleta. Y a los otros que lo rodean.

      El gran cambio que se ve es que, juntos, y después de volver a aparecer aquel verano en todos los medios defendiendo de manera pacífica y constructiva su propio espacio, todos (docentes, empleados, padres, alumnos y vecinos) lograron armar un nuevo sistema educativo, con objetivos académicos basados en valores, en solidaridad y cooperativismo. Con una apuesta a la formación educativa y a las nuevas tecnologías y a ser escuela modelo: cooperativa pero moderna en contenidos.

      De aquel edificio que casi se pierde, por ejemplo, ya no hay paredes azules, pero todavía queda la escalera de madera casi centenaria y ahora hay mucha luz: todo se pintó de nuevo y la idea es que de a poco se vayan sumando los colores que representan a las cooperativas. "Lo más llamativo fue ver a todos trabajando con amor, compromiso y esfuerzo cuando parecía casi imposible. Trabajaron día y noche para rearmar la institución y transformarla de nuevo en el segundo hogar de los chicos", contó Judith Scolari, una de las mamás que apostaron a seguir.

      Y no solo se ven esos cambios: sus aulas hoy ostentan, por ejemplo, plantallas digitales que integran tecnología. Y los programas que se aplican están al nivel de los más actuales, con intercambios con univesidades, comunidades, padrinazgos de escuelas, acciones solidarias fuera de la institución y aspiraciones y sueños. Y, sobre todo, entusiasmo para lograrlos cada nuevo objetivo.

      Ese entusiasmo es lo que el trabajo colectivo y jornadas enteras de debates y propuestas unieron a la cooperativa para llegar a ser lo que es hoy: un lugar en el que todos tienen voz. "Mis deseos a futuro es ver en unos años a mi hija recibir su título de secundario acá. Yo sigo apoyando este proyecto que nació de un desalojo y una estafa que sin imaginarlo fue el principio de lo que vino después: el renacer desde el pozo", agregó Judith.

      Rosa se queda con la esperanza: "El primer año el objetivo fue pasarlo. Este 2015, en cambio, ya espero que todas las metas y proyectos que hemos presentado en el Ministerio de Educación se puedan cumplir y así, de a poco, poder lograr que el Guido vuelva a ser el colegio de excelencia que una vez fue."