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Hoy quiero reconocer que la vida es más que un fandango: hay que gozarla y estar atentos para disfrutar cuando cambie el ritmo.

Hoy quiero celebrar la vida.

Sí, la vida: la bendición que significa salir ileso de un atraco a mano armada en el que te amenazan con la muerte. Celebrar los giros inesperados y salvadores de una cirugía inocente que, de la nada, le suma años a una existencia sentenciada —sin siquiera sospecharlo— a ser muy corta. Quiero sorprenderme ante esos momentos milagrosos que, de forma inexplicable, resuelven una situación a la que no se le veía salida. Pretendo aplaudir la vida y agradecer porque hay muchos actos que, a veces nos pasan desapercibidos; pero que luego, cuando miras con detenimiento, son una secuencia de acciones que ¿van de la mano de Dios?

No pretendo meterme en profundidades filosóficas ni religiosas pero, permítanme contarles, que a veces, tengo la oportunidad de escuchar otros relatos que me hacen pensar mucho en la existencia de ese ser supremo que mueve los hilos de los que penden nuestras almas. Historias de vida que parecen escritas por seres celestiales. Entonces, cuando conozco este tipo de experiencias, recuerdo aquello que una vez compartí con ustedes, el comentario de un apreciado amigo que me decía que “todo lo malo que le tenía que pasar le había pasado y que, después de eso, simplemente decidió ser lo que piensa, por tanto, todo lo que piensa tiene que ser para bien”. ¿Recuerdan? la Metanoia de la que me hablaba mi amigo —que es esa forma de pensar y vivir— fue tema de uno de mis artículos.

Pero, hoy voy más allá de la metanoia y del individuo que logra vivir en paz porque asume como filosofía de vida, pensar sólo en cosas buenas, incluso cuando todo a su alrededor parece estar derrumbándose o pudriéndose, como en este instante ocurre en Venezuela. Quiero pensar en la existencia de Dios —o el nombre con el que cada quien le conozca o identifique. En sus maneras de ‘escribir derecho en líneas torcidas’. En la forma como obra y transmite sus mensajes para ‘salvar’ incluso a quienes no creen en Él. Tengo una amiga que, cuando le cuento esos giros inesperados —pero con finales favorecedores— me responde: “nada es casual Mingo… Nada, en esta vida, es casual”.  Entonces, ¿todo está escrito en el gran libro de la vida donde cada uno de nosotros tiene su propio papel protagónico? Y el final de nuestras historias ¿estará escrito o nosotros lo vamos construyendo? Eso, sólo Dios lo sabe.

Son tantas las vicisitudes por las que pasamos y son tantas las ocasiones en las que nos reencontramos con la vida. Pero, eso no lo enfatizamos. Hoy la musa se nos va tras la idea de reencontrarnos. Los venezolanos somos gladiadores de la cotidianidad: un gesto heroico que debería ser contagioso y no silente. ¡Qué bueno permitirse un día sin fantasmas que acosen, ni problemas que aturdan! Concederse un momento para pensar en la grandeza de esos ‘milagros’ que reconcilian con la fuente divina de nuestras existencias. Un día puedes levantarte sintiendo que la vida es como una medalla olímpica. Otros, que es la suma de muchos esfuerzos asfixiantes de una prueba agotadora que no acaba nunca. Pero, los venezolanos, los de ahora, los que batallamos en silencio contra esta suerte maltrecha, somos unos resilientes que sabemos levantarnos de las caídas, sacudirnos el polvo y seguir andando. El venezolano trasciende todos los días su propia existencia y no hace falta reconocimiento alguno. No necesitan ser populares ni virales para vivir. Porque el reconocimiento debe salir de nuestra alma. Solo basta con detenernos por un instante y comprender que ya tan solo vivir, es un milagro del cual debemos regocijarnos.

Y después, entra en juego la fe. También la esperanza. No necesitamos hacer una encuesta para descubrir que esas son dos de las palabras favoritas de los venezolanos: fe y esperanza. A pesar de los conflictos, los problemas y las tensiones, cuando Dios se manifiesta con sus pequeños milagros, todo queda en segundo plano. Y la vida cobra un nuevo significado.

Hoy quiero, además, celebrar los afectos. Romper la intimidad de un sentimiento intrínseco y compartirlo. A veces, quizá desde el más allá, recibes mensajes de tu propia existencia: y ahí se unen la luz de tus inicios y la luz de tu final. En la naturaleza humana, definitivamente, nada es casual.

Es vivificante saber que alguien, a quien quieres mucho, recobra como por obra de Dios, la oportunidad de continuar transitando la calle de su existencia. Es una noticia de luz que deseas que se multiplique. Es un milagro que sólo con fe podemos entender y agradecer… Hoy quiero reconocer que la vida es más que un fandango: hay que gozarla y estar atentos para disfrutar cuando cambie el ritmo.

mingo.blanco@gmail.com

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