Pedagogos y psicólogos alertan del aumento del síndrome del emperador

Madres, abuelas y hermanas, las principales víctimas de los menores con problemas de agresividad

Un joven y una mujer mayor discutiendo

Un joven y una mujer mayor discutiendo

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A falta de cifras oficiales –la mayoría de casos no llegan a denunciarse-, la percepción de educadores y psicólogos es de que los niños y jóvenes que sufren el síndrome del emperador, es decir, que utilizan la violencia física o verbal contra sus progenitores y su entorno familiar más allegado, se han multiplicado en la última década. “Año tras año están subiendo este tipo de demandas”, asegura José Antonio Rabadán, responsable de Psicología de la Unidad de Salud Mental Infantil y Juvenil del Hospital Mesa del Castillo (Murcia), que explica que cada vez es más frecuente que las familias afectadas acaben recurriendo a la justicia como última solución al problema.

El síndrome del emperador se caracteriza porque el hijo abusa de los padres –habitualmente de la madre- “sin que haya causas sociales que lo expliquen”, según el profesor de Criminología y Pedagogía de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido. “Aunque no hayan sido unos padres perfectos, le han tratado con un amor y atención al menos básico que bastaría para que todos los niños sin tal síndrome crecieran como personas no violentas”. La causa, según el especialista, es tanto biológica –una mayor dificultad en desarrollar emociones morales y una conciencia- como sociológica: en la actualidad se desprestigia el sentimiento de culpa y se alienta la gratificación inmediata y el hedonismo. Y añade: “La familia y la escuela han perdido la capacidad de educación, y esto favorece que jóvenes con esa predisposición que antes eran contenidos por la sociedad ahora tengan mucha más facilidad para exhibir la violencia”.

La denuncia, el último recurso
“Este síndrome finaliza en una carrera entre padre e hijo a ver cuál de los dos denuncia antes a quién”, comenta Rabadán. “Acabar denunciando a un hijo, que te pongan una orden de alejamiento y no puedas verlo es muy duro”, afirma Esther Giménez-Salinas”, catedrática de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho de ESADE. “De un marido te divorcias, pero de un hijo, no”, sentencia, y asegura que las principales víctimas de los maltratos físicos de hijos a padres son las mujeres de la familia. 

Rabadán, que también ejerce como profesor de Pedagogía Social de la Universidad de Murcia donde lleva a cabo investigaciones relacionadas con este síndrome, reconoce que en la mayoría de ocasiones a los padres les cuesta mucho tomar la decisión de denunciar a sus hijos y que cuando llegan a la consulta, normalmente la situación de la familia ya es “crítica”. “Muchas veces nuestra única arma para conseguir que el niño empiece a cambiar de conducta es la denuncia”. Un último recurso que los profesionales de este trastorno recomiendan cuando consideran que existe peligro de integridad física importante para los miembros de la familia.

Y es que las escenas violentas que de manera habitual muestra el programa Hermano Mayor (Cuatro), que conduce el exjugador de waterpolo Pedro García Aguado, se repiten con más asiduidad de la deseada en muchos hogares. Vicente Garrido explica los principales motivos por los que este síndrome ha tenido una mayor incidencia en la sociedad: “La razón estriba en que, por una parte, muchos padres leen sobre estos casos y ellos mismos se atreven a denunciar”, aclara y prosigue: “El otro, es que la sociedad más permisiva actual - y la mayor dificultad que tienen los padres para educar- hace que los menores con problemas de apego emocional tengan más incentivos y libertad para atreverse a ser violentos, cosa que era más difícil en el ambiente social de otros años”.

Más ‘pequeños’ emperadores
Paralelamente al incremento de casos de síndrome emperador, los expertos también han constatado que cada vez es más frecuente detectar este trastorno de conducta en edades más tempranas, pese a que suele afectar a niños y adolescentes de entre 11 y 17 años. También coinciden en la dificultad de elaborar estadísticas al respecto, ya que, según explica Rabadán, “los padres se avergüenzan de la situación, se sienten culpables e intentan ocultar el problema el máximo de tiempo posible”, hasta que llega a niveles absolutamente insostenibles. “La casuística que tenemos es la punta del iceberg”, sostiene, y denuncia la falta de apoyo institucional que normalmente reciben las familias afectadas. Una demanda a la que se une Garrido: “En la sociedad actual los padres reciben muy poca ayuda y es hipócrita criticarles”. 

Hedonistas, egocéntricos, de clase media y pocas manifestaciones de empatía y sentimientos hacia los demás. Esta es la descripción que hacen los especialistas respecto al perfil psicológico más común entre los jóvenes y niños aquejados por el síndrome. “La inmensa mayoría de veces empiezan a mostrar la agresividad con la madre, que suele ser la principal víctima y, luego, se va extendiendo al resto de la familia”, explica el pedagogo y psicólogo José Antonio Rabadán.

Pero, ¿por qué son las figuras femeninas la primera diana de sus ataques violentos? “Estos niños tienen un comportamiento muy similar al de los bebés”, que ante cualquier problema o necesidad acostumbran a llamar a la madre para que la satisfaga. “Como no se les establecen límites, siguen haciendo lo mismo que de bebés”, comenta Rabadán, proyectando esa frustración hacia “mamá”, pero con la salvedad de que a ciertas edades ella no sabe lo que le pasa al niño y tampoco sabe cómo solucionar su problema y es cuando surge la agresividad.

La permisividad no es la única causa 
Vicente Garrido añade que la violencia hacia los padres exige que el niño no haya desarrollado la conciencia, es decir, los principios morales que incluyen el sentimiento de culpa. Y, sin culpa, según el criminólogo y experto en delincuencia juvenil, no hay crecimiento moral; sin dolor emocional por haber quebrado un código de conducta “no hay lugar para establecer unas relaciones personales mínimamente auténticas, ni un proyecto vital con sentido”. 

En este sentido el profesor argumenta que el hecho de que unos padres sean demasiado permisivos con los hijos no es suficiente motivo para que el hijo o hija se vuelvan violentos hacia ellos: “La permisividad puede ‘echar a perder’ a un niño, este puede hacerse un vago, juntarse con malas compañías y cometer delitos”, aclara, pero si hay violencia en estos casos es como resultado de “un proceso de deterioro personal por falta de educación, generalmente al final de la adolescencia”.

Potenciales maltratadores
“Un error muy común”, apostilla Rabadán, es que son niños que han sufrido alguna enfermedad a edades tempranas o han tenido un ingreso prolongado o cualquier cuestión que ha hecho que sus padres establecieran una sobreprotección. Si bien la inmensa mayoría no han recibido malos tratos por parte de sus progenitores, según el psicólogo y pedagogo, podrían llegar a ser potenciales maltratadores. “Están inmersos en una frustración permanente y aprenden que aumentando el nivel de tensión y agresividad y violencia, consiguen lo que quieren, pero nunca están satisfechos, no son niños felices, y se convierten en niños marginados y excluidos socialmente porque el resto de grupos de iguales no los acepta por sus conductas y comportamientos”, detalla. 

La violencia de los jóvenes “emperadores” se puede manifestar de diferentes maneras: puede ser física, pero también psicológica, o simplemente puede ser “tirano” en otra serie de ámbitos: absentismo escolar, consumo de sustancias, no aceptan la autoridad de los profesores y tienen problemas relacionales con el resto de los niños o adolescentes del aula. De adultos, explican los expertos, acaban siendo ni-ni y entran en hábitos insanos, como consumo de sustancias tóxicas y adicciones a las nuevas tecnologías.

Cómo prevenirlo 
Especialistas del hospital Mesa del Castillo han creado un método para conseguir una detección precoz. Este consiste en un cuestionario compuesto por cuarenta preguntas que los docentes de los centros de primaria y secundaria pueden facilitar a los alumnos y a los padres para dictaminar si el niño tiene conductas y comportamientos del síndrome del emperador. El siguiente paso es derivar el caso a los profesionales oportunos. 

Según Garrido, los padres deberían insistir en tres puntos: primero, desarrollar de manera intencional y sistemática las emociones morales y la conciencia de los niños y adolescentes, dándoles oportunidades para que practiquen actos altruistas y que extraigan lecciones morales; segundo, poniendo límites firmes que no toleren la violencia y el engaño, y tercero, ayudándolos a que desarrollen habilidades no violentas que satisfagan su gran ego, su imagen de ser especial.

Pero no todos los niños o adolescentes que utilizan la fuerza física o verbal contra sus progenitores padecen este síndrome. El psicólogo José Antonio Rabadán asegura que en menos de un 1% de los casos de jóvenes violentos con sus padres la causa hay que buscarla en alguna enfermedad psiquiátrica.

El autor de diversas publicaciones, entra la que destaca Los hijos tiranos: el síndrome del emperador (2005),Vicente Garrido, concluye con esta frase: “Queremos a los hijos, es ley de vida, no nos gusta que sufran, ni siquiera pequeñas contrariedades. Pero si recordamos que una vida plena de sentido exige esfuerzo y —por qué no— un dolor emocional relevante, sacaremos lo mejor de nosotros cuando les demostramos que su voluntad no rige el mundo”.

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