Isabel, la hija de Ramón Soriano, tiene ahora 16 años. Hace poco ha pasado una revisión y está «perfectamente» de la leucemia que le diagnosticaron cuando apenas tenía trece meses. «Aprendió a hablar y a caminar en el hospital», recuerda su padre, uno de los voluntarios en Ibizade la Associació de Pares de Nins amb Càncer de Balears (Aspanob), saliendo de la barra que atiende en la carpa del Passeig de ses Fonts, donde se celebra el IX Festival de canto y baile a beneficio de la asociación.

Ramón recuerda que en el momento en que les dieron el diagnóstico lo último en lo que pensaron él y su mujer fue en lo que supondría. De eso, de que tendrían que desplazarse, encontrar un lugar en el que alojarse y cambiar su día a día durante meses, se fueron dando cuenta después. Y encontraron a la asociación. «Teníamos un negocio y mi hermano se hizo cargo de él durante un tiempo», explica mientras en la carpa, abarrotada aunque sólo hace una hora que ha comenzado la jornada, un grupo de niñas baila flamenco. En aquella época, recuerda, los pisos estaban justo frente al hospital de Son Dureta y a veces, cuando la niña estaba bien, la dejaban salir para que se airearan.

En un primer momento, explica, rechazaron la ayuda psicológica que les ofreció la asociación: «Piensas que puedes, que no la necesitas, pero luego ves que no es así», comenta dirigiéndose a la trastienda de la carpa, donde Paco Vicente 'El legionario' y su tropa de cocineros empieza ya a preparar el arroz de matanzas que se servirá a mediodía.

Arroz para 350

En principio está previsto para 350 personas, pero han hecho acopio de arroz de sobra, por si es necesario alargarlo un poco. A Paco el número de comensales no le asusta, ha cocinado para bastantes más: «Para mi tercio, en la Legión». Él anda pelando ajos sofritos mientras otros dos voluntarios se afanan con un enorme caldero en el que remueven el sofrito y la carne. «Unos 300 gramos de carne por ración», indica el cocinero, que no le teme al punto de cocción del arroz: «Mientras haya sal...». Los cocineros no paran ni un momento. No quieren que les pille el toro. «Luego la gente empieza a tener hambre y si no está listo se impacientan», comenta Paco, que sigue con sus ajos.

En el interior de la carpa no queda ni una silla vacía y el chocolate caliente y los pasteles vuelan de una de las barras que atienden las voluntarias. En el exterior, algunos niños aguardan en el taller de pintacaras, del que sale corriendo una pequeña bruja con la cara convertida en una calabaza. Los adultos, antes de entrar, se detienen frente al mercadillo, en el que hay libros, ropa, elementos de cocina y hasta pequeños electrodomésticos.

A Ramón no le sorprende que poco después de empezar la jornada solidaria haya tanta gente: «Nos conocen», justifica. Este voluntario de Aspanob explica que Sant Antoni es «casi como una familia» y que, cuando alguien del pueblo se ve en una situación como la suya hace 15 años, recurren a ellos, les piden ayuda y consejo. Ser voluntario, indica, es una forma de devolver a Aspanob todo lo que les ayudó en aquellos momentos tan duros en los que vieron cómo Isabel aprendía a hablar y caminar en un hospital.