Colombia: Negociar la paz como si no hubiese guerra

lunes, 26 de septiembre de 2016 · 11:32
Los entretelones de las negociaciones que culminaron en la firma del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC –cuya ceremonia se llevará a cabo este lunes 26– son contados de manera ágil y puntual por la periodista Marisol Gómez Giraldo en La historia secreta del proceso de paz, libro que Intermedio Editores pondrá a la venta en Colombia el próximo 3 de octubre. Con autorización de dicha casa editorial, Proceso adelanta en exclusiva para México fragmentos sustanciales del primer capítulo. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El fin de 52 años de guerra con las FARC comenzó a incubarse bajo la sombra de la casona donde murió Simón Bolívar, en la veraniega tarde del 10 de agosto de 2010, cuando Juan Manuel Santos llevaba sólo tres días como presidente de Colombia. Fue el día en que el mandatario venezolano, Hugo Chávez, llegó hasta la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, para intentar superar la enemistad que tenía con el presidente colombiano desde que éste era ministro de Defensa de su antecesor, Álvaro Uribe. Al mediodía, poco antes de tomar el camino hacia la antigua hacienda del Libertador, Chávez había dicho a los periodistas en el aeropuerto de Santa Marta: “Vengo a hacer la paz con el presidente Santos y vengo en un día muy especial: el día que cumple 35 años, creo”. Santos, que había estado pensando en cómo iba a ser el encuentro entre los dos después de tantos años de “tratarse duro”, escuchó las declaraciones del mandatario venezolano mientras lo esperaba en un salón de la Quinta San Pedro Alejandrino, y de inmediato supo la forma en que rompería el hielo con él para recuperar las relaciones entre los dos países, que estaban rotas, y para abrirle una ventana a la paz con las FARC. (…) –¿Cómo está, presidente? –le dijo Chávez a Santos ya en las afueras de la casona de Bolívar, mientras sonreía y le extendía efusivamente los brazos. –Presidente –le respondió Santos en tono de reclamo–, ¡acaba usted de dar unas declaraciones que me ponen en serios problemas! –¿Pero qué hice? ¡Lo único que dije era que venía con la bandera de la paz! –exclamó, sorprendido, el mandatario venezolano. –Es que usted dijo que yo cumplía 35 años. Cumplo 58, y si mi señora cree que tengo 23 años menos, ¡me va a demandar mucho más! Santos recuerda que Chávez “casi se muere de la risa”. –Desde ese momento hasta el día que falleció, gracias al humor, tuvimos una excelente relación. Con nuestras diferencias, que las hacíamos explícitas –dice el presidente colombiano en entrevista para este libro. Esa tarde, roto el hielo, los dos mandatarios ingresaron a la sala principal de la histórica hacienda de Santa Marta, y tras acordar el restablecimiento de las relaciones entre Colombia y Venezuela, hablaron de la posibilidad de dialogar con las FARC. –He pensado en ver si puedo hacer la paz con las FARC –le dijo Santos sin rodeos a Chávez. –¿Usted está en eso? –Sí. Estoy en eso. –Pues cuente conmigo –afirmó el mandatario venezolano–, con mi total y absoluto apoyo. Creo que eso es lo mejor que le puede pasar a Colombia. Así, ese 10 de agosto de 2010, sin que Colombia lo supiera, quedaron echadas las primeras cartas del proceso de paz que seis años y 15 días después habría de terminar más de medio siglo de enfrentamiento armado con la guerrilla de Timoleón Jiménez Timochenko, y en cuya génesis Chávez jugaría un papel determinante. El primer mensaje El 29 de agosto, tres semanas después de reunirse con Chávez, Santos llamó a Henry Acosta, un economista de la Universidad Nacional y empresario quindiano que vivía en el Valle desde los 18 años y que desde finales de los 90 hizo amistad con el jefe guerrillero Pablo Catatumbo. El economista lo conoció en un área rural cuando hacía un trabajo para el Fondo de Solidaridad del Valle. Santos había recibido una carta de Henry Acosta en julio, cuando apenas era presidente electo. En ella el empresario le hablaba de los contactos que en su momento él facilitó entre las FARC y el expresidente Álvaro Uribe y el punto en el que éstos quedaron. Habían comenzado en 2002, con el comisionado para la Paz Luis Carlos Restrepo, y continuaron con Frank Pearl, quien lo sucedió en ese cargo en 2009. Henry Acosta fue el puente con Pablo Catatumbo, y a través de él, con el entonces máximo jefe de las FARC, Alfonso Cano, para concertar unos eventuales diálogos exploratorios de paz en Brasil con el gobierno de Álvaro Uribe. Había llevado y traído mensajes para Uribe hasta marzo de 2010, pero todo quedó en el aire cuando Iván Márquez hizo públicos esos contactos y notificó que no dialogarían con un presidente que estaba a punto de terminar su mandato. –Yo llamé a Henry Acosta –relata Santos– y le dije: ‘Cuénteme cómo es la cosa (de sus contactos con las FARC), porque estoy pensando en la paz’. Y a todos los que estaban conmigo se les abrieron los ojos. El presidente recibió al economista y empresario en el Palacio de Nariño ocho días después, el 6 de septiembre. –Le dije que tenía que ser muy discreto –recuerda Santos–, y mandé con él un mensaje para ver si había algún interés por allá, pero con unas reglas. Henry Acosta redactó entonces una carta para las FARC de parte del presidente, en la que el mandatario comunicaba a esa guerrilla que sus delegados personales en unos eventuales diálogos serían su hermano Enrique Santos, porque conocía personalmente a Alfonso Cano, y Frank Pearl, a quien el presidente nombraría después ministro de Medio Ambiente. El 15 de septiembre, Henry Acosta ya había puesto el mensaje en manos de las FARC. La decisión de Santos de buscar la paz con las FARC parecía contradictoria con el papel que había jugado como ministro de Defensa de Álvaro Uribe, entre 2002 y 2009, cuando encabezó la ofensiva militar más contundente contra esa guerrilla en toda su historia. Pero el presidente, y así lo cuenta para este libro, consideraba que el comienzo de su mandato coincidía con un momento histórico en el que estaban ya dadas tres condiciones que debían cumplirse para una negociación con el grupo armado. Él dice que las tenía claras desde hacía 13 años, cuando impulsó la iniciativa “Destino Colombia”. –La primera condición –explica Santos– era que la correlación de fuerzas estuviera a favor del Estado, pues mientras la guerrilla pensara que podía tener la victoria nunca iba a negociar seriamente. La segunda, que los miembros del Secretariado de las FARC se sintieran vulnerables, y que para ellos fuera buen negocio meterse a la paz. Y la tercera, que hubiera apoyo regional para la búsqueda de la paz. Y esas tres condiciones estaban dadas. Las reglas del juego Santos pensó que la búsqueda de la negociación con las FARC no reñía con la continuación de la guerra al grupo armado, que tantos éxitos le había dado al expresidente Álvaro Uribe, y que él decidió mantener a la par que exploraba la paz con esa guerrilla. Tan es así, que sólo 20 días después de que acordó con Henry Acosta enviarle un mensaje al grupo guerrillero para explorar unos diálogos de paz, ordenó el bombardeo en el que murió el Mono Jojoy, el hombre de las FARC con mayor poder militar. –Desde un principio –cuenta el presidente– les dije a las FARC la famosa frase de Isaac Rabin (exprimer ministro israelí): “Vamos a negociar la paz como si no hubiese terrorismo y vamos a combatir el terrorismo como si no hubiese negociación de paz”. Esas eran las reglas, y me dijeron: “Listo”. Pese a la muerte del Mono Jojoy y al choque emocional que esto le causó a Pablo Catatumbo, quien le había enseñado a leer, el 15 de octubre de 2010 el jefe guerrillero le hizo llegar una USB a Henry Acosta con un mensaje para el presidente Santos. Decía que las FARC aceptaban hablar con los dos delegados del mandatario para explorar unos diálogos de paz. El presidente comenzó a trabajar entonces con un grupo de asesores de toda su confianza en el que incluyó desde el principio a Sergio Jaramillo, quien había sido su viceministro en el Despacho de Defensa y a quien, ya como mandatario, había nombrado como su consejero para la Seguridad Nacional. Otra persona a la que Santos buscó desde ese momento fue al excanciller israelí y directivo del Centro Internacional de Toledo por la Paz (CIT), Shlomo Ben Ami, a quien había conocido antes de ser ministro de Defensa. –Yo le dije a Shlomo que estaba pensando en el proceso de paz –relata el Presidente–, y él me dijo: “Qué bueno, el Centro te ayuda”. Él fue una persona fundamental para mí. Las gestiones para unos futuros diálogos comenzaron en el mismo 2010, pero ese año no hubo mayores avances. Entre otras cosas, porque los desastres de la ola invernal y los 2.3 millones de damnificados que dejó se robaron la atención oficial. Los primeros encuentros directos con las FARC ocurrieron finalmente a partir de marzo de 2011, y para ellos fueron comisionados el alto consejero para la Reintegración, Alejandro Eder, persona de confianza de Frank Pearl y quien sabía de los acercamientos con esa guerrilla desde el gobierno del presidente Álvaro Uribe, y el funcionario de la Presidencia Jaime Avendaño, quien había participado en la logística para las liberaciones unilaterales de políticos, militares y policías secuestrados que hizo esa guerrilla en el gobierno de Uribe. El 15 de marzo de ese año los dos lograron reunirse con los jefes guerrilleros Andrés París y Rodrigo Granda en un campamento de las FARC, en la frontera con Venezuela, tras tres intentos para transitar, en medio de fuertes lluvias, por un camino que debían tomar. Dos veces tuvieron que devolverse hasta el caserío donde los había dejado una lancha porque el paso estaba cerrado. En ese encuentro y otros dos que hubo en 2011 en La Orchila, isla de Venezuela donde está una base aeronaval y a la que sólo tienen acceso personal militar y altos funcionarios de ese país, los delegados del gobierno y la guerrilla acordaron las condiciones de los futuros diálogos exploratorios, el lugar donde se llevarían a cabo y cuáles serían los países garantes. Los acercamientos parecían ir por buen camino, pero el 4 de noviembre de ese año el presidente Santos fue informado de que el Ejército tenía cercado en el Cauca al entonces máximo jefe de las FARC, Alfonso Cano. Tras evaluar por un largo rato los pros y los contras, el mandatario dio la orden de continuar la operación en la que el jefe guerrillero habría de morir. –Cuando me contaron que lo tenían cercado pensé: ¿qué significa esto para el diálogo? –recuerda el presidente–. Si decía que no hicieran la operación, habría dado una señal terrible a las FARC y dentro de nuestras fuerzas. Yo había sido muy claro desde el principio y había dicho: estamos en guerra hasta que firmemos la paz. De hecho, a Carlos Antonio Lozada le habíamos descubierto un computador donde tenía un plan para matarme. Entonces estábamos dentro de las reglas del juego, y no podían decir que yo estaba jugando sucio. También necesitaba mantener a mis Fuerzas Militares cohesionadas y alineadas. Me habían dicho que Cano era el más difícil para negociar. Yo soñaba con que lo capturaran, pero si había que darlo de baja, también. –¿Y ahí dio la orden de que continuaran con la operación? –Dije: “Hagan la operación”, y sucedió lo que sucedió. Lo habrían podido capturar si él no hubiera creído que podía escaparse otra vez –asegura. –¿Usted toma ese tipo de decisiones solo o las consulta con sus asesores? –Solo. Es un diálogo personal. Trato de unir el corazón y la cabeza, porque muchas veces no me dan el mismo consejo. Pienso: ¿qué es lo correcto? Muy racional, a la larga. Si yo hubiera pensado que eso rompía el proceso de paz, de pronto lo pienso dos veces, pero dije: “Esto lo va a fortalecer”. Fue un riesgo alto, y lo asumí. Encuentro en Caracas La muerte de Alfonso Cano estremeció en lo más profundo a las FARC y motivó un gran debate sobre la conveniencia de enterrar o mantener los diálogos exploratorios con Santos. En lo personal, a Timochenko, quien asumió la jefatura de esa guerrilla tras el ataque contra Alfonso Cano, le costó mucho decidir si mantenía los acercamientos con el presidente que dio luz verde al operativo militar en el que había muerto el comandante en jefe de la organización guerrillera. –¡Es que yo iba a ser el delegado de Alfonso en los diálogos! –dice Timochenko en entrevista para este libro–. Sinceramente, si no hubiera estado Hugo Chávez de por medio, si él no hubiera hablado conmigo, ¡quién sabe si esos diálogos se hubieran mantenido! Timochenko, quien asegura que no solía titubear ante las decisiones más complejas que debió tomar como comandante máximo de las FARC, admite que la muerte de Cano lo hizo dudar mucho. En especial, porque estaba convencido de que lo mataron en estado de indefensión. –¿Chávez lo convenció a usted de persistir en la búsqueda de una negociación? –Sí. Después de la muerte de Alfonso hablamos un día desde las ocho de la noche hasta las cuatro y media de la mañana. En ese encuentro en Caracas, el presidente Hugo Chávez, quien habría de morir de un cáncer terminal el 5 de marzo de 2013, alentó al jefe de las FARC a mantener los diálogos exploratorios y le hizo saber que un eventual proceso de paz tendría todo el apoyo de Venezuela. Con esa reunión, el mandatario venezolano le demostró al presidente Santos la seriedad con que tomaba el compromiso que asumió con él el 10 de agosto de 2010 en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta. Había sido el presidente colombiano el que le había pedido a Hugo Chávez que se reuniera con Timochenko para evitar que las FARC rompieran los diálogos exploratorios por la muerte de Alfonso Cano. Tras conversar ocho horas y media con Chávez, Timochenko se despidió del presidente venezolano con el convencimiento de que mantener los diálogos con Santos era el mejor camino. –¿Qué de lo que le dijo el presidente Chávez lo convenció a usted de manifestarle al Secretariado que había que negociar a pesar de la muerte de Alfonso Cano? –Varias cosas –afirma el jefe de las FARC–, pero la principal era la seguridad de que tendríamos el apoyo del presidente Chávez. Que no nos iban a hacer una jugada que pusiera en riesgo nuestras vidas, por lo menos las vidas de la gente que se iba a involucrar en el proceso de paz. *Editora de la unidad “Paz” del diario El Tiempo. Como reportera ha cubierto durante 20 años el conflicto armado colombiano. Estudió periodismo en la Universidad Bolivariana en Medellín y tiene una maestría en ciencias políticas por la Universidad de Los Andes en Bogotá. Es profesora de periodismo en la Universidad Javeriana.

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