CIUDAD DE MÉXICO.
Los nueve cuentos que Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) compiló en Canciones para el incendio son alimentados por galones de queroseno y una prosa acelerada que bebe de la ironía, la incertidumbre y la tensión.
En esencia, estos relatos mortíferos pueden provocar heridas en el lector... heridas que difícilmente podrán cicatrizar, en donde aparecen personajes como una fotógrafa conocida como Jota, un soldado de apellido Wolf, Los Tigres del Norte, Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, adheridos a un pasado intrigante y traicionero.
En su primer relato, el autor abre con una sentencia que podría ser la síntesis de toda su literatura: “Las historias de los otros son territorio inviolable, o así me ha parecido siempre, porque muy a menudo hay en ellas algo que define o informa una vida, y robarlas para escribirlas es mucho peor que revelar el secreto.
Esa frase es el primer párrafo del libro, pero lo que sucede a lo largo de sus páginas es que el narrador se dedica a violarla y a incumplirla”, confiesa el también autor de El ruido de las cosas al caer vía telefónica desde Nueva York.
Digamos que todo el libro gira alrededor de un narrador, que muchas veces soy yo, quien intenta descubrir una historia ajena. Y el cuento es eso: revelarla, tratar de encontrar las maneras en que las experiencias de los otros pueden guardar secretos o misterios”, advierte.
En Las malas noticias, que es uno de los nueve cuentos, el narrador revive el relato de un piloto estadunidense que recupera la historia de cómo falleció uno de sus amigos, el piloto Peter Semones, en un accidente militar, y el carácter estoico que asume para informarle a la esposa del colega caído.
Pero con los años, el narrador advierte que aquella historia ha sido una gran mentira. “Así que el relato trata de explorar las razones que tiene alguien para contar una historia llena de mentiras, de manera que todo el cuento parte de ese principio básico que es la curiosidad y la forma como las vidas ajenas nos causan fascinación, curiosidad, nos intrigan.
Y en ese sentido trabajan todos los cuentos, mientras los lectores vamos por la vida interesándonos, de una manera más o menos morbosa, en los secretos y los misterios de las vidas ajenas”, apunta.
¿Por qué el azar es un factor vital en estos relatos? “En el fondo, es esa serie de casualidades que te ocurre cuando estás buscando algo, porque la gran mayoría de los cuentos tienen la misma estrategia que mis novelas, que es una especie de investigación, es decir, donde el narrador o el personaje principal investigan algo”.
¿Como una especie de detective? “Efectivamente. Por ejemplo, la fotógrafa intenta averiguar qué le sucedió a Yolanda, que sufrió la aparatosa caída de un caballo, mientras que en Las malas noticias el protagonista visita a Laura Semones para averiguar algo sobre aquel piloto. Pero también hay un cuento que se llama El último corrido, que se basa en una gira que hice con Los Tigres del Norte por España”.
En el último relato, “el narrador investiga y descubre la vida de una mujer muerta hace mucho tiempo que propicia una especie de conspiración del mundo… y ésos son los azares de los que hablabas, que van descubriendo las verdades detrás de los hechos, de una manera que no necesariamente el narrador espera”.
PERSONAJE INSIDIOSO
Durante la entrevista, Vásquez recuerda que su ingreso profesional a la literatura fue con la publicación de Los amantes de Todos los Santos (2001) y desde entonces “he intentado aprender a escribir novelas, tratando de descubrir los secretos de la narrativa”.
¿Cuál es su relación actual con el cuento? “Es un género que me ha gustado siempre, porque es capaz de capturar esas emociones o esas revelaciones que son muy importantes para nuestra vida, que pueden cambiarnos la vida en algún momento, pero que son muy pequeñas, frágiles, efímeras y no las puedes capturar con otro tipo de relato. Mientras que una novela utiliza emociones y revelaciones que se escapan entre los dedos del narrador”.
¿Por qué sus relatos apuestan por personajes que arrastran su pasado? “Es un tema recurrente en varios de mis cuentos, en donde el hecho de recordar y de revivir un momento del pasado se convierte en una fuente de peligro. Por ejemplo, El último corrido recupera algunos hechos que marcaron a Los Tigres del Norte.
Así que el pasado siempre está en los cuentos como una especie de personaje insidioso, molesto, nunca deja a la gente en paz; es una especie de fantasma que no se queda quieto. A mí me gusta mucho la idea de que no sólo en los cuentos es inútil tratar de escapar del pasado, sino de otro fantasma que está presente en mi literatura: el fantasma de la historia, de los hechos públicos, de nuestra vida pública”.
¿Al usar las historias de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán pensó en recuperar la memoria colombiana? “Bueno, estos dos asesinatos marcaron la historia colombiana. El de Uribe ocurrió en 1914 y entonces alguien dijo que el juicio de los culpables tenía que servir para que esto no volviera a ocurrir nunca. Pero luego ocurrió el de Gaitán y esa historia continuó incontables veces a finales del siglo pasado, con candidatos a la Presidencia asesinados por el cártel de Medellín.
Y puedo decir que esos hechos han marcado mi vida. Son crímenes que ocurrieron muchos años antes de que yo naciera y que, de manera indirecta, han moldeado el país en el que crecí y el país en el que vivo ahora. Justo mis libros tratan de explorar esto, como en mi novela La forma de las ruinas, que explora ampliamente ambos crímenes que marcan nuestras vidas reales y presentes”.
¿Y por qué le interesó contar una historia sobre los Tigres del Norte? “Bueno, fue una casualidad, como tantas de las anécdotas que dieron origen a estos relatos. Los relatos tienen eso en común: casi todos parten de una vivencia real, de una experiencia personal que sólo la ficción puede completar”.
En ese caso, cuenta: “Recibí el encargo de acompañarlos en una gira por España y luego escribir una crónica, pero el proyecto fracasó por varias razones y desencuentros con los editores. Aquella crónica no se publicó, pero la usé como base vivencial, porque la ficción, como la entiendo, parte de una experiencia real y se desplaza un par de pasos hacia un lado para tratar de descubrir algo nuevo y de decirle al lector algo importante”.
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