París y Verona, las ciudades de los amantes

POR: Revista Diners
 / octubre 1 2014
POR: Revista Diners

Buscando a la Maga

Horacio Oliveira buscaba a la Maga, caminando por la rue de Seine en un atardecer de diciembre. Se asomaba por el arco que da al Quai de Conti, trataba de distinguirla al frente del Pont des Arts con su silueta delgada, con su gabardina, “andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”, como anuncian las primeras líneas de Rayuela, de Julio Cortázar.

Es ahí, en ese triángulo parisino, donde comienza la novela, donde ha de volver una y otra vez en su juego literario. Es el mismo Pont des Arts del que se han caído pedazos debido al peso de los candados que los viajeros enamorados han dejado en su “pretil de hierro”. Desde allí habrá que cruzar al Pont Neuf para adivinar por qué la Maga no quería despertar: –Para qué –contestaba la Maga, mirando correr las péniches desde el Pont Neuf.

La Maga veía las barcazas cargadas con sacos de mercancía a lo largo del Sena, o podía buscar, de forma impredecible, un desván iluminado en la noche o un beso en una plaza en la que los niños jugaran a la rayuela. Esa era su propia manera de saltar con un pie hasta el cielo.

Cerca de la orilla izquierda del Sena también está la Biblioteca Mazarino, la más antigua de Francia, y la que mencionaba Oliveira cuando pensaba en tareas absurdas, como “hacer fichas sobre las mandrágoras, los collares de los bantúes o la historia comparada de las tijeras para uñas”.

Cortázar contaba que Rayuela fue escrita en fragmentos que se le ocurrían en los cafés, donde se acordaba de los sueños, de la tierra de nadie. Justo en el capítulo 132 enumera todos los cafés y allí aparece el histórico Au Chien Qui fume, del 33 rue du Pont Neuf.

Tal vez alguien quiera dejar de buscar a la Maga por un momento y dirigir la mirada a un quinto piso de la rue du Sommerard, donde vivía Oliveira. Se encuentra a unas cuadras de la Sorbona, en pleno Barrio Latino, y donde está actualmente el Museo de Cluny, una mansión del siglo XV con obras de arte del Medioevo.

El escritor José María Conget, en su “Ruta Rayuela”, también recuerda lugares como la rue Valette, donde se encuentra el hotel en el que estuvo Oliveira con la Maga por primera vez; el Carrefour de l’Odeón, donde comían hamburguesas y andaban en bicicleta; y la rue de Babylone, donde se habría reunido alguna vez el Club de la Serpiente, el grupo de amigos de los protagonistas del icónico libro.

Para finalizar el libro y el camino está el cementerio de Montparnasse, donde Oliveira arroja un recorte de farmacia de Buenos Aires y una lista de anuncios de adivinas que saca del bolsillo de su pantalón: “Ojalá que la bolita de papel hubiera caído sobre la tumba de Maupassant o de Aloysius Bertrand”. Pero tal vez cayó sobre la tumba del mismo Cortázar, en la que hoy reposan tiquetes de metro, flores, grafitis, colillas y cartas de amor. ¿Encontraría a la Maga?

Julieta sale al balcón

Alguien dice bajo el balcón: “¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente y Julieta, el sol!”. Quizá la frase de amor más subrayada de la historia de la literatura amorosa, mentada por Romeo, escrita por William Shakespeare, hace 400 años. Por ello, existe un templo para mirar ese balcón y recordar cualquier pasaje de una de las cumbres de la literatura.

Con ese apellido, Capuleto, comenzó la leyenda de esta casa ubicada en Verona, Italia, construida a inicios del siglo XII y en el que vivió la familia Dal Capello. Pero como las leyendas suelen pesar más que la historia, a nadie parece importarle que la ventana gótica y el balcón de la historia de Romeo y Julieta son un invento del siglo XX para atraer turistas.

No importa. Shakespeare era un creador de mitos. Y vale la pena visitar esta casa en la vía Cappello para conocer los miles de mensajes escritos en el pasaje de la entrada, o tocar el seno derecho a la escultura de bronce de Julieta y creer que es la pócima para encontrar al verdadero amor.

También se le pueden escribir cartas a Julieta, colgar un candado del portón de hierro para sellar un amor inconcluso o contraer matrimonio bajo el balcón. Cerca de allí está la casa medieval de Romeo, en la vía Arche Scaligere, que solo se puede ver desde fuera.

Queda claro que Verona es un monumento a los callejones. Eso le da inevitablemente un matiz romántico, que termina muy bien si el atardecer se disfruta desde el mirador del castillo de San Pedro acompañado de un fragmento de Shakespeare: “Buenas noches, buenas noches, la despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca”.

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octubre
1 / 2014