Los momentos críticos suelen tener como característica primaria la capacidad de transformar el curso de la historia, para bien o para mal, y hacernos cuestionar paradigmas. Entender cómo eventos locales tienen la capacidad de transformar el mundo nos permite contextualizar en nuestra realidad a nivel ‘micro’ el poder de la agencia humana individual y colectiva para transformar el mundo a niveles ‘meso y macro’.
Entender la revolución del 20 de octubre de 1944 en el contexto de los momentos críticos de la globalización podría darnos algunas nuevas luces para superar la narrativa de los dinosaurios, académicos viejos y jóvenes, quienes durante estas semanas repiten los mismos inútiles discursos.
El ego excepcionalista y cortoplacista de estos dinosaurios ha requerido obviar en sus publicaciones la contextualización de "nuestra" historia como parte de las dinámicas globales. Así, la mayoría de los libros de historia reciente de Guatemala en raras ocasiones dedican algunos párrafos para entender, como parte de eventos globales, nuestra historia “local“.
Los eventos globales que marcaron el triunfo en el corto plazo y el rotundo fracaso en el largo, de la Revolución de Octubre podrían ser pues, discutidos en el contexto global que los impregnó si es que acaso buscamos aprender algo de nuestra historia. El no hacerlo solo contribuye a la inútil pelea entre dinosaurios de izquierdas y derechas que continúan adoctrinando a jóvenes con la misma narrativa que nada bueno nos ha aportado.
Entender cómo el éxito de la Revolución de Octubre radicó en la colaboración de élites que aprovecharon una agenda modernizadora dirigida desde el norte global nos sería mucho más útil que continuar el show retórico de cada año.
Estados Unidos era el poder hegemónico que controlaba las economías y gobiernos de esta región en la década de los cuarentas. En julio de 1944, los Estados Unidos de América fortaleció sus procesos de control económico sobre el sur global con la Conferencia de Bretton Woods y la fundación de los que serían las extremidades de control de la economía global (Banco Mundial, OMC y FMI). Mientras que, en su agenda de política exterior, apoyaron proyectos de modernización política (controlados y vigilados) en las economías preindustriales y patrimonialistas latinoamericanas.
Así, las dictaduras y revoluciones posteriores a 1930 y 1940, fueron hijas de dicha homogeneidad política y económica en el ejercicio del autoritarismo imperialista estadounidense. En América Latina, las dictaduras no fueron necesariamente gobiernos autoritarios o puramente arbitrarios.[fn]Julio Labastida Martín del Campo, (1986). Dictaduras y dictadores. México. Siglo XXI editores. p. 24.[/fn] Más bien, estos fueron gobiernos en los cuales los gobernados fueron despojados de la posibilidad de apartar del poder a los políticos con vocación de tiranos, por medio de procedimientos institucionalizados bajo un fatuo tono revolucionario.
Entendiendo este contexto, podríamos comprender cómo solamente dos revoluciones han sido exitosas: la revolución haitiana de finales del siglo 18 y la Revolución Cubana del siglo 20. Y cómo, en realidad, la celebrada Revolución de Octubre de 1944 no consiguió el éxito que suponen nuestros dinosaurios. Solo las revoluciones haitiana y cubana fueron formas distintas de adentrarse en la modernidad superando las dislocaciones paradigmáticas en sus mecanismos para saldar cuentas con el imperialismo-capitalista como sistema económico, social y político dirigido por el norte global.
Mientras que, nuestras revoluciones solo continuaron reforzando la indisputable presencia del imperialismo y se convirtieron en títeres de los intereses de las economías hegemónicas del norte. No queda más que preguntar: ¿en serio tenemos algo que celebrar?
* Matthias Middell y Katja Naumann (2010). “Global history and the spatial turn: from the impact of area studies to the study of critical junctures of globalization”. Journal of Global History, 5, pp. 149-170.
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