Opinión

20.Oct.2014 / 08:52 am / Haga un comentario

Grito Llanero

Pedro Gerardo Nieves

Mi celebración aniversaria no fue en modo alguno una megarrumba ni un paraíso artificial de esos que cuelgan los bobos en el facebook. Mi cumpleaños, debo admitirlo, pasó por debajo de la mesa con una celebración mustia, llena de tensiones y casi a punto de exasperación. De hecho, algunos de mis seres queridos no lo dicen a bocajarro, pero la idea general es que el cumpleañero es “un soberano pajudo” y realmente me aterra que tengan razón. Veamos porqué.

A la ya de por sí dura tarea de echarse años encima, y celebrarlo como si hubiera motivos, se presentaron inconvenientes, impasses y desencuentros que ilustran de manera palmaria la lucha entre las distintas ideologías; esas falsas realidades que nos explican los doctos.

La primera fue un desencuentro de naturaleza lingüística: mis panas y familiares querían invitar a un “compartir” y yo invitaba a “una fiesta”.

-Gerardo, no invites a una fiesta, realmente es un compartir, me advirtieron ceñudos mis panas.

-Ya va un momentico, atajé. ¿Por qué no puedo llamar a mi celebración “fiesta” si no “compartir”?

Los chamos se miraron compasivos entre sí; suspiraron y me espetaron:

-Ooooobvio, microbio. Una fiesta es con sillas alquiladas y vestidas, mesoneros, centros de mesa, whisky, hieleras y mucho billete pa´gastar. Y nosotros lo que vamos es a picar una torta, bebernos una cervezas y echar vaina un ratico. Aunque porái y que nos van a traer unas costillas de cochino…

-Ya va, ya va, ya va, seguí atajando. ¿O sea que si yo agarro una botella de cocuy de penca y con ustedes me la meto entre pecho y espaldas oyendo en la radio pasajes llorones de Jorge Guerrero y me como unos tungos con chicharrón no lo puedo llamar fiesta? ¿No creen que yo pueda andar limpio al igual que ustedes pero tener mi autoestima elevada?

A partir de allí se armó una civilizada sampablera donde todos, menos yo, insistieron y razonaron que era “un compartir”.

En el momento de la fiesta, perdón, del compartir, un ser muy querido me mandó a cerrar los ojos para una sorpresa al momento de picar la torta. Y ¡PUM!

Los grandes carajos, perdón, mis seres queridos, realmente queridos, me han soltado una grabación del Cumpleaños Feliz cantado ¡horror! por un cantante vallenato. Alegres coreaban la canción que yo, ajeno a esos cambios culturales, observaba entre impávido e indignado. ¿Un veguero como yo cantando cumpleaños en colombiano? ¡Vacié carajo!

-¡Canta chico que es tu cumpleaños! me increpaban mis familiares molestos bailando al son de Valledupar. Por fortuna, la canción terminó rápido y emergió un llanero que remendó la plana con su cuatro cantando la clásica Ay que noche tan precioooosa, es la noche de tu díaaaaaaa para desembocar en el anglosajón Happy Birthday to you traducido que ya se ha hecho costumbre.

Pero aguante ahí, que ya viene más.

Al momento de picar la torta, como dueño y señor de la misma, comienzo a cortar generosas porciones, completas, hasta el centro, para los comensales.

Fui interrumpido por un grito desgarrador mientras intentaban sin éxito quitarme el cuchillo:

-Gerardoooo, ¿qué haces coño? ¿No sabes picar una torta? Tienes que hacer un redondel en el centro y de ahí se pican pedacitos pequeños. ¿O es que no quieres llevar para tu casa?

-Pues la verdad es que me da la gana que todo el mundo coma bastante torta y no quede nada para llevar, dije recordando la enseñanza cubana de repartir “el cake” con generosidad.

Luego de la respectiva trompa que me montaron; repartí la torta y la gente quedó sorprendida de la grandeza de cada porción. Incluso hubo quien dijo con sarcasmo: “Este chamo sí es chimploso; repartió la torta completa”.

Por eso terminó la celebración con más pena que gloria, aunque, debo decirlo, pleno del cariño de todos a pesar del desencuentro. Debo agradecer a su majestad la peladera que ningún “originalisisisísimo” chistoso llevó una piñata repleta de preservativos ni genitales de plástico y mucho menos pusieron en escena el nuevo mamotreto que homenajea el mal gusto opulento y disfrazado de sofisticación llamado “Hora Loca”.

De todas maneras, luego de haber sido apaleado en un consejo de familia, me sigo preguntando si soy un pajudo o si, como dijo Marx, “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”.

 

 

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