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      El golpe que derrocó a Arturo Frondizi

      Redacción Clarín

      Un recuerdo personal: poco antes del 29 de marzo de 1962 se abrió la Casa Rosada, el Presidente recibiría el saludo de simpatizantes y ciudadanos. Fui con un grupo de estudiantes de La Plata. Era una larga fila, cada uno se paraba fugazmente ante él y le estrechaba la mano. Allí estaba Frondizi, de pie y erguido, pero pese a la emoción pude ver un profundo cansancio en su rostro.

      Vivía agobiantes jornadas dedicadas a desarmar intentos golpistas, ya que en cuatro años de gobierno sufrió 36 “planteos” militares hasta el que lo derrocó. Pero además de desarmar conspiraciones se dedicó a gobernar y concretar una impresionante cantidad de obras y realizaciones. El día del derrocamiento ya no pudimos verlo. Los militares golpistas lo llevaron en silencio a su prisión de Martín García. Sólo tuvimos dolor y soledad. Un tiempo después, cuando recuperó su libertad – luego de Martín García sufrió un confinamiento cerca de Bariloche -, comencé a gozar el privilegio de trabajar política e intelectualmente con él y Rogelio Frigerio durante años.

      Pero, volvamos al derrocamiento. El trasfondo era que la política de desarrollo afectaba poderosos intereses – el autoabastecimiento de petróleo, por caso, acabó con un pingüe negocio de importación . Esos intereses movilizaron campañas difamatorias y fueron creando “clima”. Y un factor que irritaba a los militares, y fue utilizado, era la política de conciliación nacional y levantamiento de las proscripciones que el peronismo sufría desde 1955. Para Frondizi las proscripciones eran incompatibles con la legalidad democrática y esperaba del peronismo un papel relevante en el desarrollo nacional por encuadrar en sus filas a los trabajadores. No cedería en eso.

      Por lo demás, había una profunda división de la sociedad, la antinomia peronismo-antiperonismo cegaba el análisis. Y no existía la conciencia actual sobre el valor de la estabilidad constitucional. Sectores que la defenderían con firmeza años después no percibían entonces el problema y había civiles que “golpeaban la puerta de los cuarteles” .

      El detonante fue el triunfo justicialista en Buenos Aires, que Frondizi, pese a que intervino la Provincia – no anuló las elecciones como se ha dicho erróneamente -, estaba decidido a respetar. Y once días después se produjo el derrocamiento.

      Poco antes, en una carta a sus partidarios, había escrito: “No renunciaré, no me suicidaré, ni me iré del país”.

      Eran tiempos terribles . El no renunciaré buscaba que no se engañara al pueblo disfrazando el golpe de Estado, el no me suicidaré quería evitar que se presentará un asesinato como suicidio y el no me iré el del país dejaba claro que no abandonaría sus responsabilidades.

      El golpe puso fin a un gobierno de transformaciones y a la vez de paz: uno de los pocos que no tuvo un solo muerto por causas políticas. Frondizi logró una notable inserción de la Argentina en el mundo, rompiendo años de aislamiento, y su prestigio internacional abrió al país grandes posibilidades. Y el inventario de sus realizaciones en infraestructura e industrialización no da para un artículo sino para un libro. Todo en un marco de ética intachable.

      A 50 años es un espejo en el que el país debería mirarse.


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