Los movimientos ministeriales de Duque: ¿discreta mermelada?

Los nuevos nombramientos del presidente en su gabinete confirman el carácter pasivo-agresivo de su gobierno. Todo indica que nos esperan dos años más de indecisión y debilidad.

Andrés Dávila*
15 de febrero de 2020 - 02:00 p. m.
Alicia Arango (izquierda), asumió desde ayer como ministra del Interior. Es una de las personas más cercanas al expresidente Álvaro Uribe. /AFP
Alicia Arango (izquierda), asumió desde ayer como ministra del Interior. Es una de las personas más cercanas al expresidente Álvaro Uribe. /AFP

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El desliz le costó el ministerio a Gutiérrez y confirmó que el gobierno Duque tiene una forma particular de asumir la gestión pública: la del aislamiento pasivo-agresivo. Aislamiento porque desconoce lo que la sociedad y la opinión pública le piden a gritos: un remezón ministerial que les dé aire a más de dos años de culminar su mandato. Pasivo en tanto da a entender que el juicio negativo del proceso de paz es la gota que rebosó la copa, aun cuando se venía hablando del relevo de la ministra hace meses.

Y agresivo porque la salida no es una salida, sino un enroque. Duque anunció que Gutiérrez reemplazaría al recién electo fiscal Francisco Barbosa en la Alta Consejería para los Derechos Humanos y que Alicia Arango, la persona más cercana al expresidente Uribe dentro del Gobierno, será la nueva mininterior. Nombrar a una ministra del uribismo duro reafirma el deseo de aislamiento del actual gobierno, especialmente porque se trata del ministerio que se encarga de las relaciones con el Congreso y con los demás partidos.

Además de lo anterior, hubo cambios en otros tres ministerios, Salud, Agricultura y Trabajo. Los escogidos comparten dos rasgos: son hombres con recorrido y experiencia que provienen de partidos que están dispuestos a apoyar al Gobierno a cambio de tener más presencia burocrática. Además de marcar una ruptura con la equidad de género, estas elecciones son tan solo una solución parcial a la crisis ministerial, porque no responden al problema de fondo.

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¿Qué representan los nuevos ministros?

Evidentemente, los tres nuevos ministros tienen una clara representación partidista. En este aspecto, el de mayor anclaje es el de Salud, quien representa a Cambio Radical y, más concretamente, a su cacique más tradicional, Germán Vargas Lleras. Las señales previas fueron bastante claras: reuniones con la bancada, un cambio radical en las columnas del exvicepresidente y, finalmente, una decisión muy esperada que sugiere que el Gobierno le dará algo a la facción de los Char. Está por verse si será mucho o poco.

Algo que no deja de sorprender es el sentido de la oportunidad o de la inoportunidad política de Vargas Lleras. Sus columnas demuestran que sabe lo que vendrá con el gobierno de Duque y aun así (o quizá por eso) ha decidido entregarse a él. El suyo es un caso interesante de necrofilia política: un zombie que decide revivir en un moribundo a sabiendas de que al moribundo lo acompaña un exorcista o un ser demoniaco superior a todos.

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Por su parte, Rodolfo Enrique Zea, el nuevo ministro de Agricultura, pretende representar al Partido Conservador, pero es difícil saber si su nombramiento implica la incorporación definitiva de este partido al actual gobierno. Como perros hambrientos, los conservadores quedan satisfechos con lo que les den, así sean sobras. Esta habilidad les permite ser gobierno y oposición al mismo tiempo y obtener réditos burocráticos y políticos simultáneamente. Así, sobreviven y de repente son indispensables para pasar una ley o para bloquearla.

Y, finalmente, Ángel Custodio Cabrera, el nuevo ministro del Trabajo, es un ex avezado político bogotano. Su nombramiento significa que el Gobierno le cumple a un partido que, dividido, se declaró de gobierno. Y que recibe el nombramiento más dividido, pues quienes esperaban su cuota, como Dilian Francisca Toro en Salud, han quedado colgados de la brocha. Por el historial de Cabrera, podríamos decir que pertenece al Partido de la U, pero muchas figuras relevantes no lo reconocen y dicen que llegó allí por su cercanía con el uribismo. En cualquier caso, es un conocedor de la política y seguramente aprenderá los temas técnicos en poco tiempo. Sin embargo, no suma nada al partido del que supuestamente proviene y, además, agrava el aislamiento pasivo-agresivo.

En conclusión…

Las últimas decisiones de Duque constatan varios rasgos que han caracterizado a su administración desde el principio: se trata de un gobierno débil, sin mayorías, irresoluto, sujeto a diversas extorsiones políticas y con un margen de maniobra restringido por las líneas rojas que le imponen los sectores más extremistas de su partido o el propio Álvaro Uribe. En sus principales ministerios ha pelado el cobre y no toma decisiones de fondo: se engaña en la incompetencia sublime de los escogidos, y no me refiero a los tres mencionados. Es un gobierno asustadizo, torpe e incapaz de sintonizarse con la ciudadanía.

Paradójicamente, y aunque todo indicaba que el desempeño económico iba a ser malo o muy malo, la realidad es que la única economía de América Latina que creció en 2019 fue la colombiana. Ese es un aire inesperado al que seguramente Carrasquilla le sacará provecho.

Así las cosas, todo parece indicar que la baja gobernabilidad, la desconexión y el aislamiento pasivo-agresivo seguirán acompañando a Duque. Como veníamos de presidentes fuertes y gobiernos con capacidad de optar y decidir, resulta difícil encontrar referentes para la comparación. Toca remontarse a los tiempos de Pastrana, de Guillermo León Valencia o de Mariano Ospina Pérez. Colombia enfrenta una situación que desconoce la capacidad institucional, pues el Gobierno no cesa de romper esquemas, protocolos y prácticas arraigadas históricamente. Definitivamente el talante y el estilo son dos categorías que le quedan grandes a Duque.

* Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana y analista de Razón Pública.

Por Andrés Dávila*

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