Fueron décadas en que la imagen a global acerca de la alimentación de los estadounidenses estuvo marcada por una hamburguesa y una botella delgada y burbujeante de bebida. Hoy, la realidad es otra. 

Y no se trata sólo de las recomendaciones de los especialistas, preocupados por la pandemia de obesidad que afecta gravemente a EE.UU.: Son las personas las que tomaron la decisión de optar por alternativas más sanas de hidratación. Y así lo reflejó el mercado. Por primera vez en muchas décadas, el consumo de agua superó al de bebidas con azúcar añadida. De acuerdo con las proyecciones de Bloomberg, se espera que esta tendencia siga en crecimiento y se consolide hasta a lo menos 2020. 

El resultado de una inquisición saludable... Lo ocurrido en EE.UU. sin duda alguna marca un hito en la historia del consumo en ese país. Los estadounidenses recibieron el mensaje de los expertos fuerte y claro: El tomar de forma regular y muchas veces, desmedida, - bebidas azucaradas, como jugos y bebidas, contribuye al aumento de las tasas de diabetes tipo 2, obesidad, enfermedades del corazón, cáncer y otros diagnósticos negativos para la salud. 

De acuerdo con los analistas de mercado de Euromonitor, en contraste con la caída de las ventas de estos productos, el agua embotellada ha adquirido protagonismo proporcional. Los especialistas son claros: el agua en todas sus formas es una opción mucho más saludable que las bebidas gaseosas y los jugos azucarados. Una sola lata de bebidas común y corriente puede contener hasta 12.3 cucharaditas de azúcar refinada, en apenas 350cc. 

Eso es más de la dosis total de azúcar recomendada para todo un día. Lo mismo ocurre con muchos tipos de "jugos", que pese a que en sus envases ostentan la palabra "fruta", tienen tanta el azúcar como las bebidas o los helados. 

Las enseñanzas del Viejo Continente Tomar agua con las comidas no es algo nuevo. Al revés, por siglos los europeos han acompañado su gastronomía (sin considerar el vino) con agua. 

Según Euromonitor "mientras en Europa era una de esas costumbres de mantel largo, el agua mineral carbonatada históricamente tuvo problemas para ganar la aceptación en los hogares y restaurantes norteamericanos". Y agregaron que "con la ayuda de las tendencias de la salud y ofertas premium más fuertes, ahora las agua carbonatadas han irrumpido en la escena de los estadounidenses siguiendo los pasos de sus homólogos europeos". Una batalla, pero no la guerra: ¿La clave? Educación Los productores de agua embotellada no pueden aún cantar victoria. 

Una investigación sobre el consumo de bebidas endulzadas con azúcar muestra que en EE.UU. aún hay mucho camino por recorrer. Datos que revelan el consumo de líquidos entre 1999 a 2008 descubrió que los niños de segmentos más pobres tienen mayor probabilidades de consumir en exceso de bebidas azucaradas que que los niños con más recursos. Lo mismo ocurre con los adolescentes con padres que tienen poca educación: Tienen mayor probabilidad de consumo excesivo y son más propensos a ingerir más calorías de estas bebidas que los adolescentes con padres con más formación. 

Comunidad científica vs. industria Una de las propuestas que han surgido en EE.UU. para frenar la obesidad que marca a la población de ese país es aplicar impuestos adicionales a las bebidas altas en calorías. Una idea que ha encontrado una férrea oposición en la industria y muchos consumidores que no están dispuestos a cambiar sus costumbres o a pagar más por ellas. 

Por supuesto, la aplicación de un impuesto sobre los refrescos es más fácil decirlo que hacerlo: Los gobiernos locales en EE.UU. han tenido poco éxito en persuadir a los votantes para aprobar o aceptar un impuesto a las bebidas azucaras. 

Hasta el momento, Berkeley, en el estado de California, es la única ciudad que ha superado con éxito un impuesto sobre estos productos. Los datos preliminares de México, en donde se comenzó a gravar refrescos en 2014 a una tasa de alrededor del 10 por ciento, indican que la medida parece ser eficaz para disminuir el consumo de refrescos, especialmente entre las familias más pobres del país. 

Sin embargo, para poder probar la validez de la medida, es necesario esperar algún tiempo para que los científicos de salud pública puedan medir si este impuesto efectivamente ayudó a reducir la obesidad o la diabetes. En el pasado, los expertos en obesidad han estimado que los impuestos de bebidas azucaradas deben ser de al menos 20 por ciento para hacer una diferencia en las tasas de obesidad.