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Una de las primeras cosas que indican en Dangerous men and adventurous women, una colección de ensayos firmados por autoras de romántica sobre las propias novelas románticas y su lectura (y que, aunque se publicó en 1992, sigue siendo uno de los textos recurrentemente citados en lo que a este género y su análisis se refiere), es que “poca gente se da cuenta de cuanto coraje requiere para una mujer el sacar una novela romántica en un avión”. La sentencia viene seguida por su explicación. La lectora es plenamente consciente de todo lo que, quienes la vean leer esa historia, acabarán pensando de ella. ¿Por qué está leyendo eso?, se preguntarán. ¿Por qué está perdiendo su tiempo con esa historia?

Un cuarto de siglo después sería bastante tentador decir que esto ya no ocurre y que a nadie se le ocurre sentir cierta vergüenza por leer historias de amor en público y a que a nadie se le ocurre tampoco pensar nada en especial sobre alguien que esté leyendo cualquier cosa que se pueda titular Tres noches de amor con el duque o algo similar. Lo cierto, sin embargo, es que las cosas no han cambiado realmente tanto. Cierto es que a nadie le importa ya leer algo así en el avión o en el metro de camino al trabajo… Al fin y al cabo, existen ereaders que harán que no se sepa qué se está leyendo. Cierto es también que la comunidad de lectoras (pues lectoras son en mayoría) de novela romántica son espectacularmente activas y comprometidas en la red, participando en foros, grupos y leyendo blogs muy especializados. Y cierto es que cada vez hay más variedad de libros y más formatos y que en algunos ámbitos se empieza a tener una visión menos prejuiciosa de esas ‘tontas historias de amor’, como siempre se las ha tachado.

Pero igualmente cierto es que la novela romántica sigue siendo denostada por los gurús de la literatura (solo hay que pensar en el cuándo se ha visto por última vez a un libro de este género en los grandes suplementos literarios de los periódicos ‘serios’…), que sigue siendo infracubierta como elemento noticioso (que The New York Times o The Washington Post hayan empezado a hablar de romántica en sus páginas de libros y cultura de forma seria ha sido de hecho noticia, lo que nos dice bastante) o tratada de forma paternalista (ahí está el gran ejemplo que Maya Rodale señalaba en su Dangerous books for Girls de la venta millonaria de Harlequin: los medios económicos se lanzaron a una avalancha de clichés para tratar el tema que no siguieron cuando poco después Penguin y Random House se fusionaron) y que aún se siente cierto temor al qué pensarán cuando se compra y se lee una novela sentimental. Y sobre las propias novelas en sí sigue existiendo el prejuicio de que están directamente mal escritas, mal editadas y que todas tienen horrendas portadas que no querrías mostrar en el metro. No, efectivamente, no todo el mundo lo cree; pero la idea sigue estando ahí latente.

Sobre mi mesa de trabajo está, al lado de la taza de café que me acabo de beber para tomar fuerzas para el siempre duro ejercicio de escribir un longform, Nunca es tarde si la dicha es buena, el último libro de Sally MacKenzie que acaba de ser editado en España por Libros de Seda.  MacKenzie es una de las autoras de romántica histórica en inglés, alguien a quien no conocía realmente antes de ver el libro entre las novedades de Libros de Seda para estos meses y marcarlo como uno de mis puntos de partida para este viaje de descubrimiento sobre qué es lo que se está leyendo y editando en España en novela romántica y hacerlo además sin clichés. Confieso que soy una conversa, alguien que también creía que todas las novelas románticas históricas estaban llenas de anacronismos que me pondrían de mal humor y de clichés. Un artículo me hizo replantearme todas las cosas que creía y desde entonces he leído a muchas autoras de romántica histórica en inglés (el idioma – por una cuestión meramente estadística – en el que hay una avalancha de contenidos que hacen que se pueda encontrar un libro para casi cada lector) que han hecho que mis prejuicios se reduzcan. Y hablar con las editoras de romántica en español ha hecho lo mismo sobre la visión de lo que se está haciendo en España.

nunca es tarde si la dicha es buenaLa edición de Nunca es tarde si la dicha es buena es formidable. El papel es de calidad, la traducción no es en absoluto mala (una, por cierto, de las quejas que se le han hecho tradicionalmente a la romántica que se publica en España) y la portada es de las que harían que si el libro estuviese en la mesa de best-sellers de cualquier cadena de librerías pudiese acabar en manos de cualquier lector de best-sellers, incluso de aquellos que dicen que jamás leerían romántica (aunque… deberíamos quizás hacer una reflexión en alguna ocasión sobre lo que hace que la romántica sea romántica y lo que hace que otras cosas no se metan en el mismo saco, aunque en realidad las premisas de la historia no sean tan alejadas de lo que hace que una novela sea considerada novela romántica).

El libro de Sally MacKenzie fue uno de los puntos de partida, pero no el único. Mientras leía ensayos sobre la novela romántica a lo largo de la historia y mientras recibía las respuestas a las preguntas que les mandaba por email a las editoriales que están publicando romántica en España, iba reflexionando sobre lo que supone leer romántica y la posición que ocupa en nuestros hábitos de lectura el género que nunca verás en el suplemento de turno que marca lo que deberíamos leer y atesorar en nuestra biblioteca.

Que prueben, invitaba la librera de una librería de romántica (la protagonista de ese artículo que hizo que me decidiese a probar), recordando que muchas veces ya hemos leído romántica, aunque nos la hayan presentado en otros envases. “En todos los géneros literarios hay novelas de calidad y otras que dejan mucho que desear, pero nadie debería desdeñar una novela por el simple hecho de que sea romántica, que es lo que habitualmente sucede”, me decía Nuria Llop, autora española de romántica histórica en una entrevista. “El problema es que la mayoría de autores de romántica somos mujeres y seguimos viviendo en una sociedad conducida por hombres, por mucho que hayamos avanzado en el aspecto de la igualdad”, reflexionaba. Sus novelas, por cierto, bastante sorprendentes fueron una de mis lecturas de Navidad.

Por qué leer novela romántica es un ‘pecado literario’

Leer novelas fue considerado algo pernicioso durante mucho tiempo, al menos en lo que a las mujeres respetaba. La ficción era un elemento de escapismo, uno que hacía que las mujeres descubriesen nuevos mundos y nuevas formas de ver la realidad y uno que tenía por tanto un cierto cariz subversivo. A lo largo del XIX y no durante un período tan corto del XX, leer novelas era muy peligroso y leer los periódicos y las revistas de aquel momento permite encontrar una retahíla de historias y de noticias sobre lo perjudicial que la novela era para la mente femenina. Ahora no podemos evitar reírnos a leer esas historias sobre mujeres enajenadas por leer demasiado (como le ocurrió a la pobre Madame Bovary…) y pensar que quienes escribían esas teorías y quienes las acusaban de esos males eran quienes sufrían de un exceso de imaginación. Lo cierto es, sin embargo, que para algunos expertos de esos polvos vienen estos lodos. Que la novela romántica sea hoy una suerte de género maldito para la crítica biempensante está bastante ligado a la propia historia del género y a esa visión tan alarmista de lo que las novelas son y suponen.

La novela romántica empieza, tal y como la conocemos hoy en día, a finales del XVIII y a principios del XIX, al menos en inglés. Aunque algunos autores se remontan al siglo anterior, hay bastante consenso en señalar que las historias de Minerva Press y las heroínas de las novelas góticas son las abuelas de la romántica contemporánea. Las razones para considerarlas las antepasadas de lo que hoy ocurre están en varios puntos. Por un lado, estas novelas abrieron la mano a la aparición de las mujeres autoras como un fenómeno más bien amplio (las autoras de Minerva Press eran muchas y lo eran además de forma profesional, esto es, no escribían por un interés literario, sino para conseguir una nueva fuente de ingresos), son uno de los momentos en los que las lectoras empiezan a conformarse como una masa consistente y como una que los que editores quieren conquistar con historias destinadas a ellas y son además el punto de partida para un formato que a grandes pinceladas hoy reconoceríamos. Por muy aterrador que sea el camino y por muy horrible que sea lo que la heroína va a encontrar en esa novela gótica, al final tendremos un final feliz.

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Las novelas como elemento de consumo y destinado a las mujeres siguieron a lo largo de todo ese siglo (existe, de hecho, un pequeño ensayo de George Sand criticando a esas autoras que escribían esas ‘tontas’ historias) y se mantuvieron a lo largo de las décadas siguientes. Si alguien se atreve a leer algunos de los best-sellers de principios del siglo XX, se encontrará con un formato con muchas resonancias con lo que hoy conocemos como novela romántica. El rosario, por ejemplo, que vendió millones de ejemplares a principios del siglo XX es una historia altamente melodramática (para el lector actual puede resultar un tanto excesiva a la hora de leer) sobre un pintor muy atractivo y una enfermera que no lo es tanto que se enamoran y acaban juntos y comiendo perdices (tras unas cuantas tragedias) tras encontrar el amor verdadero y descubrir que la verdadera belleza no es la del exterior.

La aparición de los libros de bolsillo allá por los años 20 ayudó a popularizar el género (que como ya ocurría en los años de la editorial Minerva Press salía al mercado en ediciones muy baratas y por tanto que podía comprar el lector sin hacer un gran esfuerzo económico) y en España se asentó como tal en esa década, cuando una colección de Editorial Juventud – que los expertos ven hoy como la “operación de marketing perfecta” – acuñó el término ‘novela rosa’ y entregó a los lectores una avalancha de historias de amor.

A toda esta herencia (¡entre 1924 y 1935 Juventud había vendido 4 millones de ejemplares de esas novelas!) se debe sumar el boom literario de los años 60-70, cuando la novela romántica pegó un salto estratosférico y empezó a convertirse en lo que es hoy, uno de los géneros que más vende, uno de los que está siempre en las listas de best-sellers y uno de los que protagoniza críticas más aceradas y más negativas. Las historias de esos años, con autoras como Corín Tellado en España o Kathleen Woodiwiss a nivel global vía éxito en Estados Unidos, no parecen ahora lo más atractivo (y sí, reconozco que no me he atrevido con ellas a lo grande y que lo poco que he leído de ese tipo de libros no me ha gustado) con heroínas bastante pasivas y un poco TSTL (demasiado tontitas para sobrevivir) y héroes demasiado ‘macho-alfa’. En las obras, como apuntan quienes las han analizado con detalle, aparecen demasiados elementos que al lector contemporáneo le podrían resultar difíciles de asumir, como sexo no claramente consentido o secuestros.

Aun así, pensar que estas historias alienaban a las mujeres que las leían (el punto principal de toda la crítica contra ellas) podría ser tan simplista como esas teorías decimonónicas sobre lo peligroso que es para una mujer leer una novela. Esa idea parte de la base de que la lectora no es capaz de separar la realidad de la ficción y que va a confundir los planos y las realidades. Como apuntan varias autoras de los ensayos de Dangerous men and adventurous women, esas historias eran consumidas a modo de escapismo (y al fin y al cabo, nadie se mete con quien lee por escapismo novelas de detectives, por ejemplo) y no por ello habría que dar por sentado que la mujer que lee esa historia espera simplemente que aparezca un poderoso pirata y se la lleve en su barco (y que esté reconfirmando una vez más al patriarcado). Rodale, en su Dangerous books for girls, recuerda también el poderoso papel que estas historias tuvieron en un momento clave para la liberación sexual de la mujer como una especie de manual de instrucciones de lo que puede suceder. Las escenas con una elevada carga erótica de esas novelas – y las que hicieron que en inglés pasasen a ser conocidas como bodice ripper novels (novelas rompedoras de corsés: eran novelas históricas en las que se rompían unos cuantos corsés por la pasión del momento) – funcionaban como un Google preGoogle (recordemos que estamos hablando de los 70) en el que se podía encontrar todo lo que no te atrevías a preguntar sobre sexo.

Estas historias son hoy conocidas como old skool romance (sí, con k, es un nombre con guiño irónico) en los blogs especializados en novela romántica en inglés (muchos y algunos muy buenos) y, aunque siguen ahí, no son exactamente lo que es hoy el género. ¿Se siguen leyendo? En inglés protagonizan aún muchas listas y temas (no hay más que echar mano de GoodReads para verlo) y las lectoras confiesan que siguen disfrutándolas (no hay más que leer los comentarios en los blogs especializados). A estas autoras se las siguen editando y también se las sigue traduciendo. Le preguntamos a las editoriales que las han editado a lo largo de estas décadas en España si se siguen leyendo y la old skool sigue teniendo sus fans. “Sí, las autoras que citas se siguen leyendo”, respondía Marisa Tonezzer, de Ediciones B y Vergara, cuando le preguntaba por Woodiwiss o por Johanna Lindsey. “Las nuevas autoras conviven con las de toda la vida”, señalaba. Desde Harlequin, también apuntaban que “hay autoras que siguen el modelo que podemos llamar ‘vieja escuela’ y también tienen su público, siempre hay lectores que te piden novelas que publicamos hace treinta años”.

Así que sí, esas historias existieron, siguen estando ahí, pero lo cierto es que basar la crítica al género sobre esas historias y sobre las propuestas que partían de esos argumentos es limitar mucho la visión del género. Si algo queda claro leyendo lo que hoy se publica y lo que hoy lanzan las autoras de romántica al mundo, es que esas historias y esas heroínas ya no son lo principal que existe en las estanterías de las librerías y que el género sin duda ha evolucionado (la respuesta generalizada cuando se pregunta a las editoriales sobre el tema).

titaniaComo nos decían desde una de las editoriales, posiblemente quien siga asociando todos esos clichés a la romántica lo haga porque seguramente no ha leído nunca una de esas novelas. El futuro no es, además, tan negro para el género, o al menos está empezando a cambiar un poco.

Sigue habiendo prejuicios, pero están basados en el desconocimiento o en la ignorancia”, me decía por correo electrónico cuando le preguntaba por el tema Esther Sanz, la editora de Titania, que invitaba a leer Herbarium, de Anna Casanovas, o cualquiera de los libros de Julia Quinn para sacudirse de ellos. “Antes había incluso librerías que no querían vender romántica porque consideraban que era un desprestigio para el establecimiento”, señala. “Por suerte, eso ha cambiado radicalmente gracias a las lectoras, quienes consumen y reclaman un buen tratamiento al género en el punto de venta y, por supuesto, calidad a las editoriales”, indica.

A estas opiniones se pueden sumar algunas de las otras respuestas que desde otras editoriales me han dado a la misma pregunta. “Esos prejuicios están camino de desaparecer totalmente y sobre todo gracias a 50 sombras de Grey”, apunta Cristina Armiñana, desde Penguin Random House. Como indica, la trilogía hizo que el género se hiciese mainstream y despertó el interés en esas publicaciones. “Prueba de ello es que todas las editoriales abrieron un sello de novela romántica”, añade. “Yo he visto a chicos de 30 años leer en el transporte público 50 sombras de Grey sin complejos y esta novela se convirtió en tema de conversación en las tertulias, lo que dignificó el género”, apunta.

Ya no es solo chica conoce a chico

En la novela de Sally MacKenzie con la que comenzaba esta reflexión sobre lo que se edita en romántica ahora, la protagonista está lejos de ser una de esas un tanto ignorantes protagonistas de las historias románticas de hace 40 años. Annabelle Frost tiene 37 años y trabaja en la librería circulante del pueblo (es una novela regencia, el subgénero de romántica histórica que se ambienta en los primeros años del siglo XIX). Quizás no sea, aun así, el mejor ejemplo para explicar cuán complejas pueden ser las historias y el modo en el que van mucho más allá de lo que los clichés derivados de las novelas de los años 70 pueden hacer creer. Al fin y al cabo, es una novela corta y la autora no tiene tanta cancha para crear conflictos tan complejos.

Escojamos otro ejemplo, uno que no está aún traducido al castellano, que es la trilogía sobre Lively St. Lemeston, un pueblo de la campiña inglesa, de Rose Lerner. También es romántica regencia y está abrumadoramente documentado. El elemento dramático que pone a andar el primero de los libros de la trilogía son las elecciones en el pueblo (conservadores y liberales quieren hacerse con el único voto que está en manos del potencial marido de una viuda con una economía un tanto apurada y a la que, por tanto, todos quieren ‘seducir’ ofreciéndole un marido que salve sus ingresos). El tercer libro de la trilogía está protagonizado por un antiguo ‘valet’ convertido en mayordomo que tiene que casarse para poder obtener el trabajo (y sí, se puede construir una novela romántica sin que el protagonista se convierta de repente en un duque y en el que los protagonistas tengan una economía ajustada) y puede leerse como un acercamiento muy realista a la cara B de todas las novelas de romántica histórica (en la que doncellas y valets aparecen y desaparecen, pero nunca sabemos realmente qué hacen con su tiempo).

Lo cierto es que las historias pueden ser mucho más complejas y pueden leerse a muchos niveles, sin por ello perder el nivel de escapismo que se espera de estas historias. Eloisa James (una, confieso, de mis favoritas) tiene una asistente que le ayuda a que todos los detalles sean realistas e históricamente acertados, como se puede descubrir leyendo los agradecimientos de sus novelas y algunas entrevistas. “El buen lector de romántica es muy exigente y no hace concesiones en este aspecto”, explicaba Nuria Llop cuando hablábamos con ella hace unos meses sobre sus novelas de romántica histórica ambientadas en el Siglo de Oro sobre las cuestiones de documentación y de rigor histórico. Desde Harlequin también me explican que no hay tanta indulgencia como se podría creer hacia los anacronismos. “Al final, una novela mal documentada puede hacer que el argumento no sea verosímil”, señalan, reconociendo eso sí que no se debe generalizar y que hay autores para quienes la documentación “es básica” y para otros para los que no es tan importante.

La oferta es muy amplia y eso hace que los lectores puedan escoger más el tipo de libros que quieren leer y lo que, por así decirlo, no están dispuestos a perdonar. “Las lectoras tienen mucho para elegir y son cada vez más exigentes y las autoras lo saben. Algunos anacronismos pueden pasar desapercibidos pero otras veces resultan bastante molestos”, indica Marisa Tonezzer, de Ediciones B y Vergara.

La novela romántica, a la que tradicionalmente se le ha acusado de seguir una fórmula (¿quién no pensó alguna vez en lo fácil que sería escribir una novela romántica en un fin de semana y venderla en algún sistema de autoedición para pagar las vacaciones siguiendo un método de sota, caballo y rey?), es en realidad un género complejo y en el que las historias son tan diversas y tan diferentes como las mismas personas que las leen y las escriben (¡spoiler alert! tus planes para ser millonario no tendrán un final tan efectivo como esperas y cuando se leen entrevistas con las autoras de romántica lo habitual es encontrar que hablan de meses e incluso año de trabajo).

Lo que las editoriales quieren también invita a dejar de pensar en una fórmula. En Penguin Random House, por ejemplo, lo que buscan cuando deciden incorporar una novela a su catálogo son “historias innovadoras y que suenen auténticas en su descripción de sentimientos, personajes y también, muy importante, los diálogos”. En Libros de Seda hacen pasar a las historias por un panel de lectores “que son muy exigentes y conocen las pautas por las que nos regimos a la hora de escoger una historia para publicar”. Desde Ediciones B hablan de “una buena historia, personajes bien trabajados y que llegan al lector, diálogos imaginativos y una estructura ágil y correcta” para pintar la novela que buscan.

Nada de todo eso parece indicar una fórmula mágica y una historia que sea como todas las demás.

Quién lee romántica

Y esas historias, esas novelas que tan complejas y tan variadas como se pueda uno imaginar y como uno pueda escoger o desear (un día puedes leer las melodramáticas tramas de Mary Balogh y sus historias de superación y redención y otro las más divertidas tramas, a veces un poco screwball comedy, de Julia Quinn), llegarán a un público bastante entregado y bastante fiel. Si algo está claro sobre quienes leen romántica, se mire el mercado que se mire, es que leen mucho y de forma casi voraz. María José de Jaime, la editora de Libros de Seda, señala que los lectores de romántica “son fieles y constantes y leen una media de 4 libros al mes”. Esther Sanz, de Titania, apunta que “el público de novela romántica es muy fiel y muy consumidor de historias. Los lectores (en su mayoría mujeres) leen mucho, son exigentes y siguen de manera fiel a los autores que les gustan”.

libros de seda

Pero ¿quiénes son esos lectores voraces que consumen libro tras libro y que son verdaderos entusiastas lectores? Las editoriales lo tienen claro cuando pintan el retrato robot de ese lector que en realidad es casi siempre una lectora. La franja de edad es muy amplia y casi todas ponen la horquilla en los 20 a 60 años (si se mira todo lo que hay en el mercado se puede comprender que existan muchas lectoras diversas para libros que lo son también cada vez más). “Había antes un prejuicio que era que las que leen novelas románticas son mujeres de mediana edad frustradas sentimentalmente y con poca formación (“por eso leen literatura de segunda clase”). Nada más lejos de la realidad”, reivindica Cristina Armiñana, de Penguin Random House. “Los estudios de mercado muestran que las lectoras son bastante jóvenes, tienen estudios y criterio a la hora de elegir qué leen”, añade.

Sanz apunta un dato igualmente interesante y es el de que “cada vez son más los hombres que descubren el género y se aficionan a él. El otro día un chico de 36 años, aficionado a la histórica, nos contaba que había empezado Herbarium, de Anna Casanovas, ‘por casualidad’ (lo tenía su mujer en la mesita) y que no había podido soltarlo hasta el final”. Si no leen más, nos dice, es porque existe aún cierto prejuicio entre esos lectores de que la romántica es “cosa de mujeres” y que si lo creen es porque nunca se han lanzado a leerlo. “Quien se inicia os aseguro que repite, porque la novela romántica tiene un componente muy adictivo”, señala.

“Existe un 5% de hombres que leen romántica”, confirma María José de Jaime, de Libros de Seda, que también apunta la misma vía de primer contacto con el género. “Curiosamente muchos de estos hombres se aficionan a leer este género porque toman prestados los libros con los que han visto disfrutar a sus parejas”, añade.

Las novelas no vienen ya (solo) de EEUU

Otro punto que está cambiando en la novela romántica es el quién escribe y a quién se publica. Durante años, todo lo que aparecía en el mercado venía de Estados Unidos o de la literatura en inglés y era traducido, traducciones que arrastran además la fama de ser malas. Las editoriales apuntan que las traducciones no son malas, que están muy cuidadas (¿por qué iban a poner en peligro la calidad de un producto que miman?, indican) y que están sometidas a los mismos controles de calidad que otras cosas. Alguna editorial ha apuntado que el problema podría estar en traducciones que llegaron hace años desde Latinoamérica (y que por eso podrían sonar ‘diferentes’ al lector español) pero que el catálogo está actualizado. Otras de nuestras entrevistadas apuntan a que el género se descuidaba más en el pasado en la edición pero que el paso del tiempo y las lectoras, cada vez más exigentes, han cambiado las cosas.

El mercado tiene muchas autoras que llegan desde Estados Unidos y que son muy leídas. ¿Por qué leemos a tantas autoras anglosajonas? “Quizás porque ellas han sido las pioneras”, apunta Esther Sanz, de Titania. “Las autoras inglesas y americanas nos llevan años de ventaja en la publicación de novelas románticas… Como lectoras, hemos crecido con sus historias y ¡nos encantan!”. Sanz también señala que esas historias consiguen captar muy bien el factor evasión que la novela romántica obliga.  En otros casos, la cuestión está marcada por la realidad empresarial. Desde Harlequin apuntan que siendo una editorial multinacional americana y contando con todos esos autores que escriben en inglés tienen acceso a una amplia cantera de libros para traducir.

Aunque las autoras anglosajonas siguen siendo las reinas de la romántica, cada vez están apareciendo más autoras españolas que publican romántica y que consiguen vender mucho. “Hace años apenas se publicaban autoras españolas del género y las pocas que había entraban de forma muy tímida en las listas. Hoy en día esto está cambiando de forma asombrosa y algunas de nuestras autoras están en lo más alto del pódium, pero aun así se siguen reclamando historias con aire anglosajón”, apunta Esther Sanz.  Desde Ediciones B/Vergara también indican que “no es difícil en absoluto” encontrar a autoras españolas ahora mismo que escriban romántica. “Hay muchísimas autoras españolas y algunas de ellas muy buenas”, apunta su editora.

Las editoriales están por tanto prestando cada vez más atención a lo que se hace dentro de las fronteras de su mercado. Harlequin, por ejemplo, cuenta con un sello específico digital en el que solo publican a autores españoles (algunos también llegan al papel) y en los catálogos de las demás editoriales es muy fácil encontrar a autores de romántica que no vienen de las letras anglosajonas.


*Entre mañana y pasado publicaremos dos artículos que complementan este longform, uno sobre el cambio en el diseño de las portadas de la novela romántica en España y otro sobre el impacto que el formato digital ha tenido en las mismas.

Fotos Titania, Libros de Seda, RebeccaVC1