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El crecimiento de la Mujer Consagrada en torno al Carisma
La superiora de comunidad debe prestar prioritariamente su atención, en razón del valor que emana de cada individuo, en la persona consagrada en cuanto tal y favorecer su realización personal como mujer y más específicamente como mujer consagrada


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



Importancia de la persona humana.
El Concilio Vaticano II no fue un momento para que los padres Conciliares se reunieran y debatiesen temas importantes y trascendentales para el desarrollo de la Iglesia. Guiados bajo la acción del Espíritu dieron inicio a una serie de reformas que tenía como objetivo el ayudar a que el mensaje de salvación que había venido a traer Jesucristo pudiera llegar a todos los hombres, especialmente en los momentos en que la sociedad estaba cambiando a pasos agigantados, amenazando por dejar a un lado a Dios, a Cristo, a la Iglesia misma.

Las reflexiones del Concilio Vaticano II han incidido eficazmente en la Iglesia, ahí donde se ha querido ser fiel a las enseñanzas del Magisterio y, en el caso de la vida consagrada, en dónde se ha buscado también la fidelidad al carisma originario. Las reflexiones y las indicaciones del Concilio se han transformado en savia de nueva vida que ha generado una vida consagrada más de acuerdo con los tiempos actuales, porque se ha sabido adaptar a dichos tiempos, sin dejar de ser ella misma.

Uno de los cambios más importantes ha sido sin duda alguna todo lo que se refiere a la dignidad de la persona, como ya lo había sugerido el decreto Perfectae caritatis: “Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.” 1 Este respeto a la persona humana debe entenderse, siempre a la luz del mismo Concilio como una posibilidad de realizarse a sí mismo como una creatura de Dios2 y nunca lejos de Dios, en una malinterpretada libertad.

La vida consagrada ha recogido en innumerables capítulos esta dignidad del hombre. El texto introductorio el documento Vida fraterna en comunidad, cita en forma por demás condensada pero completa, esta evolución que ha tenido la vida consagrada en torno al respeto a la dignidad de la persona: “Una nueva concepción de la persona ha surgido en el inmediato posconcilio, con una fuerte recuperación del valor de cada individuo particular y de sus iniciativas. Inmediatamente después se ha acentuado un agudo sentido de la comunidad entendida como vida fraterna, que se construye más sobre la calidad de las relaciones interpersonales que sobre aspectos formales de la observancia regular. Estos acentos se han radicalizado en algunos casos (de ahí las tendencias opuestas del individualismo y del comunitarismo), sin haber alcanzado a veces una satisfactoria integración.” 3

Las comunidades por tanto se conforman a través de vínculos espirituales y humanos que se establecen entre personas, y no solamente por el agregado de individuos que siguen unas normas y unos principios de vida consignados en unos documentos oficiales como las Constituciones, el Directorio o al Regla de vida. La superiora de comunidad debe prestar prioritariamente su atención, en razón del valor que emana de cada individuo, en la persona consagrada en cuanto tal y favorecer su realización personal como mujer y más específicamente como mujer consagrada. De ahí que su labor se convierta en un trabajo eminentemente formativo y no solamente gerencial o administrativo. Ella, con la gracia de Dios, la ayuda del carisma y de las ciencias humanas, siempre en ese orden, es la responsable 4 de la salvación de las almas que la Providencia le ha asignado que en esa comunidad tengan un crecimiento como mujeres, y como mujeres consagradas. Son dos condiciones que deben ir siempre juntas.


Distintos tipos de crecimiento en la vida consagrada, un sólo fin.
Es por tanto importante que la superiora de comunidad pueda dedicar sus esfuerzos y energías no sólo a la parte administrativa o de mero control externo de la casa sino muy principalmente al crecimiento de todas las religiosas que la Providencia le ha asignado. El renunciar a esta labor de ayuda en la formación tiene graves consecuencias, ya sea en el plan meramente humano que en el religioso. Se entiende que desde el punto de vista de la consagración el dejar que cada religiosa autogestione su vida lleva inexorablemente a crear individuos egoístas, centrados y replegados en sí mismos. Sin la parte de una sana dirección que ayude a poner en práctica la misión carismática de la Congregación, es muy probable que poco a poco la vida de comunidad se reduzca a un albergo y la vida de cada religiosa se convierta en una labor de voluntariado. Muchas son las razones teológicas que nos hablan de la comunidad como un don de Dios, un lugar en dónde se llega a ser hermano y en dónde se cumple la misión encomendada por Dios. 5 Corresponde por tanto a la superiora de comunidad animar espiritualmente a la comunidad para cumplir con estos objetivos.

Otra de las consecuencias de renunciar a su función de gobierno 6 es la de dejar a cada mujer consagrada la parte de su formación permanente. Esta formación permanente no sea realiza simplemente en una sola dirección, sino que debe abarcar todos los aspectos de la persona consagrada: “La formación permanente, tanto para los Institutos de vida apostólica como para los de vida contemplativa, es una exigencia intrínseca de la consagración religiosa. El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida. Es muy importante, por tanto, que cada Instituto incluya, como parte de la ratio institutionis, la definición de un proyecto de formación permanente lo más preciso y sistemático posible, cuyo objetivo primario sea el de acompañar a cada persona consagrada con un programa que abarque toda su existencia.” 7 Este radio de existencia amplio que menciona la exhortación no se refiere solamente al arco de tiempo de la persona consagrada, sino a todos los aspectos de su crecimiento.

Toca por tanto a la superiora de comunidad velar por el crecimiento integral de las mujeres que Dios les ha encomendado. Un crecimiento integral que se refiere, principalmente, a su crecimiento espiritual, de acuerdo al proyecto carismático de la Congregación, pero también a su crecimiento físico, a su crecimiento psicológico, intelectual, social. No puede dejar a un lado ninguno de los aspectos de la persona consagrada, si quiere en verdad responder a la dignidad de dicha persona consagrada, que como hija de Dios ha sido muy amada por Él al haberla escogido en una forma tan especial.

Esta aseveración nos lleva a dos consecuencias. Por un lado la superiora de comunidad no puede renunciar a su papel de formadora. La profesión perpetua no es una garantía de impecabilidad, ni tampoco da un certificado de que toda la formación esta ya completada. La superiora de comunidad es la encargada de que esa alma se siga abriendo a la acción de Dios para que Él pueda completar su trabajo, hasta llevarla a la perfección total, de acuerdo a sus planes divinos. Deberá por tanto velar y animar la formación de todas las religiosas, siempre de acuerdo a lo que marque la sana prudencia humana y las Constituciones. Resulta curioso ver como muchas Constituciones de congregaciones religiosas femeninas contemplan la posibilidad de una acción real de la superiora en este aspecto bajo diversas posibilidades, dirección espiritual, coloquio, diálogo, confronto. Pero más curioso resulta constatar que son muy pocas las Congregaciones que aún cumplen dicho mandato.

La segunda consecuencia se refiere a la imposibilidad de que la superiora de comunidad pueda encargarse de todos los aspectos prácticos para posibilitar este crecimiento integral de la religiosa. La superiora de comunidad no es un médico para que pueda encargarse de los aspectos físicos de la religiosa, ni una psicóloga para asegurar el sano equilibrio mental de cada una de ellas, no es una doctora en teología para que la formación teológica y doctrinal pueda continuar a lo largo de la vida de la religiosa. Si bien puede supervisar cada uno de los aspectos del crecimiento integral de las religiosas, debe encontrar un medio que le permita asegurar el crecimiento integral de las religiosas de la comunidad.


En busca del factor unitario de la persona.
La vida consagrada participa también de la vida de nuestro tiempo y no es ajena a ella. Por ello, a pesar de que busque en todo la primacía de Dios, no puede permanecer impermeable a los movimientos sociales, a las ideas en boga, a las tendencias que se dan en la sociedad. Además, las personas a las que escoge el señor, son también que provienen en el mundo y que viven en el mundo, por lo que, a veces muy inconscientemente participan de sus movimientos, de sus ideas y de sus tendencias.

Existe hoy la tendencia generalizada de que el hombre para creer, para realizarse, puede hacerlo sólo, sin la intervención de otros. Se piensa que el hombre contiene en sí mismo la clave del crecimiento que le permitirá alcanzar la felicidad. No puede y no debe buscar el crecimiento en otros puntos de referencia sino en sí mismo, porque él mismo se ha convertido en punto de referencia del universo entero. Haciendo lo que él piensa que es bueno para su crecimiento, en esa medida alcanzará la plenitud y por tanto la felicidad plena.

Sería muy largo aquí explicar el proceso que ha llevado al hombre a este punto, pero bien podemos señalar los movimientos de liberación del hombre iniciados por Nietzche, seguidos por Freud y secundados por Rogers, en donde, a fin de cuentas, el hombre posee en sí mismo la capacidad para autorrealizarse. A veces haciendo vivir el super-hombre, a veces reconciliándose con los traumas del pasado, a veces, en fin realizando el ideal que el tiene por bueno y mejor. De alguna manera, a través de todos estos movimientos el hombre quiere sustituir a Dios como posibilidad de que sea Él quien dicte la última palabra para el crecimiento de sí mismo. Piensa que con su sola razón puede alcanzar la felicidad, pero se da cuenta, y aquí está el drama del pensamiento débil de nuestro tiempo, que ha llegado a un punto en que niega la posibilidad de alcanzar la felicidad, la plenitud, porque niega el concepto de felicidad y plenitud al negar el concepto de verdad. Como la verdad no existe, cualquier cosa puede ser buena para satisfacer sus ansias de felicidad y plenitud.

Este concepto también se ha infiltrado en el mundo religioso femenino en donde cada mujer consagrada puede correr el peligro de haberse convertido en una isla que busca por sí sola el concepto de felicidad y de crecimiento que ella misma se ha ideado.

Si queremos por tanto conocer cuál es el crecimiento al que debe llegar el hombre para alcanzar su felicidad, cuál es el factor unificador que le permite crecer en todos los ámbitos de su ser debemos analizar la forma en que está constituido y el plan original por el que fue concebido. Si nada es hecho al caso, el hombre, como cualquier otra creatura, tiende a un fin muy específico. Analizando este fin, esta idea original, encontraremos el factor unificador que le permitirá crecer en todas las direcciones de su ser.

Para la Revelación, para la Biblia, es un hecho fundamental que el hombre es una creatura que Dios ha hecho a su imagen y semejanza. Como creatura encuentra la esencia de su ser fuera de sí mismo. Si El no se ha dado el ser, no podrá por tanto encontrar en sí mismo ni el sentido de la vida ni el sentido del desarrollo de la vida Dejado a sí mismo el hombre resulta ser una casualidad o un no-sentido sin dirección alguna. Encuentra por tanto todo su valor y su consistencia en el hecho de que viene de Dios y hacia Dios se dirige. Vaciarlo de su ser original es condenarlo al sin-sentido, indescifrable. Es lógico pensar que una creatura sino tiene un referente a su original es simplemente un sin-sentido.

Pero esta creatura tiene una cualidad que la hace diferente a todas las otras creaturas que hay en el Universo, ya que mientras las otras creaturas tienen como referente el hombre, han sido creadas por Dios pero han sido puestas a disposición del hombre, el hombre mismo no tiene ningún otro referente sino sólo Dios. Ningún otro hombre puede abrogarse el título de Creador, por lo que el hombre sólo en Dios puede encontrar su punto de referencia. Si el hombre es la única creatura querida por Dios mismo, el hombre encontrará la plenitud de su crecimiento sólo en la medida en que llegue a Dios. O usando una expresión más audaz podríamos decir que el hombre crece y se realiza en la medida que se parece a Dios pues fue creado por Él a su imagen y semejanza. El crecimiento del hombre estará entonces en razón directa de la proporción que se establezca entre él y su creador. Mientras más se parezca a su creador, más habrá crecido.

Ahora bien, si continuamos nuestro análisis de esta imagen de Dios que es el hombre, nos damos cuenta que alcanzará su plenitud no estando sólo, sino en comunidad. No puede alcanzar la felicidad plena, esto es, no puede ser él mismo por sí sólo, sino que necesita de otros. La relación interpersonal se establece por tanto como condición de crecimiento, puesto que no crece por sí sólo. Necesita de ayuda de los otros.

Se establece por tanto el hombre como una creatura que sólo en su Creador alcanzará la plenitud, estableciéndose las medidas del crecimiento. En la medida en que el hombre se asemeje a Dios, en esa medida alcanzará la plenitud del crecimiento. La manera en que se da dicho crecimiento viene dada también por el creador y será a través de las relaciones interpersonales ya que “no es bueno que el hombre esté sólo.”Ningún hombre existe por sí mismo si se realiza por sí mismo.

Se establece por tanto la norma del crecimiento en la vocación personal a la que Dios ha llamado a cada individuo, ya que en la medida en que cumpla el plan original para el cual fue creado, que lo descubrirá a través de su vocación personal, en esa medida alcanzará a Dios, plenitud del crecimiento.


La vida consagrada como plenitud del crecimiento.
Encontrar lo que Dios quiere de cada uno puede ser empresa difícil cuando está solo, Pero si la persona busca en conjunto con otras personas esta voluntad de Dios, el camino puede facilitarse un poco. La vida consagrada, entre otras muchas vocaciones en la Iglesia, es una forma de responder a la voluntad de Dios y por lo tanto de asemejarse con la imagen que nos creó. Cada vocación en la Iglesia comporta un buscar afanosamente la conformidad con esta imagen. La perfección a la que estamos llamados no es otra cosa que un esfuerzo por plasmar en la materia el soplo divino que nos ha dado la vida. Mientras más semejantes seamos a ese soplo divino más plenos y más completos. “Si quieres conocer lo que eres, no debes buscar en lo que has sido, sino la imagen que Dios tenía al momento de crearte”. (Evagrio el monje).

Si todos los hombres deben buscar la imagen que Dios tenía al momento de crearlos, para alcanzar lo que realmente son, por la revelación sabemos que esta imagen es Cristo mismo. “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (Gaudium et spes, n. 22, 1). En Cristo, imagen del Dios invisible (Col 1, 15; cf 2 Co 4, 4) el hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (cf. GS 22, 2).” 8

Tenemos por tanto no sólo un modelo, sino un camino que seguir: la imitación de Cristo. Las diversas vocaciones que se dan en la Iglesia, ofrecen todas ellas los medios para alcanzar esta plenitud de vida. Pero la vida consagrada, por su mismo estilo de vida, lo ofrece en forma cualitativamente diverso. “En la tradición de la Iglesia la profesión religiosa es considerada como una singular y fecunda profundización de la consagración bautismal en cuanto que, por su medio, la íntima unión con Cristo, ya inaugurada con el Bautismo, se desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada y realizada, mediante la profesión de los consejos evangélicos.” 9 Por lo tanto, la configuración con Cristo, a la que todos los hombres deben tender, queda más explícitamente expresada en la consagración por los consejos evangélicos.

Es en la identidad de la vida consagrada, en el seguimiento misto, en donde la mujer consagrada alcanza su plenitud de vida, porque configurándose con Cristo descubre la imagen que Dios había tenido al crearla. Encontramos por tanto en Cristo el factor que unifica todos los aspectos de crecimiento que pueden darse en el hombre. Todo aquello que desea el hombre, toda la perfección que busca en los distintos noveles, psicológico, emotivo, social, intelectual, alcanzan su perfección en Cristo. En la medida en que la mujer consagrada conozca a Cristo, lo siga y lo alcance, en esa medida alcanzará la plenitud de vida.

La vida consagrada en muchas latitudes del planeta parece estar amordazada, narcotizada o cansada. Ha puesto su esperanza en muchos puntos que no le han dado la plenitud de vida. Ha querido desarrollarse en algunos de los niveles que configuran al hombre, pero ha olvidado de configurarse con el Hombre que le puede dar la plenitud de vida y el crecimiento máximo que mujer alguna puede alcanzar en esta tierra. Teniendo todo dentro de casa, se ha ido a buscarlo fuera de ella. Así vemos como en estos años tantísimas mujeres consagradas han querido encontrar la plenitud y el crecimiento a través de la psicología, o de las técnicas de meditación trascendental de corte orientalista, o quizás han puesto toda su esperanza en la justicia social. En fin, han dejado a un lado a quien podría proporcionarles el crecimiento total en todos los campos humanos.

Conviene poro tanto que la superiora de comunidad se centre en lo esencial, es decir, en el seguimiento de Cristo, si quiere dar una ayuda verdaderamente eficaz a las religiosas que Dios le ha confiado. Frente a la duda que mencionábamos incisos arriba sobre un posible factor que unificara todos los aspectos del crecimiento, nos damos cuenta que este factor es Cristo mismo. En él la mujer consagrada, como todos los cristianos, encuentra su plenitud de vida. Cultivando las virtudes que más lo asemejan a Cristo, el cristiano encontrará la plenitud de vida, ya que cultivará todos los aspectos que conforman su ser.

Este factor de unidad, en la vida consagrada se realiza con mayor plenitud, ya que por su esencia la vida consagrada es el seguimiento más cercano de Cristo. La superiora de comunidad, respetando la dignidad de la mujer consagrada, puede presentarle este ideal de Cristo como el factor catalizador para un crecimiento armónico de todas sus facultades. La superiora se convierte en una respetuosa animadora de la vida humana, de la vida cristiana y de la vida consagrada, ya que propone el fin, los medios y la guía de un crecimiento armónico de toda la persona.

Pero para que este medio, la imitación de Cristo, llegue a su plenitud, la superiora debe presentar constantemente la figura de Cristo, centro y criterio de la vida consagrada. No debe ser por tanto un Cristo relegado a los momentos litúrgicos o piadosos, sino un Cristo que se actualiza en todos los niveles del obrar cotidiano, porque Él es la medida de todos esos niveles. Si la superiora olvida uno de esos niveles, quiere decir que no ha comprendido la grandeza de Cristo. No lo ha conocido, no lo ha estudiado, no lo ha amado y no lo ha sabido transmitir.

Pero esto Cristo en la vida consagrada no se presenta uniforme en todas las Congregaciones o institutos de vida consagrada. Es un Cristo muy específico, delineado perfectamente por el Fundador. Veamos brevemente cómo se conforma este Cristo que la superiora debe presentar en todo momento a la comunidad.


El Cristo del carisma.
El carisma, como lo presenta el Magisterio de la Iglesia, es la experiencia del espíritu que hace el Fundador y que transmite a sus discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada. 10 Conviene explicar en qué consiste esta experiencia del espíritu de forma tal que la superiora de comunidad pueda servirse de ella para su labor formativa.

Todo carisma en una gracia, lo que significa la ayuda del Espíritu Santo para edificar la Iglesia: “El Espíritu Santo (…) actúa de múltiples manera en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad (…) por las múltiples gracias especiales (llamadas carismas) mediante las cuales los fieles quedan preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia.” 11 El Fundador recibe por tanto una gracia para ayudar a la Iglesia en una necesidad muy específica. Dicha necesidad, si bien está ligada al tiempo, es sólo el pretexto por parte de Dios para hacer nacer una forma de ayuda permanente a la Iglesia. Está ligada al tiempo en cuanto a su nacimiento, pero como criatura espiritual puede desarrollarse a lo largo del tiempo, para seguir ayudando a la Iglesia.

Esta gracia consiste en una experiencia del espíritu. No es por tanto un simple acumularse de reglas, métodos o Constituciones para conformar un grupo de hombres o mujeres que se ponen en camino para imitar la vida de los discípulos de Cristo y hacer el bien a un grupo de hombres. Esta experiencia del espíritu nace como una respuesta a una necesidad en la Iglesia que Dios ha hecho ver al Fundador. Y en el proceso de respuesta que elabora el Fundador frente a dicha necesidad, se gesta el carisma, es decir, la experiencia del espíritu. Esta experiencia del espíritu es comprender que Cristo sufre aún en la necesidad que Dios le presenta al Fundador, porque éste se da cuenta que no son los medios humanos o materiales los que pueden satisfacer la necesidad, ya que la necesidad representa una parte del sufrimiento de Cristo. La forma de responder a este sufrimiento específico de Cristo desarrolla en el Fundador una espiritualidad que es un estilo de vida especial para aliviar y solucionar el sufrimiento de Cristo. Este estilo de vida, no es simplemente una forma de responder a la necesidad específica que se ha presentado. Eso sería simplemente un voluntariado o una acción social, aspecto en la que muchas Congregaciones han quedado atrapadas en el momento de hacer la hermenéutica del carisma.

Se trata más bien de descubrir cuál ha sido la experiencia del espíritu que ha hecho el Fundador y que le ha surgida, ya sea la posibilidad de leer en dicha necesidad el sufrimiento de un Cristo muy específico y la de solucionarlo con un estilo de vida (espiritualidad) que refleja dicha experiencia del espíritu.

Por experiencia entendemos no un gusto gratificante con Dios, con las personas o con las cosas, sino la decantación de numerosas experiencias aisladas día tras día, algunas relevantes, otras imperceptibles. Esta experiencia se apega a la persona y se identifica con toda su vida y con su actividad psíquica: la intuición, la reflexión, el amor, la prudencia. Las experiencias originales que la integraron han perdido su perfil individual y han dado paso a una madurez cristiana que envuelve todo. La forma que el Fundador ha hecho esta experiencia espiritual debe ser estudiada por cada Congregación de forma que se la presente como un camino de espiritualidad a través del cual cada mujer consagrada pueda hacer también esta experiencia espiritual y de esta manera pueda crecer en todas las dimensiones de su ser. 12

Esta experiencia del espíritu puede llevarse a cabo de distintas maneras, lo cual no será indiferente para la espiritualidad de la Congregación, ya que marcará el camino del crecimiento individual que cada mujer consagrada deberá realizar para alcanzar la plenitud de la que venimos tratando en el presente artículo. Esta experiencia del espíritu puede ser la identificación personal con Cristo o con un misterio de la divinidad que le permita al Fundador hacer frente y solucionar la necesidad apremiante de la Iglesia y así paliar el sufrimiento de Cristo. Puede ser la experiencia espiritual personal con Cristo, con un Cristo muy específico o con un misterio de la divinidad. Este Cristo específico o este misterio de la divinidad se convierten para el Fundador en la meta a la cual tiende para remediar la necesidad particular que ha visto en la Iglesia.

Esta experiencia espiritual personal de Cristo o del misterio de la divinidad da origen en el Fundador a un estilo de vida específico, porque todo comienza a girar en torno a este Cristo o misterio de la divinidad. El pensar, el querer, el sentir y todos los sentimientos quedan de alguna manera polarizados por este experiencia espiritual. No es que disminuya la libertad en las personas que hacen esta experiencia del espíritu, sino que libremente, día tras día eligen vivir las consecuencias de esta experiencia del espíritu. Consecuencias que no sólo son espirituales, sino muy concretas y materiales. Hablamos entonces del origen de una ascética, es decir, de un camino que lleva al encuentro diario con Cristo con Dios. Un camino para vivir la vida del espíritu. El término puede causar un poco de resquemor en nuestros días, por lo que conviene aclararlo adecuadamente. Toda vida consagrada comporta el seguimiento de un Cristo específico. Estamos hablando por tanto de una vida que debe puntar en todo momento hacia Dios. Hacer la experiencia del espíritu es de alguna manera intentar seguir la vida del Espíritu que cada mujer consagrada lleva en sí mismo. Se trata de esculpir en su persona la figura de Cristo, lo cual comporta una serie de consecuencias importantes en todos los campos del vivir humano. No se puede pensar vivir la vida del espíritu sin ser consecuente con lo que esa decisión comporta. Se debe ser consecuente con esta vida del espíritu. No es la renuncia por la renuncia, sino que es la sana e inteligente renuncia para alcanzar a vivir mejor y más fácilmente la vida del espíritu, y de esta forma hacer la experiencia del espíritu, de forma que el Cristo específico del Fundador pueda ir cobrando vida en la vida de cada mujer consagrada. Estos medios de ascesis irán también marcados por el carisma de la Congregación. NO se alcanza de la misma manera al Cristo de San Francisco que al Cristo de San Camilo de Lellis. “Es necesario también tener presentes los medios ascéticos típicos de la tradición espiritual de la Iglesia y del propio Instituto. Ellos han sido y son aún una ayuda poderosa para un auténtico camino de santidad. La ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza humana herida por el pecado, es verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz. Es necesario también reconocer y superar algunas tentaciones que a veces, por insidia del Diablo, se presentan bajo la apariencia de bien. Así, por ejemplo, la legítima exigencia de conocer la sociedad moderna para responder a sus desafíos puede inducir a ceder a las modas del momento, con disminución del fervor espiritual o con actitudes de desánimo. La posibilidad de una formación espiritual más elevada podría empujar a las personas consagradas a un cierto sentimiento de superioridad respecto a los demás fieles, mientras que la urgencia de una cualificación legítima y necesaria puede transformarse en una búsqueda excesiva de eficacia, como si el servicio apostólico dependiera prevalentemente de los medios humanos, más que de Dios. El deseo loable de acercarse a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, creyentes y no creyentes, pobres y ricos, puede llevar a la adopción de un estilo de vida secularizado o a una promoción de los valores humanos en sentido puramente horizontal. El compartir las aspiraciones legítimas de la propia nación o cultura podría llevar a abrazar formas de nacionalismo o a asumir prácticas que tienen, por el contrario, necesidad de ser purificadas y elevadas a la luz del Evangelio. El camino que conduce a la santidad conlleva, pues, la aceptación del combate espiritual. Se trata de un dato exigente al que hoy no siempre se dedica la atención necesaria. La tradición ha visto con frecuencia representado el combate espiritual en la lucha de Jacob con el misterio de Dios, que él afronta para acceder a su bendición y a su visión (cf. Gn 32, 23-31). En esta narración de los principios de la historia bíblica las personas consagradas pueden ver el símbolo del empeño ascético necesario para dilatar el corazón y abrirlo a la acogida del Señor y de los hermanos.” 13

De esta manera, el carisma nos traza el factor de unificación que cada mujer consagrada debe vivir si quiere realizarse con toda plenitud y alcanzar el crecimiento en todos los aspectos que conforman su ser. El carisma, encerrando la imagen del Cristo específico, a través de la experiencia del espíritu, se presenta como un medio para vivir la imagen de Dios que cada mujer consagrada lleva en sí mismo.

Y esta labor no la realiza por sí sola. Debe ser ayudada por la superiora para descubrir siempre nuevas facetas de ese Cristo específico que debe inundar toda la vida de la mujer consagrada. La labor de la superiora se convierte por tanto en la de un artista, un escultor, que de un bloque de mármol obtiene una figura perfecta, siempre y cuando tenga en todo momento la imagen ideal que quiere plasmar en el mármol. La imagen que el Fundador dejó a través del Cristo específico del cual hizo una experiencia espiritual.



NOTAS

1 Concilio Vatocano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 14.

2 “En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día. Herido por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La propia dignidad humana pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclinaciones depravadas de su corazón. No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino. Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad.” Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7.12.1965, n. 14.

3 Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, Vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 5d.

4 El término utilizado para designar este papel en la comunidad ha cambiado a lo largo del postconcilio. Independientemente de la connotación semántica que cada Congregación religiosa pueda darle al término, siempre y cuando no se oponga a las funciones que el Magisterio de la Iglesia señala para una superiora de comunidad, bien podríamos decir que “El Superior desempeña en la comunidad un papel de animación simultáneamente espiritual y pastoral en conformidad con la "gracia de unidad" propia de cada Instituto. Aquellos que son llamados a ejercer el ministerio de la autoridad deben comprender y ayudar a comprender que, en esas comunidades de consagrados, el espíritu de servicio hacia todos los hermanos se convierte en expresión de la caridad con la cual Dios los ama. Este servicio de animación unitaria requiere, por lo tanto, que los superiores y superioras no se muestren ni ajenos y desinteresados frente a las exigencias pastorales, ni absorbidos por tareas simplemente administrativas, sino que se sientan y sean considerados en primer lugar como guías para el desarrollo simultáneo, tanto espiritual como apostólico, de todos y cada uno de los miembros de la comunidad.” Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, La dimensión contemplativa de la vida religiosa, marzo 1980, n. 16.

5 “La comunidad religiosa como don: antes de ser un proyecto humano, la vida fraterna en común forma parte del proyecto de Dios, que quiere comunicar su vida de comunión.
b) La comunidad religiosa como lugar donde se llega a ser hermanos: los medios más adecuados para construir la fraternidad cristiana por parte de la comunidad religiosa.
c) La comunidad religiosa como lugar y sujeto de la misión: las opciones concretas que la comunidad religiosa está llamada a realizar en las diversas situaciones y los principales criterios de discernimiento.” Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, Vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 7.

6 De acuerdo con el Magisterio de la Iglesia y en analogía con las funciones del obispo, las funciones de la superiora de comunidad son: “a) función de magisterio: los Superiores religiosos tienen la misión y autoridad del maestro de espíritu con relación al contenido evangélico del propio Instituto; dentro de ese ámbito, pues, deben ejercitar un a verdadera dirección espiritual de toda la Congregación y de las comunidades de la misma; lo cual procurarán llevar a la práctica en armonía sincera con el magisterio auténtico de la Jerarquía, conscientes de realizar un mandato de grave responsabilidad dentro del ámbito del área evangélica señalada por el Fundador;
b) función de santificación: es propio de los Superiores la misión y mandato de perfeccionar, con diversas incumbencias, en todo aquello que tiene relación con el incremento de la vida de caridad conforme al modo de ser del Instituto; y esto tanto por lo que se refiere a la formación, fundamental y continua de los cohermanos, como en lo referente a la fidelidad comunitaria y personal, a la práctica de los consejos evangélicos según las propias Constituciones. Una tal misión cumplida con exactitud será para el Romano Pontífice y los Obispos un auxilio precioso en el cumplimiento de su ministerio fundamental de santificación;
c) función de gobierno: los Superiores deben ejercitar el servicio de ordenar la vida de su propia comunidad, organizar los efectivos del Instituto en orden al fomento de la misión peculiar del mismo y a su inserción en la acción eclesial bajo la guía de los Obispos.” Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 23.4.1978, n. 13.

7 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 69.

8 Catecismo de la Iglesia católica, n. 1701.

9 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 30

10 “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 23.4.1978, n. 11.

11 Catecismo de la Iglesia católica, n. 798.

12 Para ahondar más en el término experiencia, desde elpunto de vista espiritual, recomendamos la lectura del libro de Federico Ruiz, Le vie dello spirito, síntesis di teologia spirituale, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 2004.

13 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 38



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