Directorio Europeo, año uno

LA CRÓNICA

Alemania fijó las condiciones, subrayadas por Barack Obama y el primer ministro chino

Francia, siempre con ánimo de tutelar España, ha secundado a Berlín, con matices

Doce meses después, Grecia vuelve a tambalearse y muchas autonomías no afrontan la realidad

Ninots

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Hoy hace un año, José Luis Rodríguez Zapatero cruzó la puerta de Tannhäuser, aquel lugar lejano e inhóspito en el que se ven cosas que nosotros nunca habríamos imaginado, según cuenta el replicante Roy Batty en la escena final de la película Blade Runner. Hace un año, el presidente tuvo noticia del ultimátum carolingio, confirmado al cabo de unas horas por sendas llamadas telefónicas del presidente de Estados Unidos y del primer ministro de la República Popular China. “Cambie usted inmediatamente de política, o se lleva por delante el euro”. Ahora hace un año que España quedó bajo la tutela del Directorio Europeo.

La noche del 8 al 9 de mayo, la vicepresidenta Elena Salgado pasó un mal trago en la reunión del Ecofin, el Consejo de Ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea con sede regular en Bruselas. La vicepresidenta desmiente de manera tajante una versión ampliamente difundida en Madrid según la cual la ministra francesa Christine Lagarde le advirtió que si España no estaba dispuesta a disciplinarse, mejor sería que no participase en la reunión. Entró y obedeció. En sucesivas llamadas telefónicas al palacio de la Moncloa, Elena Salgado fue informando al presidente de la dureza del cónclave. Alemania, cuyos bancos nacionales y regionales son los principales acreedores de la deuda privada española en el exterior –con una especial incidencia de las alegrías inmobiliarias del Levante mediterráneo–, exigía medidas draconianas que iban más allá de la contención del déficit público. Alemania reclamaba de España una medida ejemplarizante: retrasar la edad de jubilación a los 67 años. Un ajuste capaz de ser explicado con trazo grueso en las páginas del Bild Zeitung, el diario del alma popular alemana: “España, el país de la playa, la sangría y el flamenco, se aprieta el cinturón. Los españoles también sufrirán”. Disciplina luterana, aceptada por los franceses y los italianos del norte.

Zapatero tuvo que cambiar inmediatamente de rumbo, una semana después de haber anunciado en público que no habría más ajustes y recortes. Fue una humillación. El abogado de León que antes de acceder a la presidencia del Gobierno había viajado relativamente poco al extranjero –en su viaje de bodas recaló en Sevilla para no perderse uno de los congresos del PSOE, cuenta su biógrafo Óscar Campillo– tuvo noticia exacta de la dureza del mundo en apenas una semana.

España quedaba fácticamente intervenida por el Directorio Europeo, conjunción de fuerzas que podríamos definir del siguiente modo: preponderancia de una Alemania industria de gran fuerza exportadora –con la vista puesta en el gas y las materias primas de Rusia–, ante una Francia que no puede presentar una alternativa económica y busca en la acción diplomática y en el Mediterráneo (hoy, la guerra de Libia) sus espacios de contrapeso; núcleo carolingio complementado por el Benelux (especialmente Holanda) y el distrito industrial del norte de Italia, que en breve accederá a la presidencia del Banco Central Europeo mediante la figura de Mario Draghi. En este cuadro se inscribe el desfallecimiento económico de España. Y de Portugal, esa hermana modesta tan despreciada por el viejo orgullo español.

Zapatero presentó su primer plan de ajuste –reducción del salario de los funcionarios y recorte draconiano de la inversión pública– el 12 de mayo del 2010. Y estuvo a punto de sucumbir en el Congreso. Le salvó la abstención de CiU. Intentó resistirse al ajuste de las pensiones, pero la presión alemana fue más fuerte. “España, pensión a los 67”, tituló finalmente el Bild. Huelga general en septiembre con daños en el fuselaje: Zapatero estaba políticamente muerto, pero aún se creía capaz del milagro. Más presión. Las cajas de ahorros, epicentro del agujero negro. Práctica liquidación de los bancos de desarrollo regional que han dado sentido a la España de las autonomías. Desprestigio creciente de todo el estamento político, encuestas terribles para el PSOE y, finalmente anuncio de retirada en el 2012. “Ya me voy yendo”. Elecciones municipales y autonómicas con trampa. Bajo las alfombras regionales y municipales ya no caben más pufos y sólo en Catalunya se discute con crudeza de los recortes en la providencia pública. España en suspenso hasta el 23 de mayo. Y Grecia, de nuevo, al borde de la quiebra, Directorio Europeo, año uno.

Trompe l'oeil

El PP salvará el catalanismo del PSC
Por Jordi Barbeta
Hoy, por enésima vez, CiU presentará en el Congreso una iniciativa que tiene como único objetivo meterle el dedo en el ojo a los diputados del PSC y demostrar que su prioridad es “defender al Gobierno español antes que los intereses de Catalunya”. Hace treinta años que unos dicen y los otros hacen lo mismo. Pretender que Carme Chacón, ayer vitoreada en Tomelloso, vote contra el Gobierno del que es ministra, es como pedir a Nacho Vidal que salga del armario: la ruina. Los diputados del PSC no votarán nunca contra el PSOE porque no quieren y porque, Dios nos libre, el día que lo intenten el PSOE se desembarazará del PSC, sacará del armario la Federación Catalana del PSOE y se acabará la tontería.
Dicho esto. El gran reto que se ha autoimpuesto Artur Mas es el concierto económico y será imprescindible un apoyo muy mayoritario. Es decir, sin el PSC, nasti de plasti. Y el PSC no dará su apoyo... mientras gobierne el PSOE. Si gobierna el PP, todo será diferente. El PSC impulsó la reforma del Estatut cuando mandaba Aznar y frenó en cuanto llegó Zapatero. Al PSC la llama patriótica se le enciende con el PP en la Moncloa. Conclusión: para que Catalunya tenga el concierto, tendrá que gobernar Rajoy.

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