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Cuando tu smartphone te conozca mejor que tú mismo

Cuando tu smartphone te conozca mejor que tú mismo

Por Pilar Bernat
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pbernattelycom4com /7/7/16
viernes 08 de diciembre de 2017, 09:00h

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Me acerqué hace unos días a un ponente, una eminencia en neuropsiquiatría combinada con tecnología; un genio de la inteligencia artificial. Le pregunté si podía hacerle una entrevista y aceptando con amabilidad mi invitación me recomendó que me leyera una serie de libros antes de hablar

Y no, no me lo tomé como una impertinencia, muy al contrario, me puse manos a la obra; el primero ‘Homo Deus’ del israelí Yuval Harari. Sin embargo, el hecho si me ha hecho reflexionar porque nunca me ha gustado escribir sobre lo que no entiendo, nunca me ha valido con repetir como un papagayo cualquier cosa que se nos dé en modo nota de prensa o declaración; pero me preocupa si, a la velocidad que avanza la ciencia, voy (y hablo en primera persona) a ser capaz de asimilar todos los conocimientos necesarios para poder informar con rigor de todo lo que está por venir o que ya está aquí. Hice una prueba, intentando explicar en una cena a mis comensales lo que es la computación quántica y la expresión de sus caras me dejó claro que esto va a ser arduo: la combinación de ciencia y tecnología o la aplicación de la una en la otra puede llegar a superarnos, a convertir en árida la información y corremos el peligro de perder la perspectiva.

Ya hace dos años largos, cuando Qualcomm lanzó su Snapdragon 820 empezamos a hablar de procesadores cognitivos. Semiconductores que, debidamente implementados, tenían capacidad para reconocer escenas, personas, escritura manual, etc. Los fabricantes, a pesar de usar en múltiples modelos el producto, no hicieron un gran uso de las facultades del mismo; unos porque no tendrían el software adecuado, otros porque aplicarlo les supondría trabajar con los ‘otros’ procesadores que implementan en los teléfonos y que equiparan, superan o no llegan a ser como los ‘designed in San Diego’.

De repente, llegó Huawei y nos presentó su NPU o procesador neuronal exento; el cual aporta inteligencia a su nuevo teléfono, el Mate 10 (ahora también al último Honor) y que tiene la gracia de ir vinculado a un sistema de ‘machine learning’, aumentar el rendimiento, rebajar el consumo de batería al ejecutar las ordenes en vez de en la nube en el propio terminal, conformar un sistema de computación paralela entre NPU, GPU y CPU y disponer de servicios de traducción, reconocimiento de escenas o interfaz de usuario hasta ahora nunca visto. Hemos constatado casi dos días de batería con poco uso.

Y no podía faltar Apple, que ha rebautizado su A11 con nombre de película ‘el chip biónico’ con el apellido ‘motor neural’, del cual dicen que “piensa por sí mismo” y aporta “una armoniosa y fluida fusión entre su software y su hardware porque no es sólo un motor, sino un cerebro; una mezcla ideal entre diseño, arquitectura y cambios tecnológicos”. Las estrategias de marketing de Apple son la panacea empresarial, ellos siempre encuentran el discurso perfecto; pero, en definitiva, hablan de un 70% más de eficiencia energética y un 25% más de agilidad -siempre con respecto a su predecesor, el A10-; de sistemas de reconocimiento efectivo, realidad aumentada y seguridad mediante reconocimiento facial. Bien es verdad que la prueba de producto constata 18 horas de batería, con uso moderado.

La ola de inteligencia, más allá de los móviles

Pero esta ola de inteligencia no sólo llega a los móviles. Intel en colaboración con Facebook ha presentado ya el primer producto de silicio del sector para el procesamiento de redes neuronales, el Nervana Neural Network Processor (NNP), el cual parece ser el camino para conseguir multiplicar por 100 el rendimiento de la inteligencia artificial para el año 2020.

Cuando los cuerpos y los cerebros sean productos de diseño, ¿cederá la selección natural el paso al diseño inteligente? Esto es el futuro de la evolución. Esto es ‘Homo Deus’”

Es decir, cada una de las grandes empresas de informática, de semiconductores, de movilidad, trabaja para que las máquinas, si es que lo son, puedan realizar tareas, siempre lineales y no creativas, pero de forma autónoma y cada vez más sofisticada.

Dice el libro que me recomendó mi ilustre interlocutor, al que antes hacía referencia, que por primera vez en la historia, hoy en día mueren más personas por comer demasiado que por comer demasiado poco, más por vejez que por una enfermedad infecciosa y más por suicidio que por asesinato a manos de la suma de soldados terroristas y criminales y que por ello, a pesar de los muchos conflictos que cada día surgen en el mundo, en la escala cósmica de la historia, la humanidad, por primera vez, puede alzar la mirada y empezar a contemplar nuevos horizontes; es el momento de preguntarse qué vamos a hacer con nosotros y plantearse utilizar los poderes inmensos que la biotecnología y las tecnologías de la información nos proporcionan.

La sed de savia nueva, de sabiduría emergente se palpa en cada esquina, la evolución digital exige conocimiento y no deja de producir; pero siempre, en cada avance que publicamos, subyace una cuestión: cuantos seres humanos la comprenden, cuantos conocen su potencial y cuantos su utilidad o su uso real. Aún no se ha despertado la inteligencia gestada en un ordenador y ya nos ha dejado una evidencia: el ser humano es poco más que torpeza y su incapacidad evidente lo lleva a sublevarse y a buscar causas inútiles por las que luchar y en las que entretenerse.

Harari, en su libro indaga qué futuro nos puede esperar, pero deja terribles preguntas abiertas: “Cuando tu smartphone te conozca mejor de lo que te conoces a ti mismo, ¿seguirás escogiendo tu trabajo, a tu pareja y a tu presidente? Cuando los cuerpos y los cerebros sean productos de diseño, ¿cederá la selección natural el paso al diseño inteligente? Esto es el futuro de la evolución. Esto es ‘Homo Deus’”

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