La dignidad que Berlusconi pisotea

Así ven la tormenta de fiestas y chicas del primer ministro cinco italianas que viven en Barcelona

Las cinco italianas entrevistadas por 'La Vanguardia'

Las cinco italianas entrevistadas por 'La Vanguardia'

Propias

Llevan años fuera de Italia y, como a muchos compatriotas varones que viven en el extranjero, la figura del actual primer ministro de su país, Silvio Berlusconi, les persigue en la charla cotidiana. Ahora, además, las italianas se sienten directamente interpeladas debido a la denigrante imagen de la mujer que proyectan los escándalos sexuales de Berlusconi, que esta semana ha sido procesado por posibles delitos de prostitución de menores y abuso de poder. Cinco italianas residentes en Barcelona reflexionan al respecto, pero no todas abrazan con igual entusiasmo el clamor desencadenado. Ven mucho advenedizo en ese coro de indignación, tratándose de una sociedad como la italiana, donde los comportamientos machistas siguen arraigados, tanto a la derecha como a la izquierda.

Giusi Garigali. Desde que este hombre apareció en la política en 1994, luché contra él con todos los medios a mi alcance. Llevo más de diez años viviendo aquí y he tenido una doble dificultad. Por una parte, mantener la conciencia de que esta persona no me representa y, por otra, explicárselo a la gente de aquí, que no se explican –porque carecen de los medios para entender en profundidad la realidad italiana– cómo una persona tan corrupta, con tantos procesos judiciales, pueda ganar elecciones. Respecto al tema femenino, me ha hecho sufrir. Tengo 47 años, mi primera manifestación feminista fue hace más de treinta y sé bien lo lejos que han llegado las mujeres italianas. Que ahora, fuera de mi país, tenga que explicar eso, me duele; parece como si nuestras luchas no valieran nada. No soporto que mi dignidad pueda cuestionarse por cómo se comporta este hombre, aunque se llame Silvio Berlusconi y sea jefe del Gobierno de mi país.

Paola Grieco. Trabajé en Milán en los años noventa, así que vi llegar lo que hoy llamamos berlusconismo, que en realidad es el ápice de una mentalidad que ya existía en Italia. Para mí, Berlusconi es el síntoma de una enfermedad; no es la enfermedad, ni es la causa, es el efecto. En la sociedad italiana, con más de cincuenta años de gobiernos de Democracia Cristiana, se daban los mismos principios, sólo que eran más hipócritas. Respecto a la actualidad, no me identifico completamente con las manifestaciones pro dignitate, porque mi dignidad individual está a salvo; Berlusconi no me ofende porque no me representa. A mi juicio, hombres y mujeres debemos hacer autoanálisis. Pensemos en el arquetipo de mamma italiana. Las mujeres somos madres de niños, que algún día serán hombres, y debemos ver qué mensajes les damos. De lo contrario, el cambio no llegará, porque el machismo de la sociedad italiana, pese a las luchas feministas de los años setenta y ochenta, es transversal. Concierne a Berlusconi, el ejemplo máximo, pero también a la clase política, repleta de hombres.

G. G. En Italia, el mérito siempre ha contado muy poco. Lo que cuenta es el enchufe (la famosa raccomandazione), que viene de las relaciones personales. Casi todas las mujeres que trabajan se han encontrado con alguna mujer favorecida por ser esposa o amante del jefe o de sus amigos. Es peligroso e indignante que esta práctica nefasta se haya oficializado y legitimado como único camino que les queda a las mujeres para avanzar. Es trágicamente deseducativo para las nuevas generaciones, y ofensivo para todas las mujeres. En el fondo, el primer ministro está convencido de este papel subalterno de las mujeres, y lo promueve con sus prácticas y sus declaraciones.

Sara Beltrame. Es interesante, porque hay aquí una diferencia generacional. Yo tengo 35 años y soy hija de la cultura berlusconiana. En mi casa, en los años ochenta, cuando nacieron las televisiones de Silvio Berlusconi, me pegaba a la tele para ver los dibujos animados. Me gustaban mucho, y sufrí el síndrome de Candy, Candy, unos dibujos japoneses sobre una chica que sufría y lloraba en busca de su amor. Eso nos enseñaba la cultura berlusconiana a las futuras mujeres, que todo se consigue sufriendo. A los niños, en cambio, les ofrecía dibujos más violentos, donde para conseguir objetivos había que luchar a brazo partido. Yo me formé así, pero la ruptura –la que se dio entre quienes le votan y quienes no le votan– vino gracias al contexto familiar, que me aportó sentido crítico. Si has tenido la suerte de tener padres comunistas...

P. G. Bueno, mi familia era y es berlusconiana...

S. B. Mi ciudad, Treviso, es de las más conservadoras de Italia. Pero yo crecí en una comuna. Mi padre y mi madre trabajaban todo el día y a los hijos nos prohibían ver esos dibujos, así que ideábamos estratagemas para verlos. La familia me ayudó a comprender qué estaba pasando... pero algo tarde. El debate político en Italia dentro de las familias no era ya tan encendido durante mi infancia como en los años setenta; en mi época lo que estaba encendido en casa era la tele.

Claudia Cucchiarato. A mí me da vergüenza ajena ver a una persona como Berlusconi, que no sabe contenerse. Humanamente, incluso da pena. Lo que me da más rabia no es que este hombre haga algo contra mi dignidad de mujer o contra la dignidad de mi pueblo, sino que se le vaya a juzgar, y quizá por fin a condenar, por un delito de este tipo, cuando ha tenido procesos por corrupción y delitos financieros. Mi rabia es mía, porque nunca fui mujer de manifestaciones; por edad no viví esa época feminista. Por eso me emocioné y lloré cuando nos manifestamos en la plaza Sant Jaume de Barcelona y al ver las imágenes de la manifestación de Roma, pero no sé cómo catalizar esa rabia.

Katia Bosco. Comparto con Claudia la vergüenza, pero no la pena. Más que nada da asco. Pero tenemos que reconocerle a Berlusconi un mérito: ha inventado una nueva forma de democracia, la mercadocracia. Ha convertido todo en algo que se puede comprar y vender. Ha borrado los rasgos de la vieja praxis política italiana. No estoy de acuerdo con Paola en su tesis de que esto viene de muy lejos.

P. G. Bien, me faltó añadir que en Italia lo que falta es laicidad.

K. B. Claro, claro, los problemas italianos nacen desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En los años cincuenta, con la Democracia Cristiana, la influencia de Estados Unidos y el Vaticano y la mafia se creó un cierto clima que explica mucho de lo que pasa ahora, pero, pese a todo, había una forma de hacer política. En los ochenta empezó el declive total, y luego llegó Berlusconi que le dio el remate. Esto de las chicas es casi una consecuencia natural de cómo él ha transformado Italia en los últimos años en un cabaret, en un reality-show.

G. G. Lo interesante es que se ha hecho más público un debate que existía en el movimiento feminista, pero que la prensa italiana no se dignaba reflejar. Por eso no me ha gustado esta manera de apuntarse a la fiesta de ciertos medios y partidos políticos, también de izquierdas, que no han sabido construir una oposición fuerte, y que ahora se acuerdan de que existen las mujeres. El problema de la identidad femenina es del imaginario masculino, que es internacional. Y el actual manifiesto anti-Berlusconi parece una contraposición entre mujeres buenas, honestas y serias, que son esposas y madres, y hacen esta sociedad más acogedora, y las otras, que son las putas. Eso es muy peligroso.

C. C. Hay alguien que ha querido ver esta distinción, pero en las manifestaciones había mujeres de todo tipo, incluso monjas.

K. B. Paola ha dicho que no ve tocada su dignidad por lo que está ocurriendo. Yo creo que hay que sentirse indignados para promover la acción.

P. G. Yo me siento indignada porque en Italia hemos aprobado en el 2009 la píldora abortiva RU-486, pero el Estado, como buen padre, no nos permite comprarla en la farmacia; tenemos que ir a un hospital. En cambio, las mujeres de otros países europeos pueden comprarla si quieren. Me indigna que en Italia no haya suficientes guarderías públicas para que las mujeres sigan trabajando. Me indigna que no haya una política de familia que permita a mi marido quedarse en casa a ocuparse de los niños, que en Francia sí existe. Allí viví yo mi maternidad, y vi lo que es un país laico y un Estado que me deja ser un individuo. Pero me niego a que mi dignidad se toque por el comportamiento de Berlusconi.

K. B. Pero si ahora las mujeres italianas han levantado la cabeza por eso, vale la pena participar en esa rebelión aportando esos contenidos.

P. G. Yo quiero una manifestación de hombres. Quiero que ellos salgan a la calle a proclamar: yo no soy como Berlusconi.

C. C. Creo que lo que Paola quería decir, y lo suscribo, es que las mujeres tienen mucho por qué protestar en Italia, no sólo porque se sepa ahora que su primer ministro es un putero. En todo esto tiene también mucho que ver el Vaticano. Como decía Katia, Berlusconi lo compra todo. Él sabe que todo tiene un precio; es el gran corruptor. Y ha sabido corromper a la Iglesia católica para que mire a otro lado: le da leyes de su agrado para que calle ante su conducta inapropiada. Así, la Iglesia le permite sus pequeñas porquerías y, a cambio, de nuevo somos nosotras las perjudicadas, pues no tenemos la píldora RU-486, no tenemos ley de parejas de hecho, no tenemos una verdadera política de familia... Es indignante. Italia es un país que está en el G-8, que está en la Unión Europea desde su fundación, y que todavía nos niega derechos básicos.

S. B. Yo rogaría que comenzásemos la reconstrucción por algo concreto, aunque sea pequeño, pero práctico. No analizar más el porqué o el cómo. Ya lo sabemos, lo hemos asumido, y quizá por eso no nos indigna tanto. En cambio, me preocupa el vacío de cultura política que nos dejará esto. Berlusconi fue de los primeros en el mundo occidental en poner claramente el plan político dentro del plan privado, a su servicio. Silvio es la versión 3.1 de una forma de hacer política que a nosotros no nos pertenecía. Cuando veo imágenes antiguas de Sandro Pertini, un viejo partisano, que era nuestro presidente de la República, hablando de política, parece de otro planeta.

C. C. En todo el mundo, la política ya no es lo que era, pero en Italia más, porque ya no hay ni política. Tú eres del Milan o del Inter, o de Berlusconi o contra Berlusconi, es como jugar al fútbol... Por eso, cuando se vaya este hombre, lo único que habrá será el vacío, porque llevamos veinte años así. Habrá que reconstruir la política del país como si hubiese habido un cataclismo.

G. G. Pero Berlusconi no es un Mussolini que ha gobernado durante veinte años ininterrumpidamente. Ha habido elecciones, y en esos años hubo gobiernos de centroizquierda e izquierda, con Massimo D'Alema y con Romano Prodi, que fueron incapaces de hacer nada para frenarle.

P. G. También cuenta el papel de los medios de comunicación. ¿Por qué hay tantas portadas sobre Berlusconi?

C. C. Hay al menos seis grandes publicaciones en Italia que viven de publicar noticias sobre Berlusconi. Y también mucha gente corriente. ¿Cuánta gente en Italia se gana la vida de algún modo relacionado con Berlusconi o con sus empresas, su partido o su club de fútbol? Esos votos ya los tiene comprados. Y no hablemos de la compra directa de votos en el sur, a través de las mafias. No se trata de un voto de convicción, de gente convencida; mucha gente corriente está comprada.

K. B. Nadie te va a decir que vota a Berlusconi, pero luego él gana.

G. G. Y están los garantiti, funcionarios y otros colectivos que tienen sus buenos derechos adquiridos y votan a quien se los mantenga. A todos esos la situación de la mujer en Italia les importa un pimiento.

C. C. Habrá que ver qué pasa con las chicas que tienen ahora entre 18 y 25 años. Lo tienen muy difícil, pero no son todas iguales. La mayoría son más cínicas; han visto que este es un mundo de leones, y que están condenadas a la precariedad laboral. Por eso también hay muchas madres italianas que quieren que sus hijas sean velinas, esas azafatas de televisión ligeras de ropa y con pocas luces; así, al menos, tienen la economía asegurada. Pero también hay muchas jóvenes que no han crecido sólo con la tele, sino por primera vez y desde niñas, con internet. Disponen de una información muy libre, democrática y abierta; son muy críticas.

S. B. El problema es cómo dar voz a estas jóvenes. La política está llena de hombres, y las pocas mujeres que hay son de otra generación, o proceden del sector velinas, que no aportan nada.

G. G. Berlusconi ha elevado al máximoel mito de la velina, pero acordémonos de una película de hace sesenta años, Bellissima, donde Anna Magnani interpretaba a una madre que se desvivía para que su hija participara en un concurso de belleza. Al oír hablar a las velinas de hoy, se ve pobreza intelectual y cultural, además de material.

K. B. No estoy de acuerdo. Las velinas son chicas normales y corrientes, las hay pobres y acomodadas, cultas e incultas; hay de todo. En el fondo, son listas. Se han criado en esa subcultura berlusconiana, ven el negocio y corren hacia él. Además del dinero de las fiestas de Berlusconi, han ganado notoriedad. Su vida ha cambiado. Ruby, la que le ha supuesto el proceso, ha firmado ya un contrato de imagen con no sé quién. ¿Qué le vas a decir si, en los tiempos que corren, ha conseguido solucionarse así el sustento?

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