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Joel Gibb, de Hidden. :: LUSA
Diluvio rock
CRÍTICA CONCIERTO DE GAZTEMANIAK!

Diluvio rock

JUAN LUIS ETXEBERRIA

Domingo, 28 de marzo 2010, 05:44

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El viernes fue día de aplausos. Hubo muchas salvas en Psilocybe, la autogestionada sala situada en Hondarribia. La primera, y quizás la más sincera, le cayó al regreso de la programación foral Gaztemaniak!. Tras varios titubeos y mucha pataleta popular, la tijera de la crisis solo cortó las puntas de esta oferta de conciertos, dejando una buena melena de eventos para este 2010.

Y para cambios de look, el de los zestoarras Grises, la banda encargada de cortar la cinta inaugural. Los guipuzcoanos se han despojado del rimmel y las gabardinas de Matrix para apostar por por el rock bailable actual. Ese estilo que los zarauztarras Delorean pasean estos días por EE UU. Grises - vaya nombrecito más policial, por cierto- abrazan las nuevas formas rescatando parte de su oscuridad pasada, en una propuesta muy gozosa en momentos de algarabía. Elogios palmeros para ellos también.

Y juro ante la guitarra de los Housemartins y las flores de los bolsillos de Morrissey que llevaba una buena ración de «¡bravos!» y otras tantas «¡vivas!» para la cita con los canadienses The Hidden Cameras. Desafortunadamente, varias de ellas tuvieron que volver a casa conmigo. Quizás, viendo la cola que había en el puesto de venta de merchandising al final de la noche, la culpa no fuera suya sino mía. Porque es innegable que el pop que elaboran es bien bello. Que la voz de Joel Gibb es recia y personal como pocas. Que sus composiciones tienen ligeras variaciones hacia mil y un estilos.

Ingredientes que deberían enrojecer las palmas de nuestras manos y que pasaron ante nuestros ojos como quien oye llover. Qué digo llover, diluviar. Porque yo sólo conseguí retratar una buena fiesta verbenera. Canciones monótonas como el traqueteo de un tren, lastradas por una batería que no cambiaba en toda la canción ni bajo la hipotética amenaza lumínica roja del rifle de un francotirador. Mucha gente en el escenario remando en una misma dirección, haciendo que el bote girara sobre su eje sin apenas movimiento.

Apagamos el interruptor y vimos pasar los minutos, los brincos, los teatros sobre las tablas, los coros de vocales abiertas y las canciones de su variado-pero-no-tanto jukebox. Unos salieron encantados y otros con la cara mustia. Y todos felices y contentos de que Gaztemaniak! nos permita seguir asistiendo a conciertos que de otra manera no pisarían nuestras tierras a esos precios tan populares.

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